El tiempo es oro. Reflexiones desde la historia acerca de la reducción de la jornada y el control del tiempo de trabajo

AutorAntonio Rivera
CargoUniversidad del País Vasco - Euskal Herriko Unibertsitatea
Páginas01

Aunque el trabajo ha perdido hace décadas la centralidad que ocupó en otro tiempo a la hora de organizar la vida de las sociedades y de los colectivos de trabajadores, sigue hablándose del mismo con preocupación. Después de ser condena sobre el género humano y generador de la riqueza privada y pública, hoy es contemplado como bien escaso, y, como si de tal riqueza en sí misma se tratara, se habla de su adecuado reparto. El mundo occidental se halla desasosegado en los últimos tiempos por la falta de trabajo, por el temor y luego por la evidencia de que sus ordenadas sociedades de pleno empleo han pasado a mejor vida, por la convicción plena de que esa situación confirma para el futuro inmediato una sociedad con graves problemas de articulación/integración debido a la presencia de un amplio sector de población sin posibilidades de ganar su sustento con el trabajo. La amenaza de la sociedad de los ?tres tercios? ?bien empleados, precarios y desempleados? ya no es tal: el futuro ya está aquí. Y ante semejante nubarrón, se difumina el hecho de que todo sigue siendo un problema de organización de la sociedad y de reparto de las diferentes riquezas, de redefinición de la relación de poder y dependencia del empleador y del empleado, por mor de las grandes transformaciones tecnológicas presentes y por mor del resultado provisional del combate político desarrollado en estos años. La revolución tecnológica, como dijera el viejo Marx, el cambio profundo en la realidad y posibilidades de los medios de producción, ha propiciado un combate a todos los niveles (político, ideológico ...) del que ha salido una nueva relación de producción que sin dejar de ser la presidida por el salario, es sustancialmente distinta a otras anteriores. La flexibilidad que hoy gobierna el tiempo de trabajo y el control del mismo que ejerce la parte contratante son el producto y la realidad de esos cambios. Incidir sobre el reparto del trabajo, como si de una riqueza en sí se tratara, no debería ocultar la cuestión principal: el tiempo (de trabajo) es oro, y quien lo controla, distribuye y gobierna es su propietario.

En todo caso, no es la primera vez en la historia que el reparto del tiempo de trabajo se instala como debate protagonista en la sociedad y en el movimiento obrero. En realidad, como trataremos de explicar, el control, más que el reparto, del tiempo de trabajo es la cuestión principal que ha movido al movimiento sindical desde su origen. En ese contexto, la parte del debate sobre la reducción de la jornada laboral ha tenido diferentes enfoques e intenciones a lo largo de la historia, acentuando en ocasiones en el carácter lúdico, otras en el solidario, otras en su potencial manumisor, otras en el económico ...

También desde la historia, interesa venir a desechar ese lugar común de que la relación con el trabajo haya sido siempre difícil por su escasez. Es sabido que es la máquina, y lo que le sigue en el terreno de la economía y de los comportamientos sociales, lo que trastoca profundamente el concepto de tiempo de trabajo. Y en ese sentido, ni el paro forzoso ni la jornada tal y como se entiende en la actualidad son algo permanente sino propios de determinado momento histórico.

El trabajo antes de la industrialización

En aquel artículo de E.P. Thompson, ?Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial?, el desaparecido historiador británico nos introducía en el tránsito del tiempo de trabajo irregular al tiempo de trabajo medido, industrial. (Para ello, comenzaba hablándonos del reloj y de su historia, y no es casual que la fidelidad del obrero a la fábrica se haya pagado hasta hace bien poco con semejante artilugio: veinticinco años, un reloj de oro de la empresa.) Antes de la revolución industrial no existe una ruptura radical entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio. Las jornadas son ocupadas por el trabajo, en periodos prolongados y ritmos marcados por límites ?naturales? (la luz, de sol a sol, la capacidad de resistencia ...) o por la costumbre. Se trataba entonces de un tiempo tan largo como laxo, flexible, no industrial, de manera que la actividad y la dejación de ésta se alternaban informalmente, había gran cantidad de fiestas no oficiales (solo el Viernes Santo y la Navidad lo eran), de vecindad, de localidad, de oficio ..., y el artesano, y esto es lo sustancial, regulaba la intensidad del trabajo.

El control del tiempo de trabajo por parte del trabajador se aprecia bien en la organización de su ritmo laboral a lo largo de la semana, y se visualiza a la perfección en la singular holganza del San Lunes. No es nada casual que alguno de los históricos frontones vascos se llamara ?astelena?, como recordaba el socialista eibarrés Toribio Echevarría (1990, p. 67). El lunes había tiempo para el frontón, el juego, el recuerdo y comentario de la celebración dominical ... El martes se recuperaba lentamente la actividad y hasta el sábado se iba elevando hasta intensificar frenéticamente el ritmo laboral en los últimos días de la semana, tratando de alcanzar la cantidad de producción necesaria para llegar al salario previsto. Como decía una canción popular de finales del XVIII, el taladro de un cuchillero de Sheffield repicaba los viernes con el febril ritmo con que su mujer le reprochaba su hacer ocioso en los primeros días de la semana (Thompson, 1995, p. 419-420; Rule, 1990, p. 193-194).

La relación jornada-trabajo-salario la marcaba el propio trabajador, como hace el campesino propietario todavía hoy, al punto que las presiones para incrementar jornada y así salario resultaron un general fracaso. El estímulo de una mayor cantidad de bienes a cambio de una mayor disponibilidad horaria para el trabajo no prosperó. Max Weber identificaba lo que él llamaba ?tradicionalismo económico? con el espíritu común de ese trabajador que se planteaba ?cuánto tendría que trabajar para (...) cubrir sus necesidades? y no ?cuánto podría ganar al día rindiendo el máximum posible de trabajo? (Weber, 1985, p. 58). Lo mismo que Sombart, en El capitalismo moderno, denominaba ?satisfacción de las necesidades?, para contraponerlo como leit motiv principal en la historia económica al ?lucro?. Sombart era radical al respecto: ?El hombre precapitalista es el hombre natural, el hombre tal y como ha sido creado por Dios, (...) el hombre que no corre alocadamente por el mundo como nosotros hacemos ahora? (Sombart, 1986, p. 20). En cualquier caso, solo se afirma que había un (mayor) control del trabajo por parte del trabajador, lo que no es óbice para que en muchas ocasiones éste fuera también penoso y extenuante. Solo habría una mayor ?naturalidad? en los ritmos, ... si por tal se entiende una más liviana escisión entre el tiempo de trabajo y el de no trabajo.

El factor singular que está detrás de la ruptura de esa manera de organizar el tiempo de trabajo es la máquina. Cuando la inversión en capital fijo (maquinaria) se convierte en determinante económico, la filosofía del tiempo industrial se extiende. Después, cuando la fábrica ?obliga? a la disciplina para rentabilizar la acción combinada de un número creciente de trabajadores, distribuidos conforme a una racionalizada y medida división del trabajo, un nuevo factor ratifica el nuevo tiempo industrial. Cuando aparece la máquina, ésta debe ser amortizada en el menor tiempo posible para propiciar la adquisición de otra más productiva. En ese momento, el sujeto activo y protagonista que es el trabajador pasa a pasivo y dependiente. Como explicó muy bien Marx, el salto de la herramienta a la máquina (y, después, a la fábrica) altera (invierte) la posición del trabajador y da lugar al fundamental y complejo problema de la alienación en el trabajo.

El control del (tiempo de) trabajo y la nueva disciplina

Ese es el problema fundamental. El objeto del movimiento obrero, y antes de los artesanos agremiados, es controlar el trabajo; el control del tiempo del trabajo, de la jornada, es otro aspecto más.

Esa situación ideal del artesano adueñado del tiempo y del trabajo se corresponde con momentos históricos en los que este grupo controlaba el trabajo en tanto que manejaba y era propietario del mayor valor de éste, su destreza, lo que le permitía a su vez controlar y regular la cantidad de mano de obra puesta en mercado (y, directamente, la relación de ésta con la contraprestación dineraria o salarial). Las regulaciones gremiales, pero también luego la práctica del close shopping por parte de los sindicatos de oficio, trataban de no ver rebajados sus salarios así como de que no hubiera en ningún momento mayor oferta que demanda de posibles trabajadores, lo que impactaba negativamente en las exigencias de productividad por parte de los propietarios. La relación entre el conocimiento del oficio y el control del trabajo es indiscutible. Benjamín Coriat arrancaba el segundo capítulo de El taller y el cronómetro con un título (tan largo) que en realidad era una declaración: ?el propósito del ?scientific management? (u organización científica del trabajo): acabar con el ?oficio? para acabar con el control obrero de los tiempos de producción?. Se trata, afirmaba acudiendo a Linhart, de ?una cuestión de relación de fuerzas y de saber. Precisamente, de relación de fuerzas en el saber? (Coriat, 1982, p. 23-24). La sabiduría de Taylor radicaba en descomponer el conocimiento, con ayuda de la máquina, en multitud de movimientos desprovistos de saber previo, mecánicos las más de las veces. La descualificación de los oficios propiciaba el ?obrero masa?, rompía el equilibrio entre la cantidad de trabajo y la cantidad de posibles trabajadores, y ello repercutía inmediatamente en la relación de clase anterior: de la autonomía del artesano se pasaba a la absoluta dependencia del proletario.

Pero incluso en condiciones de control del trabajo, a mediados del siglo XVIII, en Inglaterra, el artesano trabajaba catorce horas en una jornada normal. Catorce horas presididas por esa filosofía del trabajo. Entre ocho y...

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