A modo de particular semblanza

AutorMorillas Cueva, Lorenzo
Cargo del AutorCatedrático de Derecho Penal. Universidad de Granada
PáginasXLII-XLIII

Decía Rabindranath Tagore, en una certera alusión a la necesidad humana de reconocer los méritos de los que de una u otra manera nos han ayudado en algún momento de nuestras vidas, que "agradece a la llama su luz, pero no olvides el pie del candil que, constante y paciente, la sostiene en la sombra". Viene esta cita, acaso excesivamente fatua por mi parte, como introducción a mi personal reconocimiento al profesor Cobo del Rosal, como motivo de su jubilación, después de muchos años, y los que afortunadamente todavía le quedan, de magisterio en la Universidad, de brillantez en el foro, de rigor en la investigación. Es una de las cabezas más lúcidas con las que el Derecho ha contado en los últimos siglos en España. Trabajador infatigable, de un dinamismo provocador hace de la rutina vocación y del pusilánime activista.

Recuerdo con profundo cariño, por todo lo que después ha significado en mi vida académica, aquella tarde de verano, cuando la impagable luz granadina empezaba a dejar paso a la noche morisca de cielo brillante y estrellado que únicamente la ciudad nazarí puede ofrecer. Esa Granada, de nacimiento para él de adopción para mí, que nos ha sabido unir, como en su momento vinculó, cuan crisol de teselas, a las tres culturas más enfrentadas en la historia de la humanidad. Enclaustrado entre las paredes de mi despacho, en el que tantas horas he pasado, acaso demasiadas, oí como llamaban a la puerta. Ante mi sorpresa y, también, mi desconcierto, allí estaba el profesor Cobo del Rosal. El impacto, tengo que reconocerlo después de más de veinte años, fue tremendo para mí. Él, entonces, era una persona a la que solo conocía en la distancia, con esas brumas opacas con las que llega la información valorativa de las personas destacadas, que había sido presidente del Tribunal de mis oposiciones a adjunto, las primeras que hice, en las que, a pesar del éxito, me hacía temblar con su sola presencia, mirada o palabra, y, asimismo, de otras a cátedra a las que asistí como oyente. Lo percibía como algo inabordable, siempre rodeado de destacados discípulos, desconocido, incluso prepotente, con todos los cargos públicos de gran relevancia y responsabilidad que tenía en su currículo y con todas las serpenteantes historias de su presencia en el escalafón de penalistas. Además, por si fuera poco, mi estado de ánimo no era el mejor pues acababa de volver de Madrid, siempre Madrid, de superar inútilmente seis agotadores ejercicios, durante más de dos...

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