La protección de nuestras ciudades históricas. Un análisis de su evolución

AutorJosé Fariña Tojo
CargoCatedrático de Introducción a la Urbanística. Escuela T. Superior de Arquitectura de Madrid

En un momento en el que se están cuestionando las formas de intervención en la organización del espacio en nuestras ciudades, quizás sea adecuado pararse a reflexionar sobre sus implicaciones. En este trabajo se plantean algunas que se refieren a la protección y conservación del legado histórico. Desde esta perspectiva puede resultar interesante una revisión del papel y significado de los diferentes instrumentos que, a lo largo del tiempo, se han ido utilizando con esta finalidad. Puede decirse que, actualmente, el planeamiento urbanístico cuenta con mecanismos, sobre todo de redistribución de cargas y beneficios, que permiten proteger el Patrimonio Histórico de nuestras ciudades de forma mucho más justa que mediante la legislación específica. Se debería de hacer algo para que el divorcio existente entre ambos campos desapareciera.

Es cierto que estos instrumentos de redistribución apenas se han utilizado con la finalidad de hacer más justa la carga que deben de soportar los propietarios de bienes históricos a proteger. Pero la situación no va a mejorar apreciablemente en el caso de que, sencillamente, se supriman. De cualquier forma, puede resultar ilustrativo el estudio de los errores y aciertos del pasado.

EL PATRIMONIO URBANO COMO PARTE DEL PATRIMONIO CULTURAL

Como veremos, hasta el Decreto-Ley de 9 de agosto de 1926, la protección del Patrimonio cultural se reducía, en realidad, a la protección del Patrimonio edificado, centrada de forma casi exclusiva en las arquitecturas aisladas. Es a partir de este Decreto-Ley, innovador en tantas cosas, cuando se amplía al entorno urbano y a los conjuntos. Esta preocupación legislativa respondía a una serie de expectativas difusas presentes en algunos de los planteamientos urbanísticos y arquitectónicos de la época.

Expectativas que, para el Movimiento Moderno, se van a concretar en el cuarto de los CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna), que tuvo lugar en los meses de julio y agosto de 1933 a bordo de un barco, el «Patris», entre Marsella y Atenas (Ref.). En este Congreso, cuyo tema fue La ciudad funcional, se sentaron las bases de una forma de entender el urbanismo que, todavía hoy, a pesar del cambio producido en congresos posteriores, se deja sentir en muchas de nuestras urbes. En el año 1943 se publica la Carta de Atenas donde se refleja esta particular visión de la ciudad. Así, en el punto 65 de este documento puede leerse: «Los valores arquitectónicos deben ser salvaguardados (edificios aislados o conjuntos urbanos) (Ref.).

Quizá el párrafo anterior pueda ayudar a comprender la importancia del Decreto-Ley de 1926 que se anticipó claramente a estos planteamientos y a la mayor parte de la legislación europea. Empieza, a abrirse camino la idea de proteger, no solamente los cuadros, o las estatuas, o los edificios, sino también los entornos de los monumentos o incluso conjuntos urbanos enteros. Este patrimonio, que podríamos llamar Patrimonio Urbano, es sobre todo y fundamentalmente, patrimonio inmobiliario. Como tal, está constituido por un conjunto de elementos sometidos a fuertes tensiones, debido a que su valor económico sobrepasa muchas veces a su simple consideración como herencia cultural (Ref.). Estas dificultades las comparte también con buena parte del Patrimonio Natural.

Además, la dialéctica entre conservación y renovación tampoco ayuda a clarificar el panorama, aunque se han propuesto soluciones ingeniosas para superarla. Cuenta Alejandro de la Sota: «Un alumno preguntaba al arquitecto Neutra qué debía de hacerse si en una plaza antigua, de viejo cuño y con solera se derrumba una de las casas que la forman. Se podría hacer una copia de la desaparecida, o un pastiche o bien, una casa actual ocupando el hueco. El viejo profesor contestó simplemente: llamar a un buen arquitecto. Como en una dentadura, el diente caído no es sustituido por uno ya gastado, sino más bien por una moderna y cara prótesis que no desentone por bien hecha. El nuevo rico, quizá, se ponga un diente de oro» (Ref.).

Lo normal es que la ciudad recibida en herencia esté bien ajustada, en el mejor de los casos, a las necesidades de la generación anterior, pero no necesariamente a las de la que la recibe. Es necesario, por tanto, cambiar la ciudad para acomodarla a las condiciones del momento lo que supone dificultades (prácticas y teóricas) importantes.

En el extremo de la conservación total aparecería, como una caricatura de ciudad, la ciudad-museo, imagen final de algunos enfoques normativos (Ref.). Pero, sobre todo, con el resultado de una inadecuación funcional. Claro que el otro extremo sería la desaparición de este Patrimonio urbano heredado. Afortunadamente conseguir esta desaparición no deber ser tan sencillo. Lo prueba el gran número de conjuntos históricos que han conseguido mantenerse a lo largo de las sucesivas generaciones (Ref.). Y eso, a pesar de uno de los problemas más importantes que ha castigado la protección de nuestras ciudades históricas: el divorcio existente entre la planificación urbana y la protección del Patrimonio. Este divorcio no es cosa de ahora, ya que probablemente tiene su origen en el siglo XIX, cuando se empezaron a asumir estas competencias por organismos administrativos diferentes.

Lo cierto es que, aunque todos los esfuerzos deberían de centrarse en la coordinación, en este impulso común, las divergencias continúan en la actualidad, de forma si cabe más intensa. Y esto sucede en todos los niveles administrativos: estatal, autonómico y local, reproduciéndose de forma mimética la falta de coordinación y, en algunos casos, el antagonismo entre organismos con competencias urbanísticas (que engloban generalmente las de planificación), y organismos con competencias culturales (que suelen incluir en la mayoría de los casos las correspondientes a la protección del Patrimonio) (Ref.).

CREACION DE LAS ACADEMIAS

A pesar de que la atención al arte y a los artistas siempre ha sido una preocupación de los reyes españoles, lo cierto es que la protección del Patrimonio, tal y como hoy se entiende, no surge hasta la consolidación de las ideas ilustradas del XVIII, y tiene mucho que ver con la creación de las Academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.

En la primera mitad del XVIII la Ilustración pugnaba por introducirse en la sociedad española. La punta de lanza fueron las tertulias y ciertas universidades receptivas a las nuevas ideas. Precisamente algunas de estas tertulias dieron lugar a las Academias (Ref.).

En casa del abogado Julián Hermosilla se reunía, desde el año 1735, una tertulia, que primero se llamó Academia Universal y luego Academia Española de la Historia. Uno de los tertulianos que se incorporó en 1736, Blas Nasarre, que era bibliotecario mayor del rey consiguió trasladar ese año las reuniones a la Biblioteca Real, donde se redactan los Estatutos. Por fin, Felipe V aprueba definitivamente su fundación el 17 de junio de 1738 (Ref.).

Otra tertulia, esta vez de Domingo Olivieri, fue el germen de la actual Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Felipe V, en julio de 1744 aprueba las «reglas para que, después de dos años de práctica, puedan contribuir a la formación de leyes para la academia de escultura, pintura y arquitectura, que se intenta fundar en Madrid». Ocho años después, el 12 de abril de 1752, Fernando VI firma el decreto de creación de la Real Academia de las tres nobles artes de San Fernando (Ref.), y una Orden de diciembre de 1873 le da el nombre que actualmente ostenta. Su lema: Non coronabitur nisi legitime certaverit (no será coronado sino aquel que luchare legítimamente), puede hacerse indicativo de su importancia en la lucha por la defensa del Patrimonio español (Ref.).

La Academia de la Historia y la de Bellas Artes de San Fernando, durante bastantes años fueron casi las únicas referencias legislativas al tratar el tema de la conservación del Patrimonio. Su importancia está fuera de toda duda si consideramos el cúmulo de competencias que se les asignan en la...

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