La reconstrucción dé santander

AutorJosé García Revillo
CargoRegistrador de la Propiedad
Páginas657-584

Page 657

Primero

Con motivo del centenario de la publicación de la Ley Hipotecaría española, se están celebrando varios actos en los que intervienen, como es natural, los Colegios Notariales, las Universidades Literarias y el Colegio de Registradores de la Propiedad. A mí se me ha confiado, no sé por qué, que escriba unas cuartillas a propósito de tema tan extenso y complicado como el de la reconstrucción de Santander, haciendo derivación hacia la parte que en ella tomó nuestro buen compañero Joaquín Reguera Sevilla.

Recuerdo perfectamente que poco después de ocurrir el incendio de Santander, en fecha 15 de febrero de 1941, tuve que ir a aquella ciudad para posesionarme del Registro de la Propiedad de Santoña.

Al bajar del tren y recorrer la zona siniestrada, dándome cuenta de la catástrofe que había ocurrido allí, me hice esta reflexión: ¡Qué serios problemas jurídicos se le presentan a esta ciudad, cuando pretenda resolver las consecuencias de este incendio! Y así fue, porque pasando el tiempo resultó que se avanzaba muy poco en la marcha de la posible reconstrucción de la ciudad.

No hay un solo acontecimiento humano que deje de tener repercusión en la vida del Derecho; El Derecho informa el correr de la vida de los hombres hasta en sus más mínimos detalles. El respirar,Page 568 el alimentarse, el procrear, el morir, suponen la existencia de normas jurídicas destinadas a garantizar esos actos. Hasta hay un derecho a pensar, aunque el pensar sea inevitable. Estamos sumidos en el Cosmos. Estamos lanzados en la existencia. Para vivir del modo que nos impone la Naturaleza, de la Naturaleza necesitamos. La que nos rodea, ¡inmediata o mediatamente afecta a nuestra vida y la vida de cada hombre es como un trazo más o menos sensible que en la naturaleza queda grabado.

Los hechos externos también nos influencian. ¿Quién sabe de qué dependemos? La omnisciencia, si pudiéramos alcanzarla, nos revelaría interferencias entre lo sensible y lo racional que nos producirían asombro, si es que el omnisciente puede asombrarse de algo. Un cambio atmosférico, una depresión de la capa terrestre varia el curso de toda la Historia. Lo minúsculo determina lo mayúsculo y al revés. Nadie sabe, definitivamente, de qué dependemos. Ahora el último adelanto de la ciencia consiste en asegurar que tal vez no haya ciencia, porque la noción de la exactitud, que ella requiere, para que no fallen los cálculos que sobre las leyes científicas se hacen, se esfuma y desaparece con la mayor facilidad. Para decirlo con más concreción: la ley de la causalidad, base del aparato científico moderno, está siempre asentada sobre la casualidad. En último análisis se ignora por qué sucede lo que sucede y por qué deja de pasar lo que no pasa. El hombre no es sólo el hombre, es el hombre y sus circunstancias. Pero la circunstancia no se somete al cálculo de la previsión, y, por tanto, relativamente para cada individuo, es aporética, esto es: implica cierre de abertura o de camino por desconocimiento elemental y exacto del verdadero. Y, sin embargo, la vida impone un ritmo a los que la viven y les obliga, valga la paradoja, a decidirse vacilando. La actitud del sabio ante ella no puede concretarse a lo que los griegos llamaban la epogé, o sea, la abstención ante el argumento dialelo, que desemboca inexorablemente en la ataraxia. La mejor solución es tomar algún camino que nos parezca, aunque no sea el mejor de todos, o no resulte el verdadero. Vale más caminar por una senda cualquiera que sea que dejarse extinguir, estúpidamente, en el cruce de todas las posibles. Y luego, que, también puede suceder que no sea hacedero el dejar de hacer algo.

El fin de la Historia parece que está predeterminado. Vamos imPage 569 pulsadosa cumplirlo con independencia de nuestra .voluntad. Un acontecimiento con apariencia de intrascendente cambia su rumbo de manera ostensible. Un rayo incendió la selva y puso al hombre en posesión del fuego; éste, fundiendo una clase de minerales; Le hizo conocer los metales. El canto que rodaba por una pendiente puso al hombre en condiciones de intuir la posibilidad de adelantar más espacio rodando que corriendo, y surgió la rueda. La facilidad de poder tocar los demás dedos de la mano con el dedo pulgar, le dio el instrumento máximo de la civilización, pues así pudo .sacar la punta á un palo, con lo que formó una lanza, y torcer una masa inerte, metálica, con lo que se dio cuenta de la existencia del tornillo. Y esto conquistaría al mundo, y supeditaría unos hombres a otros. Y el homo sapiéris lo fue, por que era homo faber y también ludens, que el trabajo y el fuego excitaron en el hombre la necesidad de la ciencia para servirse de ella, sino és que su servicio, de servicio le proporciona.

Los señores que se han preocupado de estudiar eso que se llama la «Filosofía de la Historia», o lo que es lo mismo: los qué han pretendido ver en la marcha dé la Humanidad medios adscritos aun fin; desde el profeta Daniel, que profetizando sobre unos huesos, entrevio un sentido téleológico a esto que está pasando; desde San Agustín, el hombre de mirada aguileña posada sobre el profundo abismo del porvenir/ qué entendió la Historia universal como un problema de división de ciudades que desembocan en la de Dios; hasta los mejores filósofos de nuestros días sin olvidar al profundo Hegel, al sistemático Kant, al impetuoso Fichte, a Max Nordau, a Berdiaeff, a Smith y tantos más, todos están acordes por lo menos en un punto y, este es: que las cosas suceden como deben suceder, aunque a nosotros no nos parezca que suceden bien porque hay armonía preestablecida; porque éste es el mejor de los mundos posibles; porque esto responde a una finalidad divina que, los hombres no pueden modifican Y si se quiere estamos supeditados al azar, o a lo que azar parece en nuestra escala de observación, porque es poco menos que imposible llegar al punto de felicidad que ansiaba Lucrecio cuando decía: «Félix qui potuit rerum cognoscere causas». Yo escribo estas cuartillas y el lector las lee tal vez porque Cleopatra fue una mujer bella, que si llega a ser fea, la Historia del mundo; como pensaba .Pascal, no hubiera sido: como es..CornoPage 570 también hubiera cambiado el rumbo de la Historia; si el caballo de Julio César hubiera tropezado al pasar el Rubicón. El agua de dos vasos, bebida con mala fortuna, cambió los acontecimientos mundiales visiblemente: La que tomó Alejandro Magno pocos días antes de morir y la que bebió Don Felipe el Hermoso al terminar un juego de pelota. La primera fue la que pulverizó un imperio; la segunda lo formó y le dio estructura. Si vive Alejandro más tiempo, Roma hubiera retrasado su destino histórico o lo hubiera cambiado. Si llega a viejo el padre de Don Carlos I de España, tal vez nos hubiéramos evitado el encontronazo con la tempestad que destrozó a la Armada Invencible. Sí un zapatero de Napoleón hubiera sido más prudente, no habría abandonado y perdido el Corso la batalla de Borodino, a lo que se vio obligado por el dolor que le producía una maldita bota que le apretaba; si Cromwell no hubiera padecido de urea, tal vez la cabeza del rey de Inglaterra hubiera estado más tiempo sobre sus hombros y la historia del imperio inglés sería distinta. ¿Quién puede precisar hasta qué punto tuvo participación en la batalla de Lepanto la complacencia afectiva de Doña Ana de Blomberg, amante que fue de Don Carlos I?

Este preludio, con sus pequeños ribetes de filosofía, no es improcedente: tiende a justificar cómo en una noche de febrero de 1941 un vendaval tortísimo, unos cables mal sujetos y un chisporroteo eléctrico, produjeron el incendio que arruinó una gran parte de la ciudad de Santander, y tal vez varió su trayectoria histórica.

Segundo

El relato, incluso anecdótico, del acontecimiento se ha hecho muchas veces. Los comentarios que sugieren sus efectos y derivaciones se están continuando desde que sucedió. A mí me toca, no sé por qué motivo, ser glosador de ciertas facetas de la catástrofe; Digo que no sé por qué motivo, porque no me explico qué razón hayan podido tener los organizadores de este Centenario para obligarme a escribir estas cuartillas. Estas palabras no las dictan ni la humildad ni la modestia, altas cualidades qué poseo y de las que no me alabo, porque son temperamentales y nada hice por tenerlas: me las dio Dios como me pudo haber hecho dueño de una,Page 571 voz, o de habilidad para manejar la cítara. Todo Se debe a que tengo buenos amigos y a que carezco de la energía suficiente para negarme a soportar cargas que sé que no puedo sobrellevar.

Veremos qué sale de lo que voy escribiendo y de lo que pienso escribir todavía. Mi trabajo sería sencillísimo si consistiese en manejar unos cuantos números, base de cierta estadística mejor o peor hecha, y en sumergir al lector en un maremágnum de consideraciones a propósito de la resolución de expedientes administrativos y jurídicos de toda índole que le llevarían al vértigo y a la privación sensitiva sin duda. Para mareos y para vértigos hartos hemos tenido que soportar los encargados de arreglar tanto...

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