El nacimiento de españa como nacion de ciudadanos

AutorLuis Palacios Bañuelos
Páginas29-48

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1. Liberalismo y revolucion francesa

La nota más definitoria del siglo XIX español es el liberalismo. El siglo XIX es el “siglo liberal”. Alcalá Galiano, liberal de raigambre, dice que el término “liberal” en su acepción moderna lo utilizó Burke en 1790 cuando, al hablar de los revolucionarios franceses, dijo que “su libertad no es liberal”. En 1799, tras el 18 Brumario, Napoleón se vio como triunfador de “las ideas liberales”. Pero será en el Cádiz de las Cortes cuando el término se utilice con sentido político moderno para designar a un partido, frente al contrario, el absolutista. A partir de esos momentos, la organización política del Estado, las instituciones y la misma sociedad se enmarcan en ese liberalismo.

El telón de fondo sobre el que tienen lugar estos acontecimientos es un hecho determinante para el devenir histórico y definidor de los nuevos tiempos, la Revolución francesa. Su antecedente inmediato es la Ilustración que, en el plano social y mental, supuso un desafío al pensamiento tradicional, al impulsar valores como racionalidad, tolerancia y secularización. De allí pro-cede lo que la modernidad confirma, la aparición de una nueva ética civil, al margen de autoridades religiosas, rompedora de los esquemas hasta entonces vigentes. El pensamiento liberal será, en buena medida, un producto de la Ilustración.

2. La nacion y la patria

Históricamente la nación española surge cuando el Antiguo Régimen fenece y el liberalismo se define como nueva fórmula. No hace falta recordar que España es una nación desde el siglo XV-XVI, aunque Américo Castro fija en el siglo XIII la aparición de lo español. Tras la labor de unidad realizada por los Reyes Católicos, será con los Austrias cuando España se forme como nación, cuando se construya el Estado. Se hablaba ya entonces –y se acepta-

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ba– de Monarquía Hispánica y Monarquía de España como conceptos llenos de contenido, al disponer de instituciones, símbolos y proyecto comunes. Llega más tarde la Ilustración con su gran bagaje ideológico de modernidad que cristaliza en la Revolución Francesa. En España los ilustrados, partidarios de la moderación y del armonismo, son una minoría que no pretendieron romper con la tradición católica ni con la Monarquía absoluta y que prefieren la evolución a la ruptura y el empirismo a la utopía y su acercamiento a la modernidad lo hacen desde su concepción católica del mundo.

Explica Carmen Iglesias que es durante el siglo XVIII cuando se lleva a cabo “la formación de la nación como programa, como sentimiento claramente manifestado en la voluntad de ser nación” y Juan Pablo Fusi añade que “literalmente, ni Castilla, ni la mística, ni las castas: el reformismo ilustrado hizo a España como nación”. España entra en la contemporaneidad en las últimas décadas del siglo XVIII con un hecho fundamental: se hace como nación. Palacio Atard se refiere a este momento histórico como de nueva fundación de España. El desencadenante comienza en 1808 con la Guerra de la Independencia, primera del conjunto de guerras de liberación y nacionales que, como la rusa o la alemana, tienen lugar en Europa como reacción contra la invasión francesa y como defensa de lo propio. Al mismo tiempo se pone en marcha una revolución liberal burguesa que se consumará años más tarde.

El ataque a la tradición reaccionaria y la exaltación de la razón, herencia del siglo XVIII y de la Ilustración, son cambios por sí mismos definitorios de la modernidad. Una de sus consecuencias sería que se rompe con la praxis tradicional de considerar la constitución del reino como el orden social fijado por las normas consuetudinarias del Antiguo Régimen para retomar la noción medieval de pacto suscrito entre el monarca y los súbditos pero amparándose en la soberanía nacional. Esta fórmula encuentra rápidas protestas de los grupos que se ven amenazados. Los contrarrevolucionarios y reaccionarios empiezan a tomar cuerpo desde la última década del XVIII articulando un bloque de defensa de los principios inspirados en la alianza Altar y Trono que tienen su expresión teórica, por ejemplo, en las obras del famoso P. Vélez, “Preservativo contra la irreligión” (1812) y “Apología del Altar y del Trono” (1818), tal como ha estudiado Herrero en “Los orígenes del pensamiento reaccionario español”.

Lo más notable de la nueva etapa es que España se hace como nación y los españoles viven y sienten con normalidad e ilusión la idea de patria y patriotismo. Detengámonos en ello. El concepto de nación está históricamente unido al de liberalismo pues precipita la toma de conciencia de pertenecer a una comunidad nacional; a ello ayudan factores varios como la nueva definición de la soberanía –que será nacional– y la aparición del concepto “nación en armas” como respuesta a ejércitos invasores. Tres retos tiene ante sí el liberalismo español en estos momentos: definir de nuevo la nación española, construir el Estado y defenderse frente a los acosos absolutistas. Retos que se irán superando poco a poco a lo largo de la primera mitad del siglo XIX pues laboriosa fue la construcción del Estado liberal español y no faltaron

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dificultades en la transformación de la sociedad española en su paso del Antiguo Régimen a la modernidad1.

Todo ello tiene lugar en una España que vive un intenso debate político en el que Carlos IV, Godoy y el propio Fernando VII serán los protagonistas. Un debate que en el fondo es sobre la nación y que alcanzará su punto culminante en la Constitución de Cádiz. En efecto, si España como realidad política, social y económica nace en estos años, su carnet de identidad le llega con la Constitución de 1812. España se configura alrededor de la idea de progreso y de defensa de derechos y libertades individuales. Esto tiene consecuencias importantes. Hasta entonces el rey absoluto es rey y gobierna por la gracia de Dios. En la nueva situación la fuente de legitimidad es bien distinta, es la soberanía nacional, es la nación. La nación es la representación de la sociedad española que sale del Antiguo Régimen, es la nueva forma de identidad que se adopta en este preciso momento. Porque es la nueva sociedad desacralizada la que legitima el ejercicio del poder en la nación.

Y una nación, ¿es o se hace? Esta pregunta tiene, sin duda, respuestas muy distintas. Lejos de todo esencialismo, responderemos con Pérez Vejo que “la nación es sólo la representación que las sociedades nacidas de las convulsiones el Antiguo Régimen dan al problema de la identidad en el momento histórico concreto de la desaparición de éste”. Entraríamos así en el tema de la identidad nacional2.

La segunda parte del epígrafe hace referencia a la patria. En los inicios de esta Historia –principios del siglo XIX– se detecta la existencia de un sentimiento de amor hacia la patria o nación. Maravall constató con qué fervor se

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empleaba en el siglo XVIII la palabra patriota. A partir de 1760-1770 son de uso corriente las palabras patria, patriota y patriotismo que se empleaban con toda normalidad, sin connotaciones de ningún tipo. Será a lo largo del siglo XIX y posteriormente cuando el vocablo se cargará de connotaciones nacionalistas, excluyentes, desde el momento que se define a la nación como una “identidad cultural y étnica”. Las guerras que España tiene que librar desde finales del siglo XVIII ayudaron a fortalecer los lazos de unión entre los españoles, acrecentando el sentimiento de pertenecer a una misma comunidad. Y aquí no sólo hay que hacer referencia al levantamiento popular y patriótico de 1808, donde lo que estamos diciendo es obvio. La valoración de la patria era tal, que la propia Contitución de Cádiz dirá en su art. 6 que “El amor de la patria es una de las principales obligaciones de todos los españoles...”.

Un apunte final. Los acontecimientos de estos años dieron pie a la creación de tópicos sobre España y los españoles que han permanecido en la memoria colectiva. Los guerrilleros, los bandoleros, el comportamiento pro-liberal, el Cádiz sitiado y cuna de la primera Constitución, el liberalismo, etc. crearon imágenes, en gran parte a través de los escritos de los viajeros extranjeros –hay fichados unos 124 libros escritos en la primera mitad del siglo XIX–, que nutren ese imaginario colectivo de una España romántica, de valientes, liberal y progresista.

3. La guerra de la independencia

En 1808 comienza en España una guerra contra los ejércitos napoleónicos que han invadido España. Se trata de una guerra en la convergen diferentes planos. Podríamos decir que es una guerra internacional entre las dos potencias del momento, Francia e Inglaterra. También es una guerra nacional librada en defensa de lo propio, una sublevación patriótica contra los franceses que los liberales asociaron con su antiabsolutismo; es además un levantamiento popular en el que no faltaron protestas sociales. Es, como decía Jovellanos, una guerra civil pues las élites se dividieron a favor y en contra de los franceses. Fue una lucha con fuertes dosis de xenofobia anti-francesa, y el odio a los “gabachos” perdurará mucho tiempo. Se la denominó “la guerra de España”, “la santa insurrección española”, “nuestra gloriosa sublevación”, “la heroica guerra contra Napoleón”, “guerra de usurpación” y “gloriosa revolución de España”. El concepto de “Guerra de la Independencia”, expresión acuñada en los años veinte y treinta, no aparece como título de un libro hasta 1833 y se impondrá por los liberales a partir de 1844 con la obra de Miguel Agustín Príncipe. Estamos ante un hecho de enorme complejidad y, como tal, no exento de contradicciones.

La Guerra de la Independencia española (1808-1814)3es la reacción contra la invasión del ejército napoleónico, hijo y...

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