Marco conceptual de la participacion en el gobierno local: pros y contras

AutorJosé Vilas Nogueira
Cargo del AutorCatedrático de Ciencia Política. Universidad de Santiago de Compostela
Páginas45-60

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La cuestión de la participación política es particularmente difícil. Concurren a esta dificultad la vaguedad de la noción de participación, la muy frecuente confusión entre participación y democracia, la poderosa ofensiva ideológica "participativista" y otros factores, algunos de los cuales serán examinados circunstanciadamente en las páginas siguientes. La proyección de la problemática de la participación en el terreno del gobierno local aconseja afrontar previamente aquellas dificultades.

1. La noción genérica de participación

Tomada en un sentido genérico, la participación política apenas es susceptible de definición. Por ejemplo, en su ya clásica obra, Milbrath ofrecía un catálogo de modalidades de participación política que incluían desde actitudes típicamente pasivas, como la audición a través de la radio de noticias políticas, y otras similares, hasta formas caracterizadas de compromiso activo en operaciones políticas. Las tipologías de acciones o conductas participativas ofrecidas por muchos autores posteriores abarcan elencos de parecida amplitud. En general, de este magma de posibles actos participativos se han intentado desprender, como ejes de estructuración, categorías más precisas. Se ha hablado, así, de participación directa frente a indirecta, electoral frente a no electoral, convencional frente a no convencional, etc.

Menos frecuente ha sido el énfasis en una diferenciación quizá más importante: la naturaleza del acto de gobierno en que se participa y el alcance sobre el mismo de la actividad participativa. Poco en común, más allá de la palabra, parece haber entre participar como receptor de información de los gobernantes, como transmisor de información (ya sea de inputs de demanda o de apoyo, por decirlo en palabras de Easton) a los gobernantes, participar en su elección, o en la integración de las decisiones de gobierno. Sin embargo, lamentablemente la ideología y la moda "participativistas" tienden a confundir actividades tan diferenciadas mediante el uso y abuso del pseudoconcepto de "participación política". ¿Qué tendrá en común -se preguntará el observador que conserve algo de sentido- el ver las noticias en laPage 46 televisión con el ser miembro de la ejecutiva de un partido político? Son dos modalidades de participación política, le contestará autorizadamente el politólogo (mientras procura la encomienda por cualquier Administración pública de un detallado informe sobre la cuestión). Pues sí, serán, pero no se ve la utilidad de englobar en una pretendida categoría actividades tan heterogéneas y de frecuencia estadística abismalmente diferente.

En consecuencia, la participación tiende a convertirse en un término ómnibus que abarca los más diversos comportamientos y puede ser referida a instituciones de muy varia naturaleza e incluso a sistemas políticos muy diferentes.

2. Sociedad de masas y participación directa

Aunque no sea el mejor argumento, una de las justificaciones más utilizadas a favor del gobierno representativo ha sido la del tamaño de las sociedades contemporáneas. La democracia directa sólo sería posible, se dice, en pequeñas sociedades. Incluso se invoca el precedente de Rousseau, abogado de la democracia radical (e involuntario precursor de los totalitarismos contemporáneos y otras cosas no más convenientes). En sus ensayos legislativos, el ginebrino limitó la consecuente aplicación de sus principios a pequeñas comunidades. Pero en la misma medida en que crecía el tamaño de nuestras sociedades, y en que se profesionalizaba la actividad política, la democracia resultaría desvirtuada por el gobierno (meramente) representativo. Las masas estarían alienadas de la política, o del espacio público, si se prefiere decirlo así, viendo limitada su participación a votar cada cuatro años (o cada dos o tres). En consecuencia, los partidarios de un cambio de rumbo, de una "verdadera" democratización de la política, descubren un rico potencial de urgencias participativas insatisfechas, en el conjunto de la ciudadanía, al amparo de la legitimidad siempre creciente de los principios igualitaristas (que estos políticos y arbitristas identifican irreflexionadamente con democráticos). Sin embargo, no hay ninguna evidencia empírica de la existencia de tales urgencias participativas, y sí de lo contrario. La gente participa poco en política de manera directa y concede poca relevancia a esta participación.

Desde luego, la cuestión del tamaño de la sociedad, por sí sola, aislada de otras evoluciones emparentadas, no es hoy un argumento serio en contra de la participación directa. Los progresos tecnológicos permiten, hasta extremos hace poco tiempo impensables, incluso en sociedades muy extensas, este tipo de participación. Los ciudadanos podrían, a través de terminales informáticas, integrar en un corto período de tiempo las decisiones más diversas. La colección de la información y el procesamiento de las diversas opciones pueden hacerse simple y rápidamente. El problema que suscitan estas posibilidades tecnológicas de participación directa se sitúa en otra parte. Sin instancias mediadoras, es probable que el resultado de la agregación de aquellas opciones individuales anule las visiones generales y de conjunto y ofrezca un cuadro de radical inestabilidad, derivado de una sucesión de decisiones adoptadas según las variables impresiones del momento.

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Ello es así, porque las sociedades contemporáneas no sólo son más extensas sino infinitamente más complejas que las de la antigüedad clásica (o, incluso, que la sociedad norteamericana en los tiempos de su independización de la Corona inglesa). Esta complejidad ha alumbrado la profesionalización de la actividad política (y, también, del estudio de tal actividad). La mediación de la participación política ha cobrado una importancia desconocida en la historia, expresada significativamente por el desplazamiento de hecho del poder desde los representantes a organizaciones especializadas en la mediación (articulación y agregación de demandas, si se prefiere), tal los partidos políticos. La política se ha profesionalizado y los profesionales de esta actividad disponen, en cantidad y calidad, de recursos (tiempo, dinero, información, capacidad de actuación concertada, habilidades de propaganda y manipulación) a los que el ciudadano común no puede ni en sueños aspirar.

La situación ofrece, así, una contextura dilemática. En la senda de algunos clásicos contemporáneos (como, con diferentes matices, Schumpeter, Almond o Sartori), debido a la complejidad de los asuntos políticos y al tipo de conocimiento especializado que requiere su gestión, podría sostenerse que un cierto grado de apatía de los ciudadanos debería ser bienvenido en cualquier democracia representativa, y que las decisiones políticas básicas y cruciales deberían ser dejadas en manos de representantes. El ideal de la democracia como "gobierno de aficionados" sería, por atractivo que pueda resultar, un anacronismo. Pero la profesionalización de la mediación representativa promueve una oligarquización de hecho de la democracia, a veces hasta extremos que superan todo lo conveniente. Por otro lado, en cambio, la participación directa promueve la fragmentación, la "particularización" de la política, la entrega del interés general al juego desordenado de los intereses corporativos, etc. ¿El marco del gobierno local será más propicio para encontrar una síntesis entre los aspectos positivos de uno y otro escenario?

3. Generalización, pero "desespecificación" de la democracia

Desde hace aproximadamente un siglo, asistimos a un proceso de creciente generalización, difusión y valorización del término democracia, cuyos hitos principales se sitúan en el final de la II Guerra Mundial (con la derrota de los regímenes nazi-fascistas y de la autocracia tradicional japonesa); el subsiguiente proceso de descolonización (que supuso el nacimiento de nuevas naciones con regímenes legitimados democráticamente, aunque de hecho hayan sido, y aun sigan siendo, mayormente gobiernos despóticos); y, finalmente, la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS (en naciones también con gobiernos nominalmente democráticos, aunque de hecho no siempre lo sean).

Entre los clásicos, antiguos y modernos, el término "democracia" designaba, cualquiera que fuese su valoración, conforme con su etimología, un régimen político. Ahora, en cambio, predomina su denotación como un procedimiento de adopción de decisiones, no sólo en la esfera política, sino susceptible de ser proyectado a las másPage 48 diversas esferas de la actividad humana. Pero en un acto de prestidigitación se han proyectado los valores legitimadores alcanzados por la primera acepción a la segunda. Como consecuencia de la manía participativa se ha abocado a una reducción del significado del gobierno. Más en concreto se ha producido una desespecificación de la democracia. La noción que actualmente expresa el término ha dejado de ser un régimen político, o un sistema de gobierno de la sociedad, para ser referido a grupos particulares, a veces radicalmente inadecuados para la proyección del concepto. Cualquier ámbito de la actividad humana sería susceptible de "gobierno democrático"...

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