Gómez De La Serna

AutorLa Redacción
Páginas417-439

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Conferencia pronunciada por O. Fernando Campuzano y Horma el día 22 de Abril de 1930 en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación 1.

Señores Académicos :

En el ciclo de conferencias que ha organizado esta Real Academia de jurisprudencia, para conmemorar el segundo centenario de su fundación, me ha cabido a mí la suerte-que para vosotros seguramente será desventura-de hacer la biografía, en la tarde de hoy, de D. Pedro Gómez de la Serna, que en los años 1856, 1857 y 1858 presidió esta Casa y dirigió los trabajos y orientó las tareas que en ella se realizaron.

Convencido estoy de que he de defraudaros, porque no he de saber sacar de la figura interesantísima de Gómez de la Serna los relieves y matices que su vida ofrece ; quizá por ello habría sido más discreto que hubiese declinado el honor que se me ha conferido, pero, claro es, el arrepentimiento ahora ya sería tardío. Este es el trance del peligro, y la hora del peligro no debe ser nunca la hora de la retirada.

Por ello me vais a permitir que brevemente os explique la causa de haber echado sobre mí una tarea que es superior a misPage 418 fuerzas y de haberme atrevido a ocupar esta tribuna, enaltecida desde hace tiempo, y tan recientemente también, por los más elevados prestigios de la política, del derecho y de la oratoria.

La razón de que yo os dirija hoy la palabra es la siguiente: hay para mí, en la literatura jurídica moderna española, no contemporánea, tres hombres, tres personas insignes, a las que tengo una especial devoción y con las que me enlaza una singular simpatía. Esas tres personas son éstas : D. Claudio Antón de Luzuriaga, D. Pedro Gómez de la Serna y D. Bienvenido Oliver y Esteller. Ellos tres son considerados por mí como los padres y fundadores del Derecho Inmobiliario español ; ellos tres prepararon los cimientos y abrieron los surcos en que había de fructificar luego el Derecho Hipotecario de España, y de tal manera lo hicieron, que la estructura por ellos ideada parecía tan sólida y tan bien construida, que casi daba la sensación de una obra definitiva, y bien podemos decir que hasta autores contemporáneos, que tenemos la dicha de que convivan con nosotros, no ha habido necesidad de reformarla, ni cambiarla en lo que pudiera considerarse corno sus principios fundamentales o su doctrina esencial.

Ellos tres fueron los que me iniciaron en los estudios hipotecarios, a los que había de consagrar luego el resto de mi vida con mejor deseo que fortuna. Por eso ellos constituyen tres figuras a las que me siento atraído con esa sugestión afectuosa y espiritual que se establece siempre entre maestro y discípulo.

Pero, además, por lo que se refiere a La Serna, tengo con él un vínculo especialísimo. Como vosotros sabéis, él fue el primer hermeneuta de nuestra Ley Hipotecaria 2, que antes de empezar a regir el año 63, estaba ya comentada en una exégesis magistral que apareció el año 1862. Esta obra, iniciada por Gómez de la Serna, fue después continuada por otros dos hombres eminentes en el Derecho Hipotecario que la llevaron a cabo, acaso con menos bríos científicos, pero tal vez con más éxito externo : D. Ra-Page 419fael de la Escosura y D. León Galindo Vera. A su vez, al desaparecer éstos, un compañero mío, que yo me complazco siempre en recordar, D. José Morell y Terry, fue el encargado de proseguir aquella labor, y a la muerte de Morell y Terry, una suerte inmerecida ha puesto en mis manos el tesoro que ellos acumularon de Legislación hipotecaria, para que sea yo el encargado de vigilarle y seguirle cultivando.

Por lo tanto, yo me considero como un descendiente directo, en el orden hipotecario, de Gómez de la Serna. El rico patrimonio que él formó ha venido a mis manos a través de Galindo y Escosura y de Morell y Terry; así es que yo podría calificarme a mí mismo como el heredero, como el testamentario, casi, casi, como el biznieto jurídico de D. Pedro Gómez de la Serna. Desgraciadamente, aquel patrimonio científico por él fundado ha sufrido, y sufrirá en mis manos, mermas de gran consideración; pero siempre me cabrá, como cabe a esos descendientes de los héroes o a esos últimos vástagos de familias linajudas y opulentas que han venido a menos, el honor de envanecerme de mi ilustre ascendencia hipotecaria.

Con esto, señores, quiero decir que indudablemente cualquiera de vosotros podría hacer la biografía de D. Pedro Gómez de la Serna de manera más brillante, más erudita, más profunda, más elocuente; pero ninguno de vosotros la haría con más cariño, más afecto y más entusiasmo que la he de hacer yo.

Pero he aquí, señores, una extraña paradoja. Yo, que como os he dicho, experimento ese acendrado afecto y esa gran simpatía por D. Pedro Gómez de la Serna. Yo, que me precio de haber estudiado y conocido su. obra, sobre todo en lo que a Derecho hipotecario se refiere. Yo, que a todas horas le estoy estudiando, apenas conocía algún detalle insignificante de su vida ; los hechos que constituyeron la trama de su vivir cotidiano me eran desconocidos desde el punto de vista personal de Gómez de la Serna. Pudiera parecer esto un signo de ingratitud, y, tal vez, en ello hubiera algo de egoísmo, pero si bien se mira, señores, si reflexionáis sobre ello, veréis que no es más que el cumplimiento de una ley natural que se da necesariamente en la humanidad, porque mientras existimos, mientras respiramos sobre el planeta, nuestra vida es la que engendra y la que sustentaPage 420nuestras obras; en cambio, cuando desaparecemos de la tierra, es al revés: son nuestras obras las que engendran nuestra vida. Por eso cuando yo estudiaba las obras de Gómez de la Serna, tratando de penetrar en sus ideas, en realidad lo que hacía era estudiar la verdadera vida de La Serna, porque penetraba en su pensamiento, que es donde el espíritu pone su actividad, y el espíritu es lo permanente, lo inmortal, lo más excelso de nuestra naturaleza ; es realmente lo que constituye nuestra verdadera personalidad.

Claro está que si yo os hablase hoy de la obra de La Serna cometería una impertinencia. Por conocerla vosotros mejor que yo, y desde luego por estar más capacitados para juzgarla, no es necesario que os repita una lección que de sobra tenéis aprendida. Por añadidura, la índole de estas conferencias parece que se presta a la nota cordial y afectiva mejor que al enjuiciamiento crítico de una producción científica. Voy, pues, a daros las noticias más completas que he podido recoger respecto de la vida de La Serna.

Os he de confesar, por si queréis mejorar lo que os diga, las fuentes informativas de que me he valido. Es de notar, sin embargo, que La Serna, a pesar de que por sus múltiples actividades dejó huella indeleble en muchas esferas, no ha sido todavía objeto de un estudio biográfico verdaderamente serio y detenido.

Puede decirse que no hay más que una biografía de La Serna ; la que hizo su amigo y fraternal compañero D. Juan Manuel Montalbán, Catedrático como él de la Universidad Central. Es cierto que hay otras dos, la que en el año 1898 hizo D. Enrique Corrales Sánchez, y otra de un distinguido compañero nuestro 3, que figura en un volumen editado por esta Academia, dedicado al Instituto de Derecho Internacional; pero las dos están inspiradas en la primeramente citada. La de D. Enrique Corrales Sánchez sólo añade a aquélla el relumbrón literario de una elocuencia barroca, muy propia del siglo XIX ; en cambio, la dedicada alPage 421 Instituto de Derecho Internacional tiene la nota interesante de enfocar subjetivamente y a través de una crítica serena la labor de mi biografiado.

Hay también1 para conocer la figura de La Serna un arsenal inagotable e inexplorado de datos y noticias; me refiero a los libros, papeles y documentos del archivo que este hombre ilustre tenía, guardados hoy con religioso respeto por otro académico, por D. Pedro García de la Barga, que amablemente los ha puesto a mi disposición, y de los cuales, cuando el diario afán, me lo permita, he de hacer un estudio detenido.

Así, pues, a esas tres fuentes biográficas, y a los datos y noticias que me ha facilitado D. Pedro García de la Barga (cuyo puesto me parece usurpar en este momento), he de remitiros, y con ello, y con las obras escritas por mi biografiado, podréis ampliar lo que voy a decir.

Del examen de conjunto que yo he hecho, he llegado a la. conclusión de que Gómez de la Serna era un hombre sereno y de un espíritu leño de ecuanimidad. En él todo era ponderación y equilibrio. Le faltaba esa idiosincrasia específica que caracterizaba los hombres célebres.

Era desde luego un meridional, pero su meridionalismo no es tampoco como el de la generalidad de los hombres del Sur; no es el espíritu apasionado y vehemente, propenso a los arrebatos de la elocuencia y a las improvisaciones más o menos afortunadas; al contrario, los impulsos espontáneos de su corazón se sujetaban siempre al control de una lógica severa; y su lenguaje, tanto escrito como hablado, carecía de la fastuosidad y de la pompa oratoria de que hacían gala sus contemporáneos; en cambio tenía la suprema elegancia de la sencillez y la fuerza persuasiva que nace de las convicciones hondamente sentidas.

Su meridionalismo no se reveló en el fervor ardiente de un criterio unilateral, sino que se caracterizaba por una inquietud perpetua de su espíritu, por una actitud anhelante, por una expectación que le mantenía siempre en acecho, escrutando todos los puntos del horizonte buscando un tema inédito, un motivo nuevo, para estudiarlo, examinarlo, concretarlo y propagarlo.Page 422

Esa inquietud de su espíritu da lugar a las fuerzas encontradas que en él radican, y, que por ser todas de igual impulso, al converger en un punto, engendran ese equilibrio que es toda la psicología de La Serna. Por eso es a la vez hombre de acción y de reflexión, espíritu analítico y sintético, temperamento teórico y práctico...

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