Fracaso de la reforma institucional a finales del reinado de Felipe III

AutorCarmen Bolaños Mejías
Páginas659-684

Page 659

I Introducción

Durante el siglo XVII se produjo una profunda evolución de la administración de carácter organizativo y funcional que afectó a la relación establecida entre el rey y la aristocracia, obligando a ésta a profesionalizarse, so pena de verse excluida del ámbito de influencia del gobierno de la monarquía, de manera que los miembros de la nobleza que deseaban permanecer en el círculo íntimo del rey optaron por prepararse convenientemente. Este afán de formación no era más que una de las estrategias que la nobleza debió utilizar para adecuarse coherentemente a los requisitos que exigía la administración del Estado, adjudicándose nuevas funciones que la incluyeran como pieza fundamental en la estructura burocrática de la administración y que, a la par, le permitieran conservar su preeminencia social y económica.

El monarca ocupaba la cabeza del entramado orgánico de la administración y ejercía un poder soberano, y no presentó ningún obstáculo que en la práctica estuviese asistido por consejeros que le ofertaban diversas opciones para la acción de gobierno, siendo de su exclusividad tomar la definitiva decisión sobre cualquier asunto. La colaboración entre el rey y los consejos era un principio fundamental de la literatura política, por lo que, a la hora de entender la figura del "valido", resultará más fácil considerar el papel decisivo de algunos consejeros y las distinciones que el soberano les concedía. Desde un punto de vista Page 660 funcional no era sino una variante de consejero, en la cual la relación que se daba entre el monarca y el favorito se definía por los poderes que ejercía, circunscritos al rey.

Algunos estudios recientes sobre los validos han argumentado su naturaleza y la evolución del valimiento en la monarquía española precisamente a partir del proceso de adaptación de la aristocracia a las necesidades institucionales del Estado 1, demostrándose así que la nobleza no estaba dispuesta a ceder su espacio cortesano, por lo que a través del valido o privado institucionalizó una figura que le permitiese intervenir en la dirección del Estado y le situase por encima de cualquier otra instancia político-administrativa. Según nos recuerda Tomás y Valiente, los validos en el siglo XVII podían ser mediocres o excelentes políticos, pero en definitiva, hombres de gobierno, ministros y aun primeros ministros del rey, que usaron de la amistad y la confianza reales como presupuesto legitimador 2. Esta premisa conduce inevitablemente a la conclusión que el mismo autor establece como requisito característico del valido: la íntima amistad con el rey.

Sin embargo, en referencia a la última década del reinado de Felipe III, es más prudente reconocer la importancia que tuvieron las rencillas nobiliarias en el proceso de inserción de la aristocracia en el centro del poder estatal, movida por la alta significación que se lograba en el plano político y en el social 3. Consanguinidad y afinidad eran la base del sistema, convirtiendo a las redes familiares en la principal fuente de apoyo del modo de gobernar. Además dichas redes clientelares operaban de tal manera que ciertas familias o miembros eran preferidos cuando había que ocupar los puestos más altos de la administración, de forma que, cuando un miembro de dicho grupo alcanzaba una posición destacada gracias a su amistad con el soberano, debía emplear sus posibilidades de patronazgo Page 661 al servicio del rey, pues sus facultades e intervenciones en el gobierno provenían del cargo que ocupaba y que le determinaba como primer servidor del rey más que como pieza fundamental del gobierno.

Este proceso de inserción de la aristocracia como elemento clave de la administración del Estado resulta indispensable para situar en su justo punto la existencia del valido. A priori, el funcionamiento de esta institución implicaba una estructura de fidelidad clientelar que puede interpretarse como la permanencia residual de una obediencia interna al clan y a la propia estructura de una sociedad jerarquizada, pero no podemos dejar de advertir ciertas novedades. La fidelidad al valido y a su facción se profesaba con miras a utilizar el patronazgo regio, a explotar los recursos públicos y a consolidarse en la esfera del poder. No debemos olvidar que, en la práctica, era la opinión del valido la que constituía la base de muchas operaciones de la monarquía y la que, con su actuación, potenció el poder absoluto del rey.

El objetivo de este trabajo no es abordar una lucha de facciones cortesanas, sino demostrar que, para una parte importante de la aristocracia castellana, el acceso al poder requería de una fórmula calculada para promover el relevo gubernamental en un período marcado por un sustrato de efervescencia política e intelectual en el que se buscaban soluciones a los problemas que afectaban al gobierno de la Monarquía Hispánica.

En cuanto al modo de actuación del valido, no se percibe una ruptura en las reglas que defendían la independencia de las decisiones regias, ya que en ningún caso se olvida que, en la toma de decisiones, la responsabilidad última correspondía al monarca. Este respeto al poder real se daba dentro de una sociedad que esperaba que sus reyes actuasen como tales, argumento del que estaban convencidos, incluso, quienes tenían interés en reformar el sistema estructural de la monarquía. Este asunto afectaba al esbozo de un concepto racional del poder ejercido de hecho por el valido, cuyo destino era desempeñar un papel relevante al servicio del Estado, o lo que es igual, de su rey.

Sin embargo, conviene precisar la perspectiva desde la que se ha abordado este trabajo; en primer lugar, se enmarca dentro del sistema político de la administración central en general, y en particular de la institución más próxima a la monarquía: el valido, que encabezaba los órganos de la administración; pero también el análisis afecta a otros temas, siendo el principal la propia significación del valimiento y de su proyección social y política, derivada de la relación entre monarca y ministro, que es la que proporcionaba al valido la posibilidad de intervenir en el gobierno, junto al fortalecimiento de la institución que llevó a que todos los demás órganos de la monarquía le estuviesen sometidos. Teóricamente, la figura del valido estaba reservada a la nobleza, porque existía el convencimiento de que sus miembros eran los más capaces para enfrentarse a los grandes problemas del Estado, tanto domésticos como internacionales.

Indudablemente, han sido las fuentes documentales consultadas en el Archivo Histórico Nacional (AHN): secciones de Consejo y Estado; Archivo General de Simancas (AGS); Archivo del Palacio Real (APR) y su Biblioteca (BPR); la Biblioteca Nacional de Madrid (BNM): sección de manuscritos; el Arquivo Page 662 Nacional da Torre do Tombo (ANTT) y la Biblioteca Nacional de Lisboa (BNL), las que han aportado la mayor parte de la información sobre la que se apoya nuestro discurso interpretativo. Otro factor importante lo han constituido las referencias historiográficas que mostraban relación directa con el material utilizado 4.

II Proyección social del valido

La amistad con el rey se hacía patente cuando alguien vivía en palacio y en trato continuo con el monarca, pero no todos los cortesanos disfrutaban del mismo grado de confianza y acceso 5, por más que fuese característica común a todos ellos su pertenencia a la nobleza, distribuyéndose en distintos linajes que mantuvieron una pugna palaciega, en la que algunos autores han visto la existencia en la corte de distintas tendencias políticas 6.

La nobleza siempre estuvo representada en la Corte: no en vano se reservaba en exclusividad los cargos de consejeros en el Consejo de Estado y de Guerra 7, y puesto que en los Consejos de Hacienda, de Indias, de Castilla y en otros, las funciones que debían desempeñar los consejeros eran muy diferentes, el reclutamiento también lo era, encontrándose con frecuencia a especialistas en derecho Page 663 atendiendo estas tareas 8. Otra responsabilidad que les estaba reservada a los aristócratas era la de embajador 9, gobernador o virrey, en cuya preferencia podemos considerar que el cargo de virrey era tan apetecido como el de Consejero de Estado, especialmente en los territorios italianos, pues aseguraban poder y prestigio, y a veces estaban acompañados de importantes ingresos 10. Feliciano Barrios ha elaborado un catálogo de los consejeros de cada reinado y, en concreto, en el de Felipe IV llegó a contabilizar ochenta y seis: "diez y seis eclesiásticos y setenta laicos (...). De los setenta laicos, sesenta y tres aparecen con títulos nobiliarios" 11. De estos últimos, durante el período 1595-1621, once habían sido virreyes, tres embajadores y diez comandantes del ejército 12. Realmente la nobleza titulada ocupaba posiciones importantes en el aparato institucional de la monarquía, notoriamente en todo lo relativo al ejército y a la política exterior.

Fue, sin embargo, a comienzos del siglo XVII cuando los nobles mostraron interés especial en hacerse notar en la corte 13. Los altos cargos palatinos, que siempre fueron una prebenda, incluían altas retribuciones, junto a ventajas honoríficas Page 664 y otras oportunidades inherentes a la comunicación diaria con el soberano, por eso eran los más apetecidos, a pesar de que también llevaban aparejada la obligación de realizar unos gastos indirectos excepcionales. Aceptar la distinción obligaba al noble a establecer casa en Madrid, a asistir a las jornadas reales y a demostrar en cualquier actividad el rango que ocupaba en la jerarquía nobiliaria y cortesana, realizando un consumo suntuario excesivo 14. Estas obligaciones no fueron contempladas como un inconveniente por aquellos...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR