Gutiérrez Girardot y su método para formular problemas científicos en los estudios literarios

AutorEdison Neira Palacio
Páginas147-153

Artículo derivado de la investigación «La función social y política del escritor en Colombia y Amé-rica Latina» (CODI-Universidad de Antioquia).

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El método de análisis literario de Rafael Gutiérrez Girardot (1928-2005) revolucionó los estudios literarios colombianos al actualizar, entre otras, las contribuciones de Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y José Luis Romero, quienes lograron anticiparse, sin ser aún superados, a los conceptos y experiencias de interdisciplinariedad, multiculturalidad y transculturación entre otros.

Uno de sus ensayos extensos, que comportan características de tratado, en el sentido de función ancilar (Reyes, 1950), es «La literatura colombiana en el siglo XX» (1984). A diferencia de las historias tradicionales de la literatura colombiana, que han enfatizado en construcciones cronológicas y temáticas, formula un esquema de articulación de ambos basado en problemas. En Temas y problemas de una historia social de la literatura hispanoamericana (1989) reelaboró esta metodología y el mundo conceptual que la fundamenta.

En su ensayo-tratado de 1984 los problemas articuladores son: la construcción de una literatura nacional incluyente y específica, la tensión entre escritores emergentes y élites, entre centro y regiones, entre el canon y expresiones no canónicas de la literatura, entre el público y el contexto cultural religioso (que denominó hispano-católico) y político.

El comienzo de la literatura colombiana en el siglo XX no es comprendido por Gutiérrez Girardot a partir de un dato más, es decir, un autor o una obra, sino bajo un «signo» que superó la transición de entresiglos que encarna en principio Guillermo Valencia (1873-1943) y sigue desplazándose en el tiempo, la «simulación» (1984, 453), un problema histórico y una variable historiográfica que permite entender la constitución super-flua de gran parte de las letras nacionales. Este signo daba continuidad al mundo que satiriza Vergara y Vergara en Las tres tazas, y refleja que la formación del escritor está fuertemente condicionada por una exhibición de cultura nacida de manuales escolares o divulgativos y de «el lugar común». Este signo permanece hoy más aferrado que en la época de Valencia. Los ejemplos inmediatos de obras que avalan grandes y pequeñas editoriales son tantos, que perderíamos el horizonte ante la imposibilidad de ilustrar suficientemente el problema a la luz de un caso representativo. Lo fundamental para Gutiérrez Girardot fue hallar las tendencias que a la luz de un caso comprueban el carácter atávico de este signo.

Esta constitución superflua de la experiencia literaria impacta en el escritor y en el lector deformando sus universos. Condiciona al escritor en la medida que se ve obligado a legitimar sus personajes e historias aludiendo a la exhibición de erudición, de manual, y en pocos casos docta como en Rafael Maya, cuyos estudios, anota Gutiérrez Girardot, representan «el tipo del poeta doctus» (1984, 508) que aportó originalidad con su «intelectualización de la poesía». Pero en Valencia el desfile de la fama, de Qui

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jotes o Picassos, es superior a la historia misma y se convierte en un imperativo para la narración y el poema. A su vez, este desfile obliga al lector a validar la obra. Gutiérrez afirma que la poética de Guillermo Valencia se constituye de estos dos estratos y que ellos se complementan, es decir, que «el estrato culto es tan trivial como el metafórico» (1984, 452) cuando en su soneto «Homero» asemeja la cabeza del protagonista al invierno, un punto común, más que común. De aquí que Gutiérrez Girardot afirme:

La «estética de la dominación», de la que se sirvió por conducto de Valencia la clase señorial reinante para legitimar culturalmente su posición [...], no es otra cosa, al cabo, que la trivialización de la cultura. Como tal ha de entenderse el poema «Anarkos» [...] el famoso poema no es otra cosa que un resumen versificado de las «ideas sociales» de León XIII [...] la trivialización de lo trivial [1984, 452-453].

Leyendo a Silva

es un claro ejemplo de aquella trivialización. Desdibujando el espíritu rastacuere del poeta modernista, Valencia evoca el Diario así:

Vestía traje suelto de recamado biso

en voluptuosos pliegues de un color indeciso, y en el diván tendida, de rojo terciopelo,

sus manos, como vivas parásitas de hielo,

sostenían un libro de corte fino y largo,

un libro de poemas delicioso y amargo.

De aquellos dedos pálidos la tibia yema blanda rozaba tenuemente con el papel de Holanda

por cuyas blancas hojas vagaron los pinceles de los más refinados discípulos de Apeles: era un lindo manojo que en sus claros lucía los sueños más audaces de la Crisografía

Para no indicar nada, Valencia menciona al pintor antiguo Apeles (y a sus discípulos), apenas conocido a través de obras literarias y de pintores como Giambattista Tiepolo o de Sandro Botticelli (La calumnia de Apeles, 1495), luego pasa a mencionar «la férvida Eloísa» y «la suspirada Elsa», y así, abarrotadas y casi enumeradas, crestomanías y mitologías sin articulación de sentido dentro del poema, solamente mencionadas, para exhibir su erudición de manual, para impresionar al lector y, naturalmente, para opacar a Silva, el supuesto homenajeado en su poema.

Gutiérrez Girardot demuestra la simulación de Guillermo Valencia en este poema, y destaca el hedonismo, o más precisamente, el «barniz» del mundo señorial colombia-no, cuando Valencia describe a su personaje como...

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