Familia y Régimen Económico Matrimonial.

AutorJesús López Medel
Páginas95-100

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1. La familia, unidad espiritual, social y política

La familia es célula de sociedades intermedias. Esto constituye un hecho histórico. Como tal, a lo largo de la historia misma, se ha visto reflejado en la cultura, en el arte y-para lo que nos importa-en las formas jurídicas. Quiere decirse que la familia contiene los datos humano-naturales, que emanan de algo más que la simple unión conyugal-sexual, y también del mero «consenso» contractual.

A otros efectos, en nuestra obra La educación como empresa social, Madrid, 1974, partiendo del matrimonio, decíamos que la familia es unidad espiritual, es un orden sacral, íntimo, que no pertenece ni al Estado, que no es sólo los cónyuges, ni los hijos. El marido y la mujer, en el fondo, no se pertenecen a sí mismos. La familia es pertenencia de Dios, y por eso, además de ser emanación de la obra creada es, en sí, creación, lleva el fervento maravilloso creador. No es sólo descubrimiento o invento, sino auténtico diseño de fuerzas creadoras.

Es unidad social, es orden social, esquema de vida; no es sólo un horario de la familia; una disciplina familiar, un rezo común o un convivir juntos, sino sociedad, y sociedad entera, aunque incompleta por naturaleza, Page 96 no imperfecta, sino insuficiente per se, para llenar todos los contenidos, ambiciones, vivencias o ansiedades humano-sociales.

De ahí que la familia sea además unidad política, célula social, motor de sociedades intermedias. Que hacia dentro, es decir, hacia lo más entrañable de lo humano, hacen al hombre más él-sí mismo-. Y de ahí cómo y por qué la huella familiar vaya a ser normalmente imborrable.

Pero hacia el exterior, esa célula de sociedades intermedias permite al hombre su radicación plena en lo que los griegos llamaban la polis, no la ciudad física, la ciudad residencia, sino la polis como expresión de una comunidad total de vida.

2. La familia, unidad económica

Esa «trinidad unitaria» de aspectos-espiritual, social, política-para su operatividad funcional, recíprocamente, autoexigen un soporte material, económico, que partiendo del matrimonio mismo, haga posible su interacción en una sociedad civil. Es decir, el matrimonio sacramento posibilita los fines «espirituales», en el amplio sentido de la palabra, para la promoción de valores que la propia sociedad civil necesita. Pero la sobrevivencia de tal célula compleja, tanto en la órbita interna-familia-como en la externa-la propiamente comunidad política-requiere los medios y sistemas de acción.

Hasta el siglo del maqumismo la familia fue, además, unidad económica, en el sentido de unidad de producción, de trabajo y hasta de promoción social. La familia es taller, es fábrica, es trabajo, es tarea que tiende a heredarse, con esencia de lo familiar. El maqumismo, el siglo de las luces, la explosión del individualismo hacen inviable el telar o la orfebrería. Y se produce lo que el filósofo Radbruch llamó el derrumbe de la familia como unidad de producción y de trabajo. A lo sumo, en el oficio del cultivo de la tierra.

Sin embargo, la familia hoy reflorece como unidad económica, no como célula de producción, sino como unidad consumidora, es decir, en el papel inmenso a que apunta el sociólogo norteamericano Samuel Lilleyh «Hoy, y cada vez más, no importa sólo, cuánto...

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