La crisis internacional como crisis sistémica

AutorDr. Tomás de Domingo Pérez
Páginas24-32

Dr. Tomás de Domingo Pérez. Profesor de Filosofía del Derecho Universidad Miguel Hernández de Elche. t.domingo@umh.es

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Entre los días 16 y 18 de septiembre de 2009 se celebró en la Universidad Miguel Hernández el curso de verano “La respuesta a la crisis económica: principios y valores”, dirigido por Antonio Luis Martínez-Pujalte. Fue un curso de extraordinario interés, tanto por el elevado nivel de los participantes, como por la acertada combinación de puntos de vista que convergieron en el análisis de la crisis. Participaron políticos destacados como Gerardo Camps, vicepresidente de la Generalitat Valenciana y Conseller de Economía y Hacienda, los ex – ministros Jordi Sevilla, Cristóbal Montoro y Ana Pastor, y los diputados Vicente Martínez-Pujalte, Francisco Fernández Marugán y Jordi Xuclá i Costa. Asimismo, se contó con los profesores Carlos Rodríguez Braun, catedrático de Historia del Pensamiento Económico, Jesús Ballesteros, Catedrático de Filosofía del Derecho, Moral y Política, y con representantes del mundo empresarial y social.

De las diferentes cuestiones que se abordaron en este curso, hay una cuya elucidación considero especialmente importante: ¿estamos inmersos en una crisis meramente económica, o nos hallamos ante una crisis más profunda, ante una crisis que quizá cabría calificar de sistémica? Dedicaré estas páginas a reflexionar sobre esta cuestión.

Suele hablarse de crisis sistémica para destacar que no estamos viviendo uno de los ciclos recesivos habituales en la economía de libre mercado, sino que es el propio sistema capitalista el que se halla en crisis1. El problema radica en que no está claro qué debe entenderse por capitalismo. Si el capitalismo se identifica con la defensa de la propiedad privada, el libre mercado, la libre competencia y los contratos voluntarios, es decir, con los postulados clásicosPage 25 del liberalismo económico2, coincido con Rodríguez Braun en que es bastante dudoso que pueda hablarse de crisis del capitalismo. Además, “lo que existe en todo el denominado mundo capitalista es una serie de variantes de un sistema híbrido entre libertad y coacción. No hay modelo capitalista, porque en todos los países llamados capitalistas la propiedad privada y los contratos voluntarios son abiertamente condicionados por la política y la legislación”3. Conviene, pues, ensayar otra vía a la hora de examinar el carácter sistémico de la crisis.

En su estudio sobre la estructura social, Julián Marías destaca la importancia de la distinción orteguiana entre ideas y creencias4. Las creencias son “vigencias radicales acerca de la realidad y de las cosas reales; las interpretaciones recibidas, en las cuales nos encontramos desde luego y que son para nosotros la realidad misma”5. Y, más adelante, añade: “Las creencias son siempre un tipo particular de vigencias: aquellas que se refieren a la interpretación de la realidad (…). A diferencia de las ideas, que se originan siempre en la vida individual, que son algo que yo pienso, las creencias existen en el ámbito de la vida colectiva, las encuentro en la sociedad, estoy inmerso en ellas, y en esa medida me constituyen”6.

Como afirman Ortega y Marías, en las creencias se está, contamos con ellas en nuestra vida, muchas veces de manera inconsciente. Pues bien, creo que podría afirmarse que una sociedad experimenta una crisis sistémica cuando quiebran algunas de sus creencias básicas, es decir, cuando aquello con lo que contamos deja de ser fiable y comienza a resultar sospechoso. Por consiguiente, sostener que la crisis internacional es una crisis sistémica implica afirmar que esta crisis no sólo está provocando graves dificultades económicas, sino que está poniendo en cuestión creencias básicas en las que están instaladas las sociedades occidentales y, en concreto, la sociedad española.

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Justificar el carácter sistémico de la crisis exige conocer, aunque sea brevemente y sin profundizar excesivamente, cómo se ha gestado7.

La crisis global en la que estamos inmersos tiene su causa próxima en el ámbito de las finanzas, concretamente en la política llevada a cabo por las entidades financieras que permitieron y fomentaron los bancos centrales, en especial la Reserva Federal estadounidense que dirigía Alan Greenspan, cuya actuación ha sido severamente criticada.

El ataque a las torres gemelas el 11-S de 2001, unido a otros factores como el pinchazo de las llamadas empresas “puntocom”, hizo temer una notable desaceleración económica a comienzos del siglo XXI. Greenspan reaccionó rebajando los tipos de interés, que alcanzaron cotas bajísimas, con el fin de favorecer el crecimiento económico, una política que también siguió el Banco Central Europeo. Esta situación favoreció el consumo en Estados Unidos y también en otros países, entre los que cabe destacar a España, un consumo que se orientó principalmente al sector inmobiliario. La venta de viviendas aumentó extraordinariamente por la expansión crediticia que se estaba viviendo. Con cargo a los activos en vivienda que acumulaban los bancos, la Reserva Federal continuó expandiendo el crédito, y la deuda, pese a que la tasa de ahorro de las familias en Estados Unidos y en España experimentó una gran caída, siguió aumentando. Ello fue posible por la llamada “titulización” o “securitización” de los activos inmobiliarios de los bancos, y por el incremento del ahorro en países emergentes como China y la India, que eran principalmente quienes adquirían estos títulos respaldados por préstamos hipotecarios8. El proceso puede sintetizarse diciendo que “el crédito en las economías occidentales se disparó, porque los bancos privados se endeudaron a corto y prestaron a largo, yPage 27 porque los bancos centrales facilitaron su refinanciación con tipos de interés históricamente reducidos pese a la caída de la tasa de ahorro”9.

Todo este proceso de venta de títulos respaldados por hipotecas debe completarse aludiendo a la presencia de aseguradoras financieras y agencias de calificación. Las aseguradoras financieras ofrecen pólizas que garantizan a los bancos el pago de la deuda hipotecaria en caso de impago, las famosas Credit Default Swap (CDS). Por su parte, las agencias de calificación se dedican a conceder notas o ratings a los distintos activos con la finalidad de indicar el riesgo de probabilidad de que un inversor sufra un impago. Como es fácil imaginar, este tipo de entidades contribuyeron enormemente al crecimiento de la burbuja: cada vez había más activos que asegurar y evaluar, y puesto que las aseguradoras vendían sus pólizas, ello contribuía a mejorar el rating del activo asegurado, con lo que esta falsa seguridad favoreció la expansión crediticia y alimentó la burbuja.

La crisis se desencadenó porque, como era previsible, se produjo lo que en economía se conoce como un “cuello de botella”. El dinero se movía hacia donde podía obtener mayor rentabilidad, y hubo otros sectores en los que no se invirtió. Durante la expansión crediticia “numerosas industrias se sobreexpandieron...

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