Contribución de la ciencia al gobierno

AutorSir Robert May
CargoThe Royal Society, Reino Unido

Introducción

El ritmo actual del progreso científico plantea retos cada vez más importantes para el viejo diálogo entre los políticos y el público. Esta tendencia va a continuar probablemente y, por ello, considero de gran importancia la aportación que puede significar esta conferencia sobre "Ciencia y Gobierno", así como la de quienes participan en ella. Si queremos beneficiarnos del progreso científico, es preciso discutir, amplia y abiertamente, los posibles problemas y las consecuencias no deseadas, de un modo que suscite la confianza del público.

En especial, quiero expresar mi agradecimiento a Mr. Allgeier y Mr. Mitsos por invitarme a participar en esta mesa redonda, y al JRC por organizar este acto. Creo que la conferencia llega en un momento particularmente oportuno.

La iniciativa de la Comisión sobre el Espacio Europeo de Investigación no sólo ha puesto de manifiesto la creciente importancia de la investigación y la tecnología como motores de la competitividad, del crecimiento y del empleo; también ha resaltado la necesidad de asegurarnos de que hacemos el mejor uso de los conocimientos científicos a la hora de tomar decisiones. El próximo Libro Blanco de la Comisión sobre Gobierno, que estudiará los temas de la evidencia y el asesoramiento científicos en el amplio contexto del gobierno de la UE, será un nuevo hito fundamental.

El reto

Los avances en ciencia y tecnología, singularmente los que emergen de una nueva comprensión de las bases moleculares de la vida, han sucedido tan deprisa que han cogido desprevenidos a los gobiernos de todo el mundo, primero por las posibilidades de la tecnología misma y después por la reacción del público. Así, los gobiernos se han visto obligados a hacer política en presencia de una incertidumbre científica y de una opinión pública vociferante.

Los avances en ciencia y tecnología han sido tan rápidos en los últimos tiempos que han cogido desprevenidos a los gobiernos, tanto por la tecnología como por la reacción del público frente a ella

En los últimos años, en particular en el Reino Unido, ha disminuido la confianza respecto a ciertos temas científicos, cuyo ejemplo más notable puede ser la encefalopatía espongiforme bovina (BSE). En otros países europeos se han producido experiencias parecidas.

La desconfianza en lo nuevo no es un fenómeno reciente; en el pasado se manifestó incluso de formas más draconianas. Hace unos 400 años, Giordano Bruno fue quemado en la hoguera por difundir las teorías de Copérnico, y Galileo fue obligado a abjurar de sus creencias. Pero éstas fueron reacciones de los medios oficiales; un ejemplo de reacción más popular, y que aún se podría encontrar hoy día, fue la introducción de la vacuna contra la viruela, hace unos 200 años. Las propuestas de vacunación masiva en Inglaterra chocaron con violentas protestas e incluso se constituyó una sociedad anti-vacuna.

La desconfianza en lo nuevo no es un fenómeno reciente y, pese a las apariencias, no hay pruebas de que la gente desconfíe de la ciencia o de los científicos en general

Pero aún hoy no hay pruebas concluyentes de que la gente desconfíe de la ciencia o de los científicos en general. Según estudios recientes en una serie de países, la mayoría de la gente piensa que la ciencia hace nuestra vida más saludable, más fácil y más confortable. Se han llevado a cabo estudios de este tipo en Estados Unidos (1997; 87 % afirmativo), Nueva Zelanda (1997; 85 %), Japón (1995; 51 %), y Reino Unido (2000; 67 %) y el reciente Eurobarómetro indica que existen niveles similares de apoyo en los países miembros de la Unión Europea (al menos para tecnologías que no sean la nuclear o la ingeniería genética).

Los estudios más recientes en el Reino Unido indican que los científicos que se consideran "independientes" (por ejemplo, los profesores universitarios) están entre las fuentes de asesoramiento en que más se confía en una serie de problemas difíciles, incluyendo la BSE y la contaminación. Ciertamente por delante de los periodistas, los hombres de negocios y los políticos.

Al mismo tiempo, menos del 50 % de la población del Reino Unido y Nueva Zelanda piensa que los beneficios de la ciencia son mayores que sus efectos perjudiciales. Además, estos estudios indican que los británicos confían mucho menos en los científicos cuando éstos se consideran "científicos del gobierno".

En un esfuerzo por contrarrestar la desconfianza del público, muchos gobiernos e instituciones científicas han tratado de favorecer la comprensión de la ciencia por parte del público. Pero una mejor comprensión no conduce automáticamente a una ayor aceptación

En un esfuerzo por contrarrestar esta desconfianza, muchos gobiernos e instituciones científicas han puesto en marcha programas para favorecer la comprensión de la ciencia por parte del público. Pero las ingenuas expectativas de que simplemente con que el público comprendiera mejor la ciencia la encontraría más aceptable, no se han visto justificadas. Estudios detallados, como el Eurobarómetro de 1992, muestran que los países cuyos ciudadanos puntúan mejor en preguntas sobre los hechos y métodos científicos, son también los que más se preocupan de las consecuencias no deseadas de las nuevas tecnologías. Yo creo que así debe ser. Cuanto más comprendemos la naturaleza de la investigación científica y sus aplicaciones, más comprendemos también que, aunque, en conjunto, los resultados han mejorado mucho nuestras vidas, puede haber consecuencias adversas no deseadas (por ejemplo, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad). Responder a las preocupaciones del público no es sólo correcto en términos filosóficos; también promete ayudarnos a evitar las consecuencias adversas no deseadas de acciones bien intencionadas que se emprendan en el futuro.

Directrices para el asesoramiento científico en política

Necesitamos avanzar hacia un mundo en el que las consultas sean un sistema generalizado y las decisiones se tomen con toda transparencia. Debemos reconocer, sin embargo, que esto tiene un coste y que, a veces, puede ser difícil e incómodo.

Con vistas a ampliar las consultas y a aumentar la transparencia con la que se toman las decisiones, algunos países han comenzado a publicar directrices para abordar los temas científicos

Algunos países, como el Reino Unido, han publicado directrices sobre cómo deben abordarse los temas científicos. El ejemplo de Canadá tiene especial interés, porque el gobierno federal ha de tener en cuenta los intereses de las distintas provincias. Sus directrices, establecidas en un informe de 1999 del Consejo de Asesores en Ciencia y Tecnología, son un magnífico ejemplo del camino a seguir y se centran en las siguientes áreas:

Identificación precoz de los problemas. Quienes toman las decisiones deben prever los problemas para los que se necesitará asesoramiento científico. Para ayudar a esta identificación, deben extender las consultas todo lo posible, utilizando fuentes internas, externas e internacionales.

Amplia participación. Debe obtenerse el consejo de una amplia variedad de fuentes y expertos científicos en muchas disciplinas, a fin de captar toda la diversidad del pensamiento y la opinión científicos.

Ciencia y asesoramiento científico sólidos. Debe haber procedimientos para garantizar la calidad, la integridad y la objetividad de la ciencia; y también que el asesoramiento científico se considere seriamente en la toma de decisiones.

Incertidumbre y riesgo. Es necesario un sistema de gestión del riesgo, con organismos reguladores que hayan definido claramente dicho sistema, que sepan cuándo deben aplicar el principio de precaución, y que garanticen que la incertidumbre se sopesa adecuadamente y se comunica de modo eficaz. (Desgraciadamente, el "principio de precaución" se está convirtiendo rápidamente en una panacea para todo el mundo y, en algunas de sus manifestaciones más simplistas, corre el riesgo de convertirse en una receta para la parálisis).

Transparencia y apertura. No son términos iguales. La transparencia implica una clara articulación de cómo se alcanzan las decisiones y que las políticas se presenten en foros abiertos, teniendo acceso el público a las conclusiones y recomendaciones de los científicos tan pronto como sea posible. Esto debe permitir que el público se convenza de que las decisiones se han tomado en su propio interés, así como abordar los posibles fallos en el análisis. La apertura, a su vez, significa incorporar a las partes interesadas en el proceso de toma de decisiones mediante consultas. De este modo, las nuevas políticas pueden tener en cuenta, desde el principio, las actitudes y valores del público.

Revisión. Las decisiones basadas en la ciencia deben revisarse después, para ver si los últimos avances en el conocimiento pueden tener influencia sobre la ciencia y el consejo científico en que se basaron las decisiones.

Finalmente, debe haber estrategias que permitan asegurarse de que las propias directrices son puestas en práctica por quienes se supone que las han de ejecutar, así como para comprobar su eficacia.

Algunas de las áreas que las directrices deben cubrir son: la necesidad de una identificación precoz de los problemas, incluyendo una amplia gama de aportaciones; abordar el tema de la incertidumbre; garantizar la transparencia y la apertura; y revisar continuamente las decisiones a la luz de los nuevos avances

Desde luego, la inmensa mayor parte del asesoramiento científico que necesitan los políticos es de pura rutina y versa sobre temas científicos ampliamente conocidos con un proceso de toma de decisiones generalmente ya acordado. Es de los pocos casos restantes de lo que tenemos que preocuparnos en especial. Se trata de casos en los que se necesita consejo científico sobre cuestiones que desbordan los límites del conocimiento actual.

En tales casos se precisa un asesoramiento científico de máximo nivel, de personas que hayan demostrado su capacidad para reflexionar sobre lo esencial y sobre lo marginal. Aquí no hay un proceso de toma de decisiones establecido, y la poca evidencia de que se dispone es de calidad y relevancia variable.

Una aportación científica de calidad es especialmente importante en temas que desbordan los límites del conocimiento actual. Aquí convendrá conseguir una amplia variedad de puntos de vista, de expertos que no se consideren parte de un grupo cerrado

Cuando se planteen estos casos científicos difíciles, debemos resistir la tentación de obtener consejo a través de un grupo cerrado de funcionarios. Hemos de apoyarnos en científicos de reconocido prestigio, sin crear nuevas capas de burocracia. También deberemos, cuando sea adecuado, recurrir a expertos ajenos al área en cuestión, con objeto de asegurar una gama de puntos de vista suficientemente amplia. ¿Cómo vamos a hacer esto a nivel europeo o a nivel internacional?

Una forma de obtener el asesoramiento científico de círculos ajenos al gobierno consiste en utilizar organismos existentes, como las academias nacionales o, a nivel internacional, las redes a las que éstas pertenecen

La respuesta está en utilizar los organismos existentes, capaces de buscar y reunir a los científicos relevantes. Disponemos ya de una red potencial de academias, que podría recomendar a científicos excelentes de toda Europa: organismos nacionales como la Royal Society (Londres), la Academie des Sciences (París), la Accademia Nazionale dei Lincei y la Deutsche Forschungsgemeinschaft, así como la Academia Europea.

A nivel europeo, el JRC podría desempeñar un papel similar para facilitar información en temas científicos y tecnológicos, pudiendo servir de enlace entre los órganos de la UE y la red de academias

Hay precedentes de este sistema basado en las redes: a nivel mundial, tenemos el Panel Inter-Academias sobre Temas Internacionales que, a través del Consejo Inter-Academias, está organizando un grupo para estudiar estos temas mundiales difíciles; y a nivel europeo, tenemos organizaciones como ALLEA (Academia Pan-europea) o Euro-CASE, el Consejo Europeo de Ciencias Aplicadas e Ingeniería. Euro-CASE es una organización de academias de ciencias aplicadas e ingeniería de diecisiete países europeos. Proporciona asesoramiento independiente y equilibrado sobre temas tecnológicos, con una clara dimensión europea. Debemos considerar estos modelos y ver cómo pueden adaptarse a nuestras necesidades.

Pero, ¿qué papel habría para nuestro anfitrión de hoy, el Centro Común de Investigación (JRC)? Mirando hacia el trabajo futuro del JRC, el Panel de Alto Nivel, presidido por el vizconde Davignon, recomendaba recientemente que "...una función esencial [del JRC] sería facilitar la recogida y evaluación objetiva de información sobre temas científicos y tecnológicos, para informar a las instituciones de la UE sobre el estado actual del conocimiento sobre un asunto científico determinado". En este escenario, está claro que el JRC podría ser, cuando se considerase adecuado, un enlace importante entre las instituciones de la UE y la red de academias.

Pero no debemos perder de vista nuestro objetivo principal: buscar consejo sobre problemas importantes y difíciles, de los mejores científicos identificados por sus propias y prestigiosas organizaciones, con un mínimo aparato burocrático.

Conclusión

En conclusión, el progreso científico durante el siglo XX ha hecho nuestra vida mejor, pero ha tenido algunas consecuencias no deseadas. Este esquema, en mi opinión, probablemente se va a intensificar en el siglo XXI, sobre todo a medida que aprendamos más sobre la maquinaria molecular de la propia vida. Todo ello supone nuevos y grandes retos para los políticos.

El conocimiento científico, o las incertidumbres científicas, condicionan y limitan el diálogo entre los políticos y el público. Pero en muchos temas importantes -de seguridad y éticos- la ciencia sola raramente proporciona respuestas indiscutibles. Como decía Brecht, en su drama sobre la vida de Galileo: "el principal objetivo de la ciencia no es abrir una puerta a la sabiduría infinita, sino poner un límite al error infinito".

No hay soluciones fáciles. El diálogo con los ciudadanos es una parte, pero sólo una parte. Necesitamos disponer de mecanismos que nos garanticen que hacemos el mejor uso del conocimiento científico disponible. Y tenemos que cambiar la cultura de quienes preferirían tomar las decisiones a puerta cerrada. Sólo incluyendo a todos, y siendo abiertos y transparentes podemos esperar ganarnos la confianza de un público moderno.

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Palabras clave

Espacio Europeo de Investigación, principio de precaución, academias científicas

Contacto

Sir Robert May

Tel.: +44 20 7271 2144, fax: +44 171 2712028, e-mail: jane.grady@dti.gov.uk (secretary)

Sobre el autor

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Sir Robert May es presidente-electo de la Royal Society, Londres, y profesor del Departamento de Zoología de la Universidad de Oxford y del Imperial College de Londres. Anteriormente fue Asesor Científico Principal del gobierno británico y Jefe de la Oficina de Ciencia y Tecnología del Reino Unido. Ha sido también profesor de la cátedra "Class of 1877" de Zoología en la Universidad de Princeton y profesor de Física en la Universidad de Sydney. Se formó en física teórica y matemáticas aplicadas y, durante los últimos 25 años, ha estudiado diversos aspectos del modo en que se estructuran las poblaciones y las comunidades y cómo responden al cambio.

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