La biodiversidad en tiempos de crisis. Algunas propuestas para Europa

AutorEladio Fernández Galiano
CargoJefe de la Unidad de Diversidad Biológica del Consejo de Europa NB. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente personales y no reflejan las del Consejo de Europa.
Páginas413-434

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No corren buenos tiempos para la biodiversidad en Europa. Diecisiete años después de la adopción de los dos textos internacionales decisivos (el Convenio Sobre la Diversidad Biológica firmado en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro y la Directiva Hábitats de la Unión Europea, ambos de 1992) nos encontramos ante un panorama desesperanzador. Se siguen perdiendo especies y hábitats naturales a un ritmo creciente, los bosques siguen con una silvicultura tradicional poco respetuosa de las especies autóctonas o se trasforman en áreas para biocarburantes u otros cultivos, nuevas urbanizaciones ocupan espacios naturales, los paisajes rurales siguen su constante proceso de artificialización y banalización, las pesquerías se derrumban por sobrepesca, las costas desaparecen bajo una muralla de cemento, los suelos pierden fertilidad y sólo las zonas protegidas permiten el refugio precario de una biodiversidad cada vez más rala, amenazada por una crisis ambiental y climática que no parecemos saber manejar.

Los compromisos del 92 se han quedado en poca cosa. En Río se nos prometía un plan de acción mundial para promover el desarrollo sostenible, una ordenación de la explotación de los bosques del mundo que asegurara su conservación, una mejora

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espectacular de la diversidad biológica, protegida por un convenio mundial, la limitación del calentamiento climático, el control de la desertificación. Tres convenios inter-nacionales iban a asegurarnos un futuro verde y sostenible. Todo ello unido a un cambio de las modalidades de producción y de consumo, el fin de la pobreza, el uso racional de los recursos naturales, el fin de la sobreexplotación de los océanos y una agricultura respetuosa del medio ambiente y atenta a la conservación de los suelos. Todo ello era el famoso Programa 21 que debía prepararnos para este siglo nuevo que se anunciaba ecológico, próspero y verde.

El siglo despertó, sin embargo, explosivo y guerrero un 11 de Septiembre a orillas del Hudson y el entusiasmo hacia la sostenibilidad se fue progresivamente diluyendo en preocupaciones de seguridad y ansias de crecimiento económico. En Europa la creación de una moneda única, que empezaría a circular en el 2002, y la incorporación de doce nuevos miembros, ayudaron un poco más a hacer caer las barreras y nuestra economía se globalizó. Vinieron años de prosperidad económica, pero ¿que fue de los sueños de sostenibilidad? En la medida en que esta podía condicionar el crecimiento, fue aparcada. Se puede afirmar sin exagerar que los gobiernos europeos no han aprovechado los años de bonanza para cambiar el modelo hacia una mayor sostenibilidad. Más bien al contrario. Con rara unanimidad los gobiernos europeos de uno u otro signo han apostado con entusiasmo -sobre todo en nuestro país- por promover el consumo de bienes, la urbanización de las costas más allá de todo límite racional (racional no sólo ya en lo ambiental, sino en lo puramente económico) como si el plane-ta fuera ilimitado, como si las nuevas casas no necesitaran agua, energía, espacio, elementos todos ellos que se van haciendo raros y preciosos en nuestro continente.

Ahora con la crisis económica, se redescubren las virtudes del ahorro energético, de limitar nuestros desplazamientos, se vuelve la vista a valores que creíamos olvidados. Lo ambiental quiere volver a ponerse de moda. Hasta la biodiversidad empieza a presentarse en público como un posible recurso y no sólo como una carga para el erario público. Por desgracia no parecen quedar muchos dineros en la caja común para asegurar su conservación, por muchos beneficios sociales y muchos "servicios ecosistémicos" que genere.

I Nuevos retos para la biodiversidad

En marzo del 2009, el gobierno alemán, que en la actualidad preside el Convenio de la Diversidad Biológica de las Naciones Unidas, invitó a cincuenta personas de todo el mundo a una reunión en Bonn para que dieran ideas sobre lo que deberían ser los nuevos objetivos del Convenio a partir del 2010. Ese año, como se sabe, es un año crítico para la conservación de la naturaleza y de la diversidad biológica. El 2010 ha sido declarado por la Asamblea General de Naciones Unidas "Año Internacional de la Diversidad Biológica" y en él se espera, por una parte, poder poner en la agenda internacional los problemas de la conservación de los recurso biológicos -más bien complicados en los tiempos que corren- y por otra, comprobar en que medida se han

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cumplido los objetivos fijados para la diversidad biológica en la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible de Johannesburgo, en 2002. En esa ocasión los gobiernos se habían comprometido a "frenar las tasas de pérdida de la diversidad biológica para el año 2010", un objetivo más bien modesto, que contrasta con las metas principales de la cumbre, que eran (nada menos) que acabar con la pobreza en el mundo y lograr cambios en los modelos no sostenibles de producción y consumo. Seis años de crecimiento espectacular (particularmente en China, India, Brasil y otras economías emergentes) y dos de crisis económica más tarde los gobiernos han quizás cumplido en parte sus objetivos de reducción de pobreza, pero descubren que los comedidos objetivos que se habían fijado para la diversidad biológica en el 2002 no se han alcanzado ni se van a alcanzar. La razón es bien sencilla: a pesar de las declaraciones grandilocuentes la protección y uso racional de la diversidad biológica, esta no es una prioridad para ningún gobierno, como tampoco o es el ir hacia un modelo más sostenible de producción y consumo, pura música celestial.

Hay que reconocer con humildad que las sociedades -y los gobiernos- están más preocupadas por las necesidades a corto plazo (el crecimiento económico, el empleo, la obtención de mejoras sociales, la sanidad, la enseñanza y otros asuntos no banales) que por aquellos temas, como el medio ambiente, que sólo pueden plantearse a largo plazo. Nuestro modo de vida prima lo inmediato sobre lo futuro, la satisfacción de necesidades presentes sobre la planificación. Los problemas ambientales (una vez resueltos con más o menos eficacia los más urgentes -como la contaminación de aire que nos rodea o la de los ríos) nos parecen a menudo preocupaciones lejanas.

La reunión de Bonn (incluyo en un recuadro el texto en inglés del mensaje de este encuentro, dado su interés) constataba sobre todo el fracaso de unos compromisos de tipo moral ("evitar la pérdida de la biodiversidad", "limitar la huella del hombre en la Tierra", "evitar la extinción de las especies y la degradación de los hábitats naturales") que los gobiernos y las sociedades rechazan asumir de forma resuelta, aunque lo hagan de boquilla para no quedar mal. El "ecologismo de izquierdas", basado en compromisos morales que el hombre debe o debería tener con el planeta, con los más pobres, con las generaciones futuras y con los otros seres vivos que nos acompañan en esta aventura de la vida está en franca regresión. No ha funcionado. En estos últimos diez años no hemos visto el desarrollo de una economía sostenible. A pesar del éxito parcial de los partidos verdes en las elecciones al Parlamento Europeo y en algunos estados, como Alemania o Francia, éstos siguen siendo minoritarios (en nuestro país sin relevancia) y los grandes partidos se desinteresan de lo ambiental, que empieza a cobrar un tufillo de sesentayochismo caduco a pesar de lo que tiene de auténticamente progresista. En España hemos visto desaparecer el Ministerio de Medio Ambiente en todo menos el nombre, fagocitado por uno de sus antagonistas tradicionales: el Ministerio de Agricultura. La "economía sostenible" no aparece por ninguna parte. El término queda bien en los discursos políticos cuando se propone como el nuevo paradigma económico en tiempos de crisis pero no es creíble cuando se anuncian a la vez ayudas a la compra de automóviles. Es puro aire.

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Frente al fracaso de los compromisos morales se propuso en Bonn lo que algunos bautizan como "ecologismo de derechas", que consiste en dejarse de compromisos con entelequias tan vagas como el planeta y hacer una aproximación fundamentalmente económica a la diversidad biológica, calculando con minucia los beneficios económicos que genera la naturaleza -y la biodiversidad, de modo más amplio- y los muy reales costos a nuestro bolsillo y a nuestro bienestar que conlleva el ignorarla. Se quiere evaluar con detalle el aporte económico de los ecosistemas a la riqueza de las naciones. Al capital y al trabajo hay que añadir en la contabilidad económica todos aquellos valores patrimoniales naturales, que no porque se nos hayan dado gratis no valen nada. Si perdemos agua, suelo, aire limpio, fertilidad de los campos, espacio para la vida, paisajes, playas o bosques para el ocio seremos mucho más pobres, en lo económico como en lo moral.

II Los servicios de los ecosistemas, nuevo leitmotiv de la biodiversidad

En una época en la que la crisis económica domina el panorama político -por lo menos hasta que, con suerte, se supere en uno o dos años- se estima que la mejor manera de hacer valer la biodiversidad es integrarla en el pensamiento y, sobre todo, en el cálculo económico. La naturaleza nos proporciona una serie de bienes públicos (el agua que bebemos o con la que regamos, el espacio...

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