W. Benjamin: «Capitalismo como religión»

AutorJosé A. Zamora
Páginas58-70

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El adverbio contenido en el título de esta contribución puede producir cierta perplejidad. Desencantamiento, racionalización y profanización son los conceptos clave que han definido y definen la modernidad (capitalista). Resulta innecesario movilizar auto-ridades para cimentar esta tesis, serían legión. Pero si quisiéramos recurrir a una, la figura que mejor la encarna es sin duda Max Weber. Medio siglo después de Marx quedaba confirmado el diagnóstico que daba por cancelada la tarea de la crítica de la religión. Los modernos ya no creen en la intervención de fuerzas misteriosas que actúan por detrás de los fenómenos y sostienen el mundo desde su interior. La ciencia, la técnica, la burocracia y la legitimidad procedimental habían dejado a la religión sin funciones sociales importantes que cumplir y la habían convertido en algo a medio o largo plazo prescindible, cuya pervivencia tendría sólo un carácter residual.1Sin embargo, como es bien sabido, esta tesis no impidió a M. Weber anunciar el retorno de los viejos dioses que saldrían de sus tumbas y retomarían su lucha eterna. El mundo desencantado y secularizado podía convertirse así en un escenario propicio para un nuevo politeísmo en el que los valores y sus diferentes esferas prolongan una agonía sin final. No resulta difícil reconocer en este anuncio la sombra teórica de Nietzsche, que tanto peso ha tenido en una infinidad de propuestas mal definidas como postmodernidad.

K. Marx, que había recomendado centrarse en el mundo invertido y no en la conciencia invertida del mundo criticada ya por Feuerbach, tampoco pasó por alto la paradoja: la victoria de la racionalidad burguesa y de la forma «mercancía» no suponía la

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disolución del universo de pensamientos y prácticas mágicas. El supuesto desencantamiento del mundo resultaba ser contra todo pronóstico una nueva forma universal de encantamiento. El mundo prodigioso de la religión dejaba paso a una metafísica real del valor y la mercancía, que atrapa a los seres humanos en un universo «místico» cuyos caprichos teológicos y sutilezas metafísicas superan con creces los de la religión, aunque a diferencia de ésta, el carácter religioso del pensamiento y de la acción determinados por la forma de la mercancía no resulta reconocible a primera vista.

Así pues, tenemos unos referentes de contrastada solvencia y de diferente naturaleza para revisar la relación entre capitalismo y religión, aunque no cabe duda de que W. Benjamin está más próximo a Marx en su análisis del capitalismo que a M. Weber. Pero si la crítica de la economía política de Marx ya señaló la conexión entre la forma capitalista de la mercancía y la religión, quizás no alcanzó a reconocer su verdadera dimensión. Precisamente aquí es donde adquieren especial relevancia las aportaciones de W. Benjamin.

1. El perpetuum mobile del capital y la eterna reproducción de la deuda/culpa

Entre los muchos fragmentos benjaminianos que no llegaron a alcanzar forma acabada y sólo han sido editados póstumamente destaca uno que lleva por título «Capitalismo como religión» (1921).2Como ha señalado Michael Löwy esta expresión procede probablemente de la lectura del Thomas Münzer de E. Bloch y el contenido se inspira en la lectura de M. Weber y E. Troeltsch.3Inmediatamente pensamos en la conocida tesis del primero, según la cual las actitudes y el comportamiento que adquieren forma en la idea de profesión y en el estilo de vida ascéticos del calvinismo puritano influyeron poderosamente en el desarrollo del capitalismo en Europa, es decir, que el capitalismo está condicionado en su génesis por la ética protestante. Pero ya se encarga Benjamin de advertirnos desde el comienzo que él pretende ir más allá de esa tesis para mostrar no sólo un condicionamiento religioso, sino la estructura religiosa del capitalismo, es decir, para mostrar que se trata de «un fenómeno esencialmente religioso» (VI, 100).4La igualdad funcional que sustenta esta afirmación es que ambos, religión y capitalismo, dan respuesta «a las mismas preocupaciones, suplicios e intranquilidades».

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Benjamin es consciente de que estableciendo esta igualdad funcional está quebrando una evidencia culturalmente consolidada en la percepción social de la religión como una esfera separada, como algo específico relacionado con una realidad trascendente. Para justificarlo se remonta al paganismo, es decir, a una etapa en la que la diferenciación de esferas propia de la modernidad todavía no ha tenido lugar, en la que por lo tanto la religión forma parte del desempeño real de vida social y material. En un temprano ensayo «Sobre el programa de una filosofía futura» (1918), Benjamin había definido la religión como «la totalidad concreta de la experiencia» (II, 170). Es quizás en este sentido en el que se puede hablar del capitalismo como religión, es decir, como lo que abarca y determina toda posible experiencia. En cuanto realidad que todo lo engloba y determina posee un carácter religioso, tenga o no dogmas, rituales o iglesias.

Pero, ¿qué tipo de religión es el capitalismo? En primer lugar, nos dice Benjamin, se trata de una religión puramente cultual, sin dogmática ni teología. Está orientada a una práctica ritual. Un rasgo que la identifica como religión pagana. En segundo lugar, su culto es continuo, no conoce pausa ni tregua. Todos los días son festivos, el ciclo de producción y consumo no tiene interrupción ni conoce descanso. En tercer lugar, se trata de un culto que produce culpa/deuda. No está destinado a expiarla, sino a reproducirla. Estamos pues ante el primer caso de una religión que no produce expiación. Al contrario de las religiones tradicionales, el capitalismo universaliza el endeudamiento, culpabiliza a todos. Es más, su lógica endeudadora y culpabilizadora no conoce límites. Atrapa incluso al mismo Dios en un proceso de endeudamiento, que convierte todo cuanto somete a su lógica en desecho y escombro. Y en cuarto lugar, desaparece la referencia trascendente. El superhombre es el cumplimiento de la religión capitalista en que queda entronizada la inmanencia total.

Estos rasgos ciertamente van más allá de las tesis weberianas. A los ojos de Benjamin el capitalismo actúa como un parásito que absorbe la sustancia de las religiones que le han precedido, especialmente el cristianismo, para abandonarlas como cáscaras vacías. Se apropia de sus elementos míticos para «constituir su propio mito» (VI, 102).

Este fragmento es en muchos sentidos sugerente, por más que sus afirmaciones constituyan tan sólo un esbozo sobre el que se pueden formular muchas conjeturas. Por un lado, Benjamin afirma que el capitalismo rompe con el dualismo entre la inmanencia de la reproducción material de la vida y la esfera trascendente de una divinidad solícita con sus criaturas. Por primera vez las preocupaciones de la vida pueden ser afrontadas desde la pura inmanencia. Pero, por otro lado, esa inmanencia clausurada sobre sí adquiere un carácter mítico, el del culto sin pausa de la reproducción e incremento del capital, el nuevo dios, que exige un sacrificio continuo y en última instancia la destrucción del mundo. En el furor productivo y consumidor del capitalismo se manifiesta un instinto de supervivencia desbocado que abandonado a sí mismo pone en peligro la propia supervivencia.

En cierto sentido reconocemos aquí un eje central de la crítica de Marx al capitalismo. La forma de reproducción del capital es verdaderamente un mundo invertido en el sentido de que, a través de las acciones que aseguran su reproducción y en ellas, se independiza respecto a los individuos que las ejercen, desarrolla una dinámica propia conforme a leyes que funcionan, por así decirlo, a sus espaldas. El sistema se constituye y mantiene gracias a las acciones de los individuos, es su resultado, su «naturalidad» es «pseudo naturalidad» (Naturwüchsigkeit), pero como tal aparece enfrentado a ellos siguiendo una dinámica que les arroya y les convierte en meros ejecutores y apéndices de la objetividad que han producido. La ideología neoliberal simplemente eleva a norma esta cosificación independizada exigiendo un sometimiento a las «leyes» del mercado, ya de por sí coactivamente impuesto por la propia dinámica económica. Lo que Benjamin señala es el carácter mítico de esta lógica económica. El capital actúa como los ídolos religiosos. Se trata de artefactos hechos por manos humanas que adquieren poder sobre sus hacedores.

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Este carácter mítico del capitalismo se condensa en el concepto de culpa/deuda (Schuld), cuya doble significación económica y religiosa se pierde en otros idiomas. En el régimen temporal del capitalismo no hay ningún instante que no sea intercambiable con otro, que no retorne en cada otro instante o sea el retorno de cualquier otro. Cada instante está en deuda con otro y endeuda al siguiente. Se trata de un tiempo sincronizado que no permite ganar la distancia y la libertad que harían posible un comportamiento moral. La festividad sin pausa del culto capitalista produce un tiempo sin vida, en el que el movimiento de producción y autoproducción no conoce descanso. Es el tiempo suspendido de la expectativa de más producción. Festividad y trabajo coinciden. El domingo de este culto es el perenne día laborable de la plusvalía y el plustrabajo. Un tiempo sin final que convierte la historia en una eternidad muerta.

Este ceremonial sin respiro del invertir y obtener ganancias no puede ser detenido. No hay otra manera de saldar las deudas que por medio de nuevas inversiones y obteniendo ganancias que exigen nuevo endeudamiento. La promesa de dar respuesta a las preocupaciones y angustias de las criaturas se revela pues engañosa...

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