La categoría de persona en antropología sociocultural

AutorLuis Álvarez Munárriz
Páginas97-108

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Las personas actúan, por otra parte, según elección y decisiones que conscientemente toman, eligen entre alternativas posibles, guían sus movimientos por reflexión y valor, coordenadas que hemos de inferir pues no nos conformamos con la superficie de los datos físicos, fenómenos empíricos y comportamientos.

  1. LISÓN TOLOSANA

No existe cultura alguna en la que se niegue la identidad numérica de las personas, es decir, la clara distinción entre el yo y el tú. Todas las culturas han elaborado una reflexión comparada, contrastada y, a veces contradictoria, acerca de la noción persona. Pero cuando en el trabajo de campo se usa como categoría técnica e hilo conductor para comprender y explicar la vida de un pueblo siempre se topa con la misma dificultad: cómo conjugar la dimensión individual y social, cómo complementar la estabilidad estructural y el dinamismo creativo de las personas que conforman el grupo de pertenencia. El reto consiste en evitar que los miembros que lo componen sean concebidos por exceso o por defecto de sentido. Espinosa cuestión porque es difícil explicar el papel que desempeña la persona en la relación que establece con los miembros de su grupo, qué grado de mismidad posee y como es afectada por la interacción social, deslindar lo personal de lo colectivo, aclarar como la persona crea el orden simbólico de la cultura y al mismo tiempo ésta conforma la conciencia personal.

En este mundo globalizado y post-occidental que nos ha tocado vivir uno de los desafíos más urgentes que tienen las ciencias sociales es construir un modelo en el que

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se conjuguen la dimensión individual y social. Referido a la sociedad contemporánea: cómo conseguir que entre las fuerzas más vivas de la globalización y entre los sujetos personales singulares puedan surgir nuevas y renovadas formas de vida democrática. Y es que si la conformación de la persona individual es una construcción social anclada en la historia y la cultura, es necesario explicar cómo se conjugan sin excluirse para poder activar la capacidad creativa de las personas. Nadie niega el dato trivial de que todos somos persona y todos los científicos sociales concuerdan en que ésta se configura en la dialéctica de la vida cotidiana, en la tensión entre las elecciones que realiza el individuo y las presiones que recibe del grupo. El problema estriba en determinar el peso causal que tienen en la configuración de las personas y cómo conjugarlas en la vida diaria para poder caminar hacia un mundo más justo y en paz. Este es el gran reto de nuestro tiempo.

En el modelo que proponen la mayoría de los antropólogos para afrontar este reto las personas adquieren su consistencia y su verdadera realidad, no por lo que son en sí mismas, sino por las relaciones que establecen con los demás miembros de su grupo. Todos reconocen que la persona es un sujeto singular distinto de los otros y que posee cierta autonomía con relación al medio. Pero añaden que un ser humano en cuanto persona es un mero relatum: una entidad que solamente tiene existencia real en las relaciones que establece con otras personas. En la observación directa el individuo se nos aparece simplemente como un organismo ya que lo percibimos como un conjunto de moléculas y tejidos organizados en una estructura. De ella dimanan un conjunto de actos que provienen de la entidad psicobiofísica que somos. Sin embargo, el antropólogo prescinde de esta impresión inicial para centrarse en el individuo como persona social. Esta es concebida como un haz de relaciones sociales que recibe de la estructura social en la que desarrolla su vida, es decir, constituida por contenidos que recibe de su propia cultura. De estos presupuestos se deduce claramente que la estructura tiene prioridad sobre las personas, y que éstas existen como tales en la medida que se hallan incardinadas en la estructura a través del status y el papel que desempeñan en la sociedad. En este enfoque funcional y operativo del individuo la existencia de un sujeto personal no solamente es innecesaria sino que además es expresamente rechazada. Lo que denominamos persona debe ser concebida como un cuerpo socializado, una entidad cuyo núcleo consta de esquemas de pensamiento y acción que recibe del grupo, un agente que debe ajustar su comportamiento a lo que la sociedad espera y exige de él.

Debemos recordar, sin embargo, que también hubo antropólogos que nos advirtieron de los fallos de esta teoría relacional de la persona. Nos indicaron que este sociocentrismo contribuye a que las personas terminen por convertirse en personajes a los que no les queda más remedio que representar el papel que les asigna el grupo de pertenencia, es decir, a ser engullidos en la inteligencia colectiva. Puede parecer una formula-ción exagerada de la estructura y el funcionamiento de nuestra sociedad en la que se exalta hasta el paroxismo el valor de la libertad, pero es, por ejemplo, lo que realmente ocurre en el reduccionismo étnico que propone como ideal de persona un sujeto emprendedor (singular) y un sujeto etno-empresario (Comaroff y Comaroff: 2011, 218). Y quizá el futuro que se nos abre sea más desolador en la sociedad del conocimiento a la que caminamos a pasos agigantados: personas descentradas sin un núcleo consistente, con identidades múltiples y versátiles y engullidas en las redes sociales en las que participan (Álvarez Munárriz: 2011, 127). En este panorama que se nos avecina conviene recordar que estos pensadores no cayeron en la trampa de una concepción sobre-social de las personas. Se trata de una corriente que no claudica ante la visión funcional del sujeto sino que conjuga la permanencia y el cambio, la dimensión individual y social de la persona. Las personas no son reproducciones en miniatura de su propia sociedad. La

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experiencia de su relación con los miembros de su grupo social genera una auto-concepción que se resuelve en una simbolización consistente de lo que uno piensa que es y que debe hacer. Los factores socioculturales son condición sine qua non para su desarrollo, pero en ese proceso de constitución de la persona no se pueden prescindir o excluir sus atributos y cualidades individuales. Conciben la cultura como un orden propio de carácter simbólico que es producido por el ser humano y que en un proceso de realimentación conforma los modos de ser y pensar de las personas. Consideran que el referente de cualquier comportamiento humano es la plenitud de la persona. Reconocen que es difícil y complejo determinar con total certeza qué significa ser persona. Pero no por ello rechazaron concebir al individuo como un ser personal e individual.

Pienso que en esta corriente nos debemos apoyar en la actualidad para abordar algunos de los grandes retos que se plantean actualmente en el campo de las ciencias sociales. Y uno de los grandes antropólogos que nos pueden servir de guía en esta tarea es la obra de C. Lisón Tolosana. En los capítulos dedicados al estudio etnográfico de la persona -«La persona boa», «La persona legal» y «La persona mala»- de su reciente libro Qué es ser hombre (valores cívicos y conflictivos en la Galicia profunda), podemos encontrar una gramática de la persona en la que se conjuga la dimensión individual y social del ser humano. En el paradigma comunitario propuesto por este antropólogo se armonizan ambas dimensiones:

Por la primera, que proviene de algo más íntimo y primario, el individuo se siente y piensa en singularidad, aislado y solo, prima y se rige por su decisión personal, también frente al Otro y en perjuicio de la convivencia; llevada a cierto grado se convierte en un valor trágico. Por la segunda se siente protegido por iconos y símbolos altruistas de su propia y necesaria creación, por valores en el fondo líricos. El paradigma comunitario es pues, al menos, doble y paradójico, activo en asociación y robusto en desasociación, lo que da margen, una vez más, a la ambigüedad interpretativa y a la manipulación personal [Lisón Tolosana: 2010a, 164].

En este fino apunte etnográfico está condensado el núcleo de un modelo de la tensión primaria y estructural entre lo individual y lo social. Es un modelo fértil porque en él se equilibran y se conjuntan lo universal y lo específico, el ser y el deber ser, lo cotidiano y lo trascendente, la bondad y la maldad, etc. Permite un acercamiento a la vida de los agentes sociales en el que se conjugan perfectamente los rasgos de su identidad individual y social sin por ello caer en los extremos del hiperindividualismo y mucho menos del positivismo reducccionista. En sus aportaciones me apoyaré para hacer luz sobre algunos de los retos teóricos y prácticos a los que actualmente se enfrenta la Antropología. Previamente expondré las razones de por qué es necesario repensar el tema de la persona.

1. La disolución del concepto de persona

El antropólogo realiza su trabajo de campo en un medio socio-ecológico compuesto por personas. Se comprende, por tanto, que en los inicios de la Antropología social la categoría de persona haya sido un concepto central. No es de extrañar...

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