La tempestad revolucionaria y el fin del antiguo régimen

AutorModesto Barcia Lago
Páginas439-448

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El huracán napoleónico barrió los ancién regime europeos, imponiendo con las botas de sus soldados -que, derribado el antiguo régimen estamental, guardaban en las mochilas un bastón de Mariscal- desperdigados por los campos del Continente los ideales emancipadores de la Revolución francesa y los sueños de hegemonía imperial del eminente general corso, como antes los ejércitos de Alejandro habían extendido el helenismo. Sopló especialmente dura la tempestad revolucionaria en la Península, llevando graves peligros para los dos debilitados Estados ibéricos, sumidos en el remolino de la confrontación global franco-británica. Los mencionados nuevos Tratados de San Ildefonso, de 1796 y de 1800, refuerzan el sometimiento y dependencia de la España de Carlos IV respecto de Francia, acordando, como un reverso de la confederaçâo perpetua del Tratado de Windsor del Portugal de 1386, también una "alianza perpetua" antibritánica franco-española, reorientando contra natura la funcionalidad del vector geopolítico atlántico de Ibeira hacia la condición "terrestre" de Francia, y, como se dijo, esos Conciertos conducen directamente a la "Guerra de las Naranjas". Los acontecimientos se precipitan con la invasión francesa y con el Tratado de Fontainebleau.

La defección de las Monarquías borbónica y bragantina

Adviértase el paralelismo del humillante estado de las dos Naciones Ibéricas: las defecciones de las cúpulas Reales española y portuguesa de sus responsabilidades en los graves momentos de la amenaza napoleónica, son expresión del abismo de degradación a que habían llegado los estamentos dirigentes de la Península; no hubo un atisbo de dignidad. La Monarquia Borbónica española acepta cobardemente cometer traición de Lesa Patria y Lesa Iberia, firmando los acuerdos impuestos por Napoleón en Fontainebleau el 27 de octubre de 1807: amputan a España las provincias al norte del del Ebro -una pertinaz obsesión histórica francesa de la que el catalanismo separatista, preso de sus obcecaciones antiespa- Page 440ñolas, no se da cuenta-, y proyectan la parcelación del Reino de Portugal en tres trozos. Irónicamente, el Dr. MOREIRA sugiere en su intervención citada en la II "Conferência da Fundaçâo Marquês de Pombal", que, por esta razón, "Napoleâo é capaz de ser um antepasado dos teóricos da regionalizaçâo europeia", aunque, un poco más adelante, prudentemente, reconoce que sería "um antecedente, tal vez pouco recomendável".

En el área de Entre-Duero-y-Miño, con capital en Oporto, habría de constituirse un "Reino de la Lusitania Septentrional", atribuido a un nieto de Carlos IV en compensación por la cesión de la Toscana -Etruria- a Francia; la parte central quedaría bajo administración directa francesa para servir de moneda de cambio en las futuras negociaciones cuando se restableciera la paz en Europa, aunque se sugería la posibilidad de retornarla a los Braganza por la devolución de Gibraltar y Trinidad a España; y el Alentejo y Algarve formarían un "Principado de los Algarves" para satisfacer la vanidad de Godoy1061. Como dice HERMANO SARAIVA, "é quase certo que a execuçâo deste famoso acordo nunca esteve nos planos de Napoleâo, que com ele nâo pretendía mais que justifi car a entrada de importantes forças francesas na Espanha, país cuja ocupaçâo entendia-se necessária aos intereses da França"1062.

El pánico despertado por la entrada de Junot con un poderoso ejército invasor decidió a la Monarquía Braganza, inducida bien signifi cativamente por Inglaterra, a huir temerosa a toda prisa para el Brasil -una hipótesis ya considerada desde el siglo XVII-, como también proyectó análogamente Godoy el traslado de la Corte a Andalucía, en previsión de embarcar para América si fuera preciso, cuando se enteró de la intención verdadera de Napoleón de exonerar a los Borbones de España, pero la connivencia del partido fernandino -la camarilla del Príncipe heredero, el futuro Fernando VII- con los franceses logró la deposición del valido y la abdicación de Carlos IV a raíz de la asonada del motín de Aranjuez, el 17 de febrero de 1808; padre e hijo acudirían a Bayona en abril siguiente para convertir al Gran Corso en árbitro, interesado, de sus mezquinas desavenencias familiares, poniendo legalmente en sus manos la Corona y los destinos de la Nación con las abdicaciones de Bayona.

Muestra evidente de que los dos Países, sus élites dirigentes, eran juguete y peones de las Potencias enfrentadas, es que ambas Monarquías, española y portuguesa, dejan huérfanos los respectivos Reinos para que franceses e ingleses dispongan a su conveniencia de ellos. Page 441

OLIVEIRA MARTINS acusa duramente a la huida bragantina y su consecuencia inmediata del abandono: el "reino viúvo, o reino podía desposar o Junot"1063, frente al nombramiento del británico Beresford como "Generalísimo" de las fuerzas lusitanas, en papel de formal regente del absolutismo Braganza.

En España, bajo la vigilancia prepotente de los Generales franceses, fue el hermano mayor de Napoleón, el, por otra parte, bien intencionado José Bonaparte -"demasiado bueno para convertirse en un gran hombre", llegaría a decir de él el propio Napoleón-, quien asumió por obediencia al Emperador la deshonrada Corona borbónica hispana, con el mejor propósito de asegurar el tránsito a los ideales liberales de la Revolución francesa en la que había participado; pero su obvia falta de legitimidad de origen le desmereció ante los ojos del pueblo, que le denominó signifi cativamente "el intruso" y le zahirió con toda clase de epítetos hirientes, como "Pepe Plazuelas" o "Pepe Botella"; apodos populares referentes a su actividad ordenancista urbana y a su imaginada afición excesiva a la bebida, aunque, en realidad, era hombre cultivado y con una trayectoria personal que avalaba, hasta cierto punto, una convicción de republicanismo cívico activo, como demostró en su comprensión de la Democracia norteamericana durante los años de su exilio y antes en el desempeño de importantes cargos políticos, incluido el de Rey de Nápoles; con su venida se intentó un inicio de constitucionalismo, mediante la carta otorgada del "Estatuto de Bayona", en 1808, para servir de punto de confl uencia -o de coartada- a los "afrancesados", los ilustrados colaboracionistas.

Ahora bien, si la sustitución de la dinastía borbónica por la neonata napoleónica -a fin de cuentas, no menos extranjera que aquélla, pero cuya alcurnia emanaba de los nuevos tiempos de la modernidad ilustrada de la Revolución- se ha visto como la oportunidad, tal vez la mejor solución, para romper -o afl ojar- el corsé absolutista del despotismo español, e incluso del portugués, posibilitando un sosegado tránsito hacia la modernidad, los acontecimientos hicieron fracasar la experiencia; pues, como observó Stendhal en sus Memorias sobre Napoleón, lamentablemente, "España prefi rió a ese monstruo llamado Fernando VII", y por eso resulta pertinente su juicio: "yo admiro el sentimiento de insensato honor que infl ama a los bravos españoles, pero ¡qué diferencia para su felicidad si, desde 1808, hubieran sido gobernados por el prudente José y por su constitución!"1064.

Sin embargo del lamento stendhaliano, es preciso destacar que los "afrancesa dos"colaboracionistas, en realidad, aparecen más vinculados a las limitaciones Page 442 ideológicas del Antiguo Régimen del Despotismo Ilustrado, y en no pocos casos al oportunismo político y personal, que al liberalismo de los patriotas, el "liberalismo...

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