El “singular” recorrido de las mujeres en los espacios públicos contemporáneos

AutorLaura Branciforte
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La variedad y la labilidad de los espacios públicos, la dificultad de su definición así como la escasa o a menudo nula separación de los ámbitos públicos y privados por su estado de continua ósmosis e infiltración hace ardua la tarea de descripción de los espacios públicos contemporáneos femeninos. La continua apropiación e intento de control por parte de las entidades públicas (Estado, Iglesia, Partidos, etc.) tanto de los tradicionales ámbitos privados femeninos cuanto de los públicos, así como el aprovechamiento de los valores específicamente femeninos (maternidad, sensibilidad, sentido de responsabilidad, etc.) han hecho que el espacio público fuese directa e indirectamente culpable de la desaparición o desvalorización del sujeto femenino1.

Sin embargo, al mismo tiempo, la capacidad de reacción y de adaptación de las mujeres les ha permitido transformar los espacios domésticos, como por ejemplo “los salones” ilustrados, en rituales sociales o, en un ámbito del todo diferente, las casas se convierten en espacios económicos, como ocurre enPage 136el caso del trabajo a domicilio. La ambigüedad de los términos “público” y “privado” ha jugado, de todas formas, un papel casi siempre desfavorable para las mujeres. Si en el siglo XIX la dimensión pública intentaba insinuarse en la vida privada y familiar para mejor economizar este capital de valores, en el siglo XX nos encontramos con que el ámbito privado vuelve a jugársela al género femenino. La necesidad de esconder o de privarse de una dimensión privada y personal parecía o parece todavía hoy ser la clave de acceso al verdadero éxito laboral.

Dadas estas premisas me gustaría ahora poder trazar en líneas genérales cuáles han sido los principales momentos de desencuentro dentro de los amplios limites espacio-temporales de la edad contemporánea en lo que a la historia de género se refiere. Frente al desarrollo histórico, la historia de las mujeres siguió contemporáneamente sus propias pautas, saltando obstáculos, subsanando lagunas y desenvolviéndose a su lado, sin que se diera un déficit contributivo comparable en los acontecimientos y procesos históricos.

Es arduo determinar si la longevidad bicentenaria de la edad contemporánea ha supuesto para las mujeres, junto a una nueva percepción del tiempo histórico2, vivencias y expectativas de futuro3, y tampoco es sencillo determinar si estas expectativas han logrado o no ocupar un lugar privilegiado, ya sea como logros o en el afán de trascenderlos.

La necesidad de la periodización histórica hizo que unos acontecimientos inaugurales delimitasen con más o menos ra-Page 137zón y veracidad las etapas históricas, entre ellas la contemporaneidad. No obstante, si nos detuviésemos a mirar estas efemérides de forma retrospectiva con la mirada que hemos adquirido gracias a la historia y la experiencia de género4, difícilmente podríamos reconocer en ellas sucesos tan trascendentales y significativos en la evolución de dicha historia.

La Gran Revolución que conmovió la Francia de finales del siglo XVIII y el estallido del segundo conflicto mundial del siglo XX, con las debidas diferencias que existen entre dos sucesos muy diferentes y muy distanciados en el espacio y en el tiempo, tuvieron ambas como efecto la no inclusión con pleno derecho de las mujeres en el espacio público-político. En el primer caso, con el final de la revolución francesa y con la restauración napoleónica tanto los presupuestos teóricos del feminismo liberal occidental como sus logros jurídicos parecían haber fracasado: es suficiente a tal propósito mirar al código civil napoleónico basado en la puissance maritale y en la sanción legal de la concepción patrimonialista del matrimonio5. En el segundo caso, al recuperarse la normalidad después del último conflicto mundial se da una estricta reconfirmación de los roles tradicionales y, por tanto, una vuelta a la exclusión del espacio público de las mujeres6.

Con estas premisas tan poco alentadoras no se pretende sospechar en ningún momento de la función propulsora que cumplieron las mujeres que, en este acontecer histórico contemporáneo, fueron partícipes de todas las transformacionesPage 138importantes que abrieron paso a nuestra era. No obstante, y a pesar de las prometedoras premisas derivadas de la presencia activa de las mujeres en todos los acontecimientos contemporáneos (no olvidemos la labor de las mujeres en la revolución industrial, por ejemplo), esta continua y consistente irrupción de las mujeres en la esfera pública no se correspondió –como quizás cabía esperar– con las condiciones teóricas del proceso de modernización.

La diferenciación de las esferas en la vida social (especialmente clases y géneros, esfera pública y privada) era o debía de ser uno de los rasgos de la modernización, es decir del conjunto de largos procesos de cambio social, político y cultural que se fueron produciendo a nivel mundial en los siglos XIXXX7. En este proceso de modernización y de redefinición de nuevas formas de poder y comportamientos sociales podríamos decir que la interacción entre la historia de género y la modernización contemporánea ha atravesado por momentos de encuentro y de desencuentro, a menudo inevitables, a veces innecesarios.

A la luz y dentro de este lapso de tiempo de la contemporaneidad vamos a analizar cómo se relacionaron la idea o las ideas de esta misma contemporaneidad y la historia de género. Esta liaison estuvo marcada por un ritmo inconstante y pausado de acceso y exclusión del mismo de las mujeres. Finalmente lo que puede inferirse de la relación entre contemporaneidad y género no es que estas categorías hayan viajado en contraposición, sino que han recorrido una trayectoria enPage 139común procediendo, sin embargo, de forma paralela y a menudo en de forma desigual.

El análisis, auque necesariamente muy sintético, de los principales discursos que han marcado la historia de género en la edad contemporánea nos permite antes de todo aseverar la disyuntiva que se vino a crear entre las ideas que trajo consigo la contemporaneidad y las erróneas hipótesis de identidades femeninas que éstas mismas conllevaron. Como hemos podido constatar, la inicial frustración de esta época con respecto al género femenino fue debida a la negativa a las ansias de universalidad que la revolución había ocasionado. Si este fue el comienzo de un balance que se cerró en negativo, no podemos no tomar ahora en cuenta el contradictorio discurso liberal8 que marcó de forma tan compleja y retorcida la historia de las mujeres y que dificultó –hasta ofuscarlos– los mismos márgenes liberales de su discurso.

Para analizar los límites del discurso liberal habría que empezar a ver cómo en el siglo XIX se había asistido a una codificación de los modos de participación femenina en la vida pública9 que dependía de forma directamente proporcional de la salvaguarda de lo doméstico como espacio de reproducción social10. En otras palabras, podríamos decir que el liberalismo trajo consigo un domesticidad digamos legal de las mujeres, que estuvo basada en la codificación conservadora de las leyesPage 140de herencia, familia y matrimonio y, sin embargo, no les trajo ningún nuevo derecho ni, aún menos, un nuevo concepto de ciudadanía.

La elaboración del proyecto individualista liberal así como de un concepto de ciudadanía, algo que fue intrínseco al liberalismo como una formula política más abierta y más compleja que la simple vinculación con el hecho político del voto11, no impidió la elaboración de un proyecto del cual las mujeres quedaran fuera. Todo hace sospechar que la elaboración del concepto de ciudadanía masculino estaba íntimamente relacionada con el redimensionamiento de lo femenino, es decir, de la identificación de la esfera femenina con la esfera privada.

La participación de las mujeres en la esfera pública pasaba en realidad por una tipología de participación política que podríamos llamar “una ciudadanía asistencial”, que favorecía formas sociales de participación pública a través del apoyo y del sostén a las redes familiares. Los espacios de participación femenina estuvieron tutelados y limitados en tanto que una extensión social de los roles que las mujeres cumplían “naturalmente” en la familia como, por ejemplo, la tradicional beneficencia y la asistencia social o familiar (de manera especial, niños y ancianos). Estas formas dieciochescas de participación en la realidad eran expresión de un último reducto de la función que el liberalismo asignaba a las mujeres dentro de un régimen de excelencia12.

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Con la difusión de otro de los conceptos clave del siglo XIX, la idea de nación, se llevó a cabo la definitiva reducción del papel femenino de matriz decimonónico, llegando a equiparar la función de las mujeres con la de madre natural y social. Es durante este siglo cuando el discurso maternal se convirtió definitivamente en una apuesta demográfica, política y nacional, y la imagen de las madres se estigmatizó como educadoras privilegiadas del estado, sobre todo educadoras de los niños varones13.

En este intento de adaptación, de construcción o más bien de reducción de la función de las mujeres que se llevó a cabo en los discursos “fundantes” de las naciones también la religión tomó parte de forma contundente14. Las dos confesiones cristianas más difundidas, el catolicismo y el protestantismo, desempeñaron un papel muy relevante en el afianzamiento del...

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