La reforma monetaria del Trienio constitucional

AutorEnrique Prieto. Dionisio de Haro
Cargo del AutorUniversidad Rey Juan Carlos

Consideraciones generales

El Trienio Constitucional es considerado como una etapa central en el estudio de la crisis del Antiguo Régimen. Para la historia de la España del siglo XIX se convierte en la oportunidad perdida del primer tercio del siglo, en la que el país, dotándose institucionalmente con un modelo político apropiado, podría haber emprendido la modernización de la nación. Sin embargo, se convertirá en un país cada vez más alejado de las corrientes modernizadoras de Europa y con un régimen, el del Antiguo Régimen, agotado política, social y económicamente, que navegará en una continua crisis sin mayores resultados que el estancamiento. De esta forma el Trienio se convierte en elemento central durante el período de crisis del Antiguo Régimen, configurándose como una alternativa posible al marasmo existente. Esta idea de centralidad es recogida por Gil Novales al señalar que: “El comienzo del fin del Antiguo Régimen comienza en 1766 con ocasión de los motines generalizados de esa fecha. La culminación del proceso tendrá que esperar sin embargo hasta 1834-1837, cuando ya se puede decir que España está gobernada por un régimen burgués. El Trienio Liberal ocupa así una posición central en este largo período, 1766-183752. Además de indicar el mismo autor que: “con vistas a la revolución burguesa española, el Trienio Liberal crea la legislación básica, difunde las ideas, y perfila los instrumentos políticos a través de los cuales la burguesía recogerá el poder (…). Económicamente ya es otro cantar. Hay que sacar el país adelante, y en primer lugar al propio sistema liberal53.

Desde el punto de vista de las influencias, cabe destacar que en el caso del liberalismo español, éste básicamente se nutre de los doctrinarios franceses, y, en menor medida, del radicalismo inglés. Además, y según nos dice Raymond Carr: “Lo que dio al liberalismo español su matiz característico fue su utilización de un sistema histórico de referencia que no tiene semejante en otros países, mientras que su importancia reside en haber intentado aplicar, por medio de la sedición militar, la política de intereses y la maquinaria del gobierno parlamentario dentro del marco de una sociedad subdesarrollada54.

Este período constitucional también va a ser considerado como una etapa reformista de corte moderado que pretende impulsar los cambios en el país recuperando el espíritu del Cádiz de 1812. Como nos viene a decir Josep Fontana: “La etapa histórica que va de 1820 a 1823, y que se denomina habitualmente el trienio constitucional, es de excepcional importancia, porque fue en ella cuando por primera vez se pusieron en práctica las reformas publicadas en Cádiz de 1810 a 1814, y cuando, en consecuencia, salieron a la luz todas las limitaciones de la revolución liberal española. Los hombres del trienio manifestarán la misma ilusión reformista que hemos visto en Cádiz: el mismo deseo de conciliarse a las clases dominantes del viejo sistema y el mismo miedo a una revolución social como la francesa55.

En definitiva, el Trienio se va a convertir en un momento único, sin precedentes históricos para España en cuanto a experiencia de práctica constitucional. Como señala Miguel Artola: “La reunión de Cortes conduce a lo que cabe llamar primera experiencia constitucional, por cuanto el 9 de julio de 1820 es el momento en que se inicia el juego combinado de la monarquía y la representación nacional, situación inédita dado que hasta entonces ambas instituciones habían sido mutuamente excluyentes56. Una situación complicada pero repleta de expectativas, en la que las fuerzas más conservadoras del país dedicarán todos sus esfuerzos por que el proyecto liberal del Trienio acabase fracasando a la mayor brevedad.

La transición del sistema monetario tradicional al moderno

En la etapa del Trienio Constitucional el país retorna al impulso reformista gaditano y los doceanistas pretenden transformar la Península bajo una montaña de leyes y normas. Tras el abrupto retorno de Fernando VII al trono de España en 1814, aboliendo y dejando sin efecto la Constitución de 1814, el liberalismo deja de tener la mínima influencia en el país mientras persista el marco absolutista. Sin embargo, en 1820 los síntomas de agotamiento del modelo tradicional están presentes en la sociedad española, y como señala Gil Novales, a principios de la década de 1820: “Ningún problema nacional se había resuelto con el famoso decreto del 4 de mayo de 181457.

Desde un punto de vista monetario, la crisis generalizada del Antiguo Régimen también se plasma en el sistema monetario tradicional. Los viejos equilibrios que habían permitido al sistema desenvolverse en un contexto de relativa estabilidad, venían siendo horadados seriamente desde la última década del siglo XVIII. La crisis del sistema monetario tradicional es provocada, entre otros factores menores, por el colapso de sus fundamentos, es decir, por la quiebra en las remesas americanas de metales preciosos y las rentas territoriales; y por la necesidad de adaptarse paulatinamente a las nuevas reglas de las instituciones monetarias europeas y a las políticas monetarias impulsadas por ellas. España, aunque no se encuentra entre los países europeos de cabeza, se ve obligada a ir adaptando sus instituciones monetarias para poder continuar manteniendo las aún escasas relaciones comerciales y monetarias tradicionales que ahora se rigen por reglas nuevas. La modernización se convierte así en una necesidad imperante tanto para superar la crisis interna de liquidez, como para poder mantener las ya escasas relaciones económicas exteriores.

El sistema monetario tradicional es un serio obstáculo para la modernización de la economía española en el primer tercio del siglo XIX. Es un sistema monetario plenamente metalista al servicio de los intereses rentistas del país, que concibe a la moneda exclusivamente como instrumento fiscal de la corona. Un sistema compatible con una economía atrasada, escasamente monetizada, lo que J. M. Keynes describe como economía de intercambio real, que con sus palabras describe como: “una economía que usa dinero, pero sólo como un lazo neutral entre transacciones de cosas y activos reales, y no le permite participar en los motivos o decisiones58. En definitiva, una economía agraria típica de los períodos preindustriales, escasamente mercantilizada y, por consiguiente, muy poco monetizada. Son economías además en las que las funciones convencionales del dinero se encuentran sensiblemente alteradas por los elevados índices de atesoramiento, fenómeno que Karl Marx denomina tesaurización, siendo muy común en las economías no desarrolladas: “ La forma primitiva de la riqueza es la de lo superfluo o excedente, la parte de los productos que no se requiere inmediatamente como valor de uso, o también la posesión de productos cuyo valor de uso se sale del cuadro de lo simplemente necesario. Al considerar la transición de la mercancía a dinero, hemos visto que este superfluo o excedente de los productos constituye, en un grado poco desarrollado de la producción, la esfera propiamente dicha del cambio de las mercancías. La forma adecuada de existencia de este superfluo es el oro o la plata; es la primera forma bajo la cual la riqueza queda fijada como riqueza social abstracta. Las mercancías pueden ser conservadas no solamente bajo la forma de oro y de plata, es decir, en la materia del dinero, sino también el oro y la plata son riquezas en forma preservada. (…) El oro y la plata, inmovilizados así bajo la forma de dinero, constituyen el tesoro. En los pueblos en que la circulación es exclusivamente metálica (…) todo el mundo atesora59.

La definición de economía de los intercambios reales vendría en contraposición de lo que sería una economía monetaria en la que el dinero, como señala el propio J. M. Keynes: “juega su propio papel y afecta a los motivos y decisiones, y es, en definitiva, uno de los factores que influyen en la situación, de forma que el curso de los acontecimientos no puede predecirse, tanto en el corto como en el largo plazo, sin un conocimiento del comportamiento del dinero a lo largo del proceso60. Es la situación característica de las economías modernizadas tras los procesos de industrialización decimonónicos.

La economía española de principios del siglo XIX, sin poder ser considerada como una nación industrializada, comienza a manifestar algunos cambios, aunque aislados y de forma inconexa, hacia lo que podríamos denominar una economía monetaria. Es la situación que J. Sardá recoge en la siguiente frase: “En los años siguientes, España se vio envuelta en las guerras que marcan la transición del siglo XVIII al XIX. Estos hechos acentuaron el alza de precios y aceleraron la transformación de la sociedad61. De esta forma la transformación del sistema monetario tradicional se hace condición necesaria para la propia modernización de la economía en general. Y en este contexto, con una economía básicamente agraria pero con crecientes necesidades de financiación, la economía española se enfrenta a su propia transformación monetaria en su intento de dar el paso definitivo, o por lo menos de favorecer y no obstaculizar el paso a la economía monetaria de producción62.

En este sentido se interpreta la reforma monetaria del Trienio Constitucional. De esta manera el Trienio se propone imprimir un cambio sustancial en la política monetaria consistente en la modernización del propio sistema monetario. Se pretende alejar del ámbito de la Corona todas las cuestiones relacionadas con la moneda, y ponerlas bajo la supervisión e intervención del Estado; es decir, dejar de considerar al ramo monetario como un instrumento de rentas para la Corona, para convertirlo en un elemento central con el que articular una política monetaria básica con la que influir en la variables monetarias convencionales. Este papel es el que persigue la reforma de 1821, financiada gracias a las operaciones de empréstitos...

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