Redefiniendo el reto de la diversidad nacional desde el federalismo

AutorIgor Filibi López
Cargo del AutorInvestigador del Proyecto EUROREG. Universidad del País Vasco
Páginas639-668

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I Introducción

Uno de los aciertos del congreso «El Estado Autonómico: integración, solidaridad, diversidad» ha sido el atreverse a abordar el complejo fenómeno de la diversidad nacional existente en el Estado de las autonomías. En la convocatoria inicial se animaba a debatir en un grupo de trabajo que llevaba el sugerente título de «autodeterminación, nación y nacionalidades, derechos históricos». Siguiendo esta propuesta de los organizadores del encuentro, presentaremos primero algunas ideas sobre las nociones de nación (y nacionalidades) y de autodeterminación. Inmediatamente después propondremos rescatar algunos conceptos del rico aparato doctrinal federalista para tratar de ir redefiniendo, de forma constructiva, el denominado «problema nacional». Para terminar, aportaremos algunas reflexiones sobre el caso vasco, en sintonía con el subtítulo del encuentro («25 aniversario del Estatuto de autonomía del País Vasco»).

Resulta obvio que la amplitud de los aspectos que serán tocados convierten a este trabajo en una humilde aportación a un reto de enorme magnitud, que todavía apenas acaba de ser lanzado: el de tratar de lograr una acomodación factible, esto es, razonablemente justa y estable, de las distintas naciones que conviven en el Estado. Es en esta tarea, ambiciosa y común, en la que quiere insertarse este texto.1

* El presente trabajo parte de los resultados de mi Tesis doctoral, cuya elaboración fue generosamente financiada por el Gobierno Vasco. Lo valioso que pueda haber en lo expuesto aquí debe atribuirse, todo, a los interminables debates con mis compañeros del estimulantemente plural Departamento de Relaciones Internacionales de Leioa. También debo darles las gracias a los profesores SOLOZÁBAL y SÁNCHEZ AGESTA que, pese a las importantes diferencias que nos separan, con sus amables comentarios me ayudaron a matizar con acierto algunos puntos centrales de mi exposición. Por ultimo, mil gracias también a Miguel Angel GARCÍA HERRERA y su departamento, por invitarme a tan brillante encuentro.

** Igor FILIBI LÓPEZ (Bilbao, 1971) es Doctor en Ciencia Política por la Universidad del País Vasco, y licenciado en Sociología Política. Especialista en Relaciones Internacionales, actualmente es investigador del proyecto internacional EUROREG, financiado por la Comisión europea, sobre el impacto de la integración europea en los conflictos etnonacionales. E-mail: zibfiloi@lg.ehu.es

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II Nación y nacionalidades

La consagración constitucional simultánea de los conceptos de nación y nacionalidades, ha suscitado los más enconados debates. Una primera aproximación a la cuestión podría sugerir que, mientras que la nación (española) aparece definida de forma aparentemente clara, refiriéndose al conjunto de los ciudadanos y ciudadanas del Estado, la noción de nacionalidad ha permanecido en una cierta penumbra. Pese a que las nacionalidades parecían ser en un primer momento esas realidades históricas -con lengua,2identidad y cultura propia-, que serían Cataluña, País Vasco y Galicia, varios hechos han oscurecido esto (entre otros, que alguna otra Comunidad Autónoma haya incorporado dicha denominación en su Estatuto, o que el País Vasco se diluya por su doble alma vasco-navarra, dividido también políticamente en dos comunidades).

De esta forma, el primer examen a lo dicho explícitamente en la Constitución nos deja un pobre balance teórico respecto al tema que nos ocupa: por un lado, una nación española políticamente completa, esto es, soberana y con plena capacidad de disponer su destino; por otro lado, unas difusas nacionalidades cuyo exacto sentido y alcance no queda nada claro, máxime en un Estado de gran complejidad y con distintos grados de autonomía como es el español. Además, al margen de lo recogido en la Constitución (aunque es lo que explica en última instancia la inclusión del término nacionalidades), a nadie se le escapa que existen unas fuerzas sociales y políticas, de variable apoyo e intensidad, que reivindican la existencia de varias naciones dentro del Estado, del tipo y alcance que la Constitución sólo reconoce a la nación española.

Teniendo en cuenta lo dicho hasta aquí, podríamos terminar el debate contentándonos con zanjarlo desde la claridad jurídico-constitucional sobre el concepto de nación y el rechazo, sin más, de tomar en consideración esas otras reivindicaciones sociopolíticas apuntadas. El Derecho permite, con su simple eficacia jerárquica, terminar tan denso y complicado problema. Pero ello, obviamente, no agota el debate ni la subyacente tensión social y política.

De modo que deberemos navegar en aguas más turbulentas para primero intentar redefinir y luego, quizá, comenzar a solucionar el problema. En pri-

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mer lugar, es preciso ser consciente de otra dificultad más, la constatación de que ninguna teoría social, política ni filosófica demuestra de forma categórica, es decir, con una lógica irrebatible, qué es una nación ni qué exacto conjunto humano la conforma. Pese a los denodados esfuerzos de las diversas teorías sociales, todas han sido incapaces de hacer semejante cosa. Todas han resultado parciales, cuando no tendenciosas. Así, la respuesta a la pregunta de ¿qué es España , permanece teóricamente tan oscura como la de decir qué sea Francia, Alemania o Rusia; paralelamente, la pura teoría no es capaz de ofrecer una respuesta científica a la pregunta de hasta dónde llega España, sea para saber si se debe introducir Gibraltar o Portugal, como para saber si se debe extraer Ceuta o Cataluña. Todas estas opciones presentan argumentos tanto a favor como en contra, sin que ninguno de todos ellos presente un carácter irrebatible.

Pero esta indefinición teórica no es privativa del concepto «nación». Si tratamos de definir perfecta y sistemáticamente el concepto de Estado, sucede lo mismo. Existen Estados grandes y pequeños, económicamente sólidos y débiles, con poblaciones cultural y étnicamente relativamente homogéneas y heterogéneas, etc. Y esto no es algo baladí, máxime si tenemos en cuenta que en los últimos dos siglos los Estados se autodefinen como naciones (Estado-nación).

El problema se agrava, aunque paradójicamente se resuelve, si tratamos de hacer lo mismo con el concepto de democracia. De nuevo, no hay teoría que incontestablemente resuelva el dilema de sobre qué ámbito exacto deberíamos instaurar una democracia. Decimos que el dilema se agrava porque, en nuestra época histórica, el Estado se legitima sobre la idea de la democracia y la garantía de unos derechos que consideramos fundamentales. Así, la nación, en cuanto comunidad política, es la que se dota a sí misma de un sistema de poder, regido jurídicamente, que garantiza una serie de derechos y procedimientos. Pero, dada la endeblez teórica del concepto de nación, ¿cómo poder asentar sólidamente una democracia

La paradoja apuntada surge cuando observamos que los principios democráticos nos dan también la solución al dilema, al constatar que la verdadera conquista de la Revolución Francesa (pese a sus innegables insuficiencias y excesos) radica en esa noción de democracia construida sobre los Derechos Humanos, de la que el concepto de nación sería instrumental. Si algo tiene de grandiosa la Revolución es la universalidad de sus valores y principios, y por ello no tardó en irradiarse al mundo entero.3La universalidad del concepto de nación y del principio democrático de que una comunidad humana tiene el derecho a decidir sobre los asuntos que le afectan, permite que cualquier colectivo se autodefina como nación y establezca su propio sistema político.

Por supuesto, ésta es sólo la teoría. Así, pese a que el significado primario de nación... era político,

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...los diversos elementos que más adelante se usarían para descubrir definiciones de la nacionalidad no estatal ya se hallaban indudablemente presentes, ya fueran asociados con la nación revolucionaria o creándole problemas; y cuando más afirmaba ser una e indivisible, más problemas causaba la heterogeneidad que había dentro de ella. Poca duda hay de que para la mayoría de los jacobi-nos, un francés que no hablara francés era sospechoso, y que, en la práctica, el criterio etnolingüístico de nacionalidad se aceptaba con frecuencia...4

HOBSBAWM, tras un minucioso análisis de la Revolución, observa que estos esfuerzos por cohesionar el territorio, especialmente en lo referente a la lengua5, no lograban sino crear nuevos nacionalismos que se volvían necesariamente políticos, y que, en cualquier caso, «todas las naciones, incluso las de extensión mediana, tuvieron que construir su unidad basán-dose en la disparidad [interna] evidente».6En suma, es necesario observar que «el ideal del Estado-nación sólo requiere un Estado independiente con soberanía sobre un territorio; no se precisa un territorio específico».7Ese territorio concreto no lo aporta la noción de Estado, sino la de nación. Pero debe notarse que, a su vez, el nacionalismo estatal se adapta al territorio ya existente. Por eso, «para comprender verdaderamente el conflicto étnico y nacional, uno debe comprender el marco espacial que existía previamente y en el que se moldeó el nacionalismo». De esta manera, «el concepto de nación fue encajado directamente dentro del orden territorial existente que fue aceptado como algo dado. Así, los imperios fueron simplemente redefinidos como Estados-nación».8Evidentemente, este cambio de la fuente de legitimidad creaba tensiones dentro, ya que otros grupos cumplían las condiciones que el centro estatal usaba para definir la nación, base del poder soberano.

El origen y desarrollo del Estado español no...

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