En busca de una primera racionalidad del castigo: el panorama de la Ilustración

AutorIñaki Rivera Beiras
Páginas15-22

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Es sabido que desde la segunda mitad del siglo XVI en adelante, comenzó a florecer en Europa, tras haber sido inaugurados en Gran Bretaña, todo un entramado de work-houses que se difundió ampliamente hasta los primeros decenios del siglo XVIII (Spitzer y Scull 1977). Si bien es cierto que ya puede hablarse de ciertas prácticas punitivas en el mundo clásico (frente a ciertas conductas transgresivas de los esclavos, quienes podían llegar a ser inter-nados), también es verdad que la utilización del gran encierro constituye un fenómeno que no puede ser apreciado hasta el período indicado, esto es, al que se sitúa entre el final de la Edad Media y la paulatina aparición de la Modernidad (Pavarini 1994a: 4-5).

Fue, en efecto, en dicha época cuando surgieron en Europa las primeras prácticas de segregación masiva de individuos, a través de instituciones diversas: manicomios, hospicios, casas de corrección, lazaretos, befotrofios, cárceles... Numerosa literatura puede hallarse en torno a esa nueva praxis.

Foucault (op. cit.) señala las «prácticas de profilaxis social» propias de la Baja Edad Media, encaminadas a lu-char contra las amenazas del contagio de la lepra, como origen de la edificación de los grandes lazaretos. Asimismo, como ya se mencionó, Spitzer y Scull (op. cit.) dan fe de la aparición de las work-houses británicas. Rusche y Kirchheimer (op. cit.), por su parte y, asimismo, Melossi y Pavarini (op. cit.) acreditan la aparición de los primeros

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hôpital general franceses, rasp-huis y spin-huis holandeses o casas di lavoro italianas. Asimismo, otra literatura pone de manifiesto el decisivo rol desempeñado por la experiencia religiosa en la producción de una cultura de «domesticación» de los hombres para ser más útiles, de la afinidad de la disciplina conventual con la todavía entonces lejana de la fábrica y de la vinculación entre el procedimiento penitencial y la aparición de las primeras penitenciarías (Pavarini 1994).

La «opción custodial» fue tomando cada vez más cuerpo en la política de la disciplina social. Nació así la idea de que la respuesta más adecuada frente a los problemas representados por enfermedades, disturbios y peligros fuese la de secuestrar a sus protagonistas en espacios restringidos y separados de la sociedad (Pavarini 1994: 4). El gran encierro quedaba de este modo inaugurado.

Sin duda, el perfeccionamiento de tales prácticas segregacionistas no llegaría hasta la invención panoptista. Concebir un espacio cerrado apto para la vigilancia de sus habitantes (el «principio de inspección» benthamita), podía ser útil para construir hospicios, fábricas, orfanatos, cárceles... Pocos autores han podido describir tan bien como Marí lo que verdaderamente representó Jeremy Bentham en el contexto de los sueños (irrealizados) del Iluminismo. El Siglo de las Luces «soñó con la transparencia, contrapoder del oscurantismo, con la sociedad contractual, con el nuevo modelo político y con la Razón». Marí, con hermosas citas de Starobinski, pone de manifiesto cómo el Iluminismo soñó con poder organizar la cárcel con piedras transparentes (como el cristal) y, al no poder hacerlo de ese modo, la arquitectura panóptica intentó cumplir (fallidamente) aquel sueño (Marí, op. cit., 131).1

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Sin embargo, el panoptismo representó algo más que esa simple aspiración de gobierno interior de la institución: como ha señalado Costa (1974), en la particular metáfora político-jurídica del Panóptico de Bentham, se está diseñando un lugar externo, diverso del proyecto jurídico; un lugar donde puede ensayarse un Poder desvinculado de los límites formales del Contrato, los cuales venían...

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