Mulier dea. Sor Juana y la construcción de la femineidad

AutorAntonio Cortijo Ocaña
CargoUniversity Of California
Páginas97-113
243
Mulier dea
. Sor Juana y la construcción
de la femineidad
ANTONIO CORTIJO OCAÑA
UNIVERSITY OF CALIFORNIA
En un trabajo reciente (Cortijo, 2015) tenía ocasión de desarrollar una lectura
interpretativa de sor Juana y su obra al completo. Decía allí que una búsqueda
inicial de las fuentes latinas y el uso del latín en la obra de la monja jerónima me
había hecho percatarme de que por su producción al completo corrían unas a
modo de líneas maestras que guiaban y amalgamaban sus diferentes textos (líri-
cos, teatrales, ensayísticos, filosóficos, etc.). En efecto, a pesar de la variedad gené-
rica, toda la obra de sor Juana podía leerse como un alegato por la legitimidad
personal y de la Colonia en cuanto sujetos de conocimiento, si no en rivalidad con
la metrópoli al menos desde el punto de vista de la emulación, del aupamiento al
nivel de igualdad o del reconocimiento de su carta de naturaleza. Decía también
que sor Juana se veía a sí misma como una altera Proba, un remedo de aquella
centonista cristiana que había ejercido de interpres, traductora, transmisora y bi-
sagra entre los mundos clásico-pagano y cristiano, buscando entre ellos una rela-
ción de continuidad que se explicitaba mediante una propuesta interpretativa sin-
crética y tipológica o prefigurativa. También concluía que un análisis de los vi-
llancicos sorjuaninos, del Neptuno alegórico y del Primero Sueño ponía de realce
la construcción que hacía sor Juana en ellos (heredera en gran medida de Atana-
sio Kircher [con el interés añadido en Juan Caramuel, etc.; Olivares]) de un prin-
cipio inteligente asexuado o neutro, un principio operativo y cognoscitivo (inter-
pres de nuevo) que hace que el ser humano se eleve piramidalmente en su deseo y
necesidad de conocimiento y comprensión hacia una superación dialéctica de la
oposición binaria de tesis y antítesis. Y que esta construcción, en sor Juana, solía
adquirir con repetido empeño la forma de una fértil Isis, una Minerva sabia o una
María, madre de Dios, entendida como principio activo, doctora y figura triádica.
Como decía sor Juana al marqués de La Laguna, escribiendo de noche «nocturna,
mas no funesta», in agone, en el romance natalicio «Si daros los buenos años»,
sólo la vida intelectual merece la pena:
Quien vive por vivir sólo,
sin buscar más altos fines,
de lo viviente se precia,
de lo racional se exime [252].
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En dicha obra no tenía más espacio para desarrollar con profusión algunas de
las ideas que allí se mencionaban o se aquilataban brevemente en nota. Para estas
líneas me interesa ahora insistir en el análisis de la construcción de la mujer en
sor Juana como principio divino, que no es sino un aspecto de un leitmotiv de su
obra entera, la exaltación (divinización) de la femineidad utilizando como refe-
rentes las figuras mitológicas de Minerva-Atenea o la figura cristiana de la Virgen
María, entendida en una manera muy particular como triunfante, doctora o sabia.
Y todo ello se inserta dentro de la motivación o impulso que recorre la obra de la
jerónima, que no es otro que el de darse a sí misma carta de naturaleza en un
proceso de legitimación y autojustificación. Esta repetición constante de una mis-
ma temática no es extraña, pues ya la misma sor Juana en el romance «Gran mar-
qués de La Laguna» se acordaba de un cierto predicador, que siempre insistía en
una variación del mismo tema en sus predicaciones y que, al ser increpado por
ello, respondió:
Yo mu da r
discurso ni asunto puedo,
mientras nuestra madre Iglesia
no me mude el Evangelio [257].
La divinización de la figura femenina como enamorada (donna angelicata) no
es nada nuevo en la literatura de la segunda mitad del siglo XVII. De hecho, será en
este momento cuando experimentemos un canto epigonal del cisne en la ideali-
zación de la enamorada que se había producido en la literatura románica desde la
poesía italiana de los siglos XII y XIII (de I Siciliani en adelante), pasando con
Petrarca y sus continuadores renacentistas, y con los refrendos teóricos del De
amore libri III de Andrés el Capellán hasta las grandes elaboraciones amorosas
neoplatónicas de los florentinos, entre otras muchas (Lewis, Duby, Newman; Sa-
bat de Rivers, 2005; Alatorre, 2001).1 Esta literatura había desarrollado una imagi-
nería para referirse a la amada de la que es recipiendaria sor Juana, como fruto de
su época y escritora epigonal del Barroco hispano. Por otra parte, existen otras
dos corrientes que tener en cuenta para considerar las páginas que siguen. La
primera se refiere a una tradición de referencia a la Virgen María que arranca de
la patrística cristiana y se difundirá luego por la hímnica medieval. En ella la
Virgen aparece caracterizada con epítetos que refieren a su belleza y bondad in-
maculadas, como palma en el desierto, bálsamo para los creyentes, rosa matutina
y estrella luciente de fe, reina coronada en el empíreo que actúa de intercesora
ante su Hijo y cuyos episodios más resaltados tienen que ver con su concepción
1. En paralelo a la divinización, podemos señalar otro modelo clásico que sor Juana tiene en cuenta para la
construcción de su relación con la virreina: la amiticia (Alatorre, Cortijo [2005], Zaragoza-Huerta).
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