La literatura de viajes, desde el extrañamiento a la familiaridad existenciales

AutorManuel González de Ávila
Páginas193-196

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¿Por qué leer literatura de viajes? La respuesta más inmediata, tan barthesiana y psicoanalítica, es sin duda: por el placer. Pero también porque para la mayoría de los lectores contemporáneos de mediana edad, los relatos de exploraciones y las narrativas del extrañamiento geográfico fueron pieza clave en la constitución de su imaginario y, más allá de éste, en la formación de su cultura. Por eso vale la pena volver sobre ellos y analizar someramente algunas de sus características esenciales.

Aunque con los siglos la gesta de viajar ha experimentado profundas metamorfosis antropológicas, la vigencia de la literatura de viajes no parece haber disminuido. Tal vez el concepto de «viaje» sea vago y arrastre muchas opiniones comunes -connotaciones publicitarias incluidas-, pero habrá que asentar sobre él la referencia básica del gé-nero: el viaje es el acto, a la par somático y cognitivo, de desplazarse en el espacio para ir al encuentro de la alteridad, acto cuyo reverso es la escritura como auténtica segunda vivencia -y quizá primera elaboración verdadera- de su significado. Señalemos, de entrada, que en la literatura de viajes la alteridad y sus signos son a menudo apreciados ambivalentemente, sobre todo hasta el s. XX, en el que las nociones de «extrañeza» y de «extranjería» se vuelven muy relativas: lo que fascina es también lo que inquieta (Herodoto, A. von Humbolt, J. Baudrillard), y la escritura y su fluencia reflexiva parecen el medio idóneo para que emerja la ambigüedad de la conciencia ante lo otro, en forma de síntomas que deben ser interpretados.

A pesar de su notable difusión, las narrativas de viajes ha sido víctimas tradicionales de cierto menosprecio justamente en cuanto género. Consideradas como una parte menor, sin demasiada dignidad estética, de la obra de los grandes autores (L. Sterne, G. Flaubert, A. Chéjov, J. Steinbeck, H. Hesse,

  1. Gide, A. Moravia, etc.), y como el resultado de una pulsión poligráfica que los desviaba de su auténtico objetivo -escribir ficciones puras-, hoy su carácter híbrido les confiere justamente una gran pertinencia. La literatura viajera, con los rasgos que a continuación se enumerarán, constituye al mismo tiempo un vehículo privilegiado para la escritura del mundo contemporáneo y un objeto de investigación sobredeterminado, en el que están presentes todas las dimensiones, temáticas y formales, que incumben al teórico y al crítico literario. A ello viene a sumarse el que, históricamente considerados, los relatos de viajes contienen los primeros apuntes de modos de discurso que, con el paso del tiempo, habrán de convertirse en las actuales ciencias sociales, e incluso muestran atisbos de algunas ciencias naturales. Así, la geografía, la etnología, la antropología, la historia, la botánica o la zoología, entre otras disciplinas, se sienten concernidas por tales anticipaciones pre-teóricas que, además de seducir al curioso lector con vocación episté-mica, atraen a los especialistas de cada ciencia, y constituyen para ellos un rico archivo de información potencial.

¿Cuáles son entonces las principales notas definitorias del libro de viajes? Destacaremos tres:

  1. Una enunciación en primera persona, muy próxima a la de la autobiografía o asimilable a ella, lo que supone la necesidad de recurrir para su comprensión a la teoría de lo auto-biográfico elaborada en las últimas décadas.2 Piénsese también que, a la inversa, los relatos de desplazamiento dentro de las autobiografías -que se producen cuando el autor narra sus viajes- pueden ser mejor entendidos gracias al estudio del género autobiográfico. Por otra parte, lo que diferencia fundamentalmente a la enunciación autobiográfica más o menos...

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