Algunos apuntes acerca del papel jugado por el sindicato en los cambios productivos, sociales, políticos y demográficos y de la evolución del propio sindicato

AutorElvira Sánchez Llopis
Páginas243-253

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Preguntarse por el papel del sindicalismo, por su vigencia, por su utilidad, por sus retos actuales y de futuro es, sin duda, preguntarse por la situación, estructura y composición de la clase trabajadora, o si se prefiere, por el papel del propio trabajo, del hecho laboral.

El sindicalismo de clase es, tal y como confirman las elecciones sindicales, en el que confía la clase trabajadora de nuestro país, lo que convierte a los sindicatos de clase en un referente tanto para la propia clase trabajadora como para la sociedad en general; se reconoce su capacidad de influencia y de negociación tanto en el ámbito de la Negociación Colectiva como en el más amplio del Diálogo Social del que aquella forma parte.

Sin embargo las Organizaciones Sindicales no deben ensimismarse en los datos, porque si bien es cierto que el sindicalismo de clase ha encontrado un lugar central en la historia de las naciones recorridas por el proceso de industrialización porque ha sabido responder a la expectativa de emancipación de la clase trabajadora, no sólo acompañándola, sino, más profundamente, liderando el proceso de adquisición de la condición de ciudadanía en un estado democrático, y que Comisiones Obreras ha sido, en el caso de nuestro país, agente indispensable en la propia construcción de ese Estado, no es menos cierto que, sin embargo, hoy, el propio Sindicato vive lo que se podría caracterizar como una “crisis de identidad”: Sabe que no es el que era ayer, sin que, sin embargo, se atreva a definir cómo será mañana.

Una situación a la que, sin duda, no es ajena la ¿última? andanada que contra el sindicalismo de clase vierte el discurso neoliberal y ultraconservador, pretendiendo su deslegitimación, su anquilosamiento y, en último extremo, lo extemporáneo del hecho sindical.

Según este discurso, que cobra más y más virulencia cuanto más necesario se hace el sindicalismo de clase, cuanto más recae sobre la clase trabajadora el peso de

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los errores y las injusticias de un capitalismo tan voraz que se devora a sí mismo, cuanto más obvia es la imposible reconciliación en el conflicto general que, llámese como se quiera no es sino una de las formulaciones, de las emergencias del conflicto capital-trabajo, el sindicalismo de clase vendría a ser una rémora de otros tiempos, cuando no un falsario en la defensa de los intereses y derechos de una clase trabajadora que el mismo discurso ultraliberal quiere desdibujar, fracturando.

Una pregunta que no debe concebirse, sin más, como una pregunta reduccionista que conduzca a respuestas únicamente centradas en el valor y el carácter económicos del trabajo, con ser estos factores importantes, sino que debe remitir necesariamente, para alcanzar su auténtica dimensión, a sus condicionantes de carácter tecnológico, organizativo, social, político, cultural y demográfico, y que aboca directamente hacia los derechos vinculados con el trabajo, hacia la consideración de qué debe ser, en el siglo XXI, un estado social (o, incluso, para algunos si debe seguir existiendo el estado social).

El trabajo productivo ha ido viendo difuminado su papel de vertebrador social en la medida en que se han consolidado de manera creciente y acelerada fenómenos de desregulación laboral, que acaban consolidándose en auténticos focos de precariedad, a la par que el mercado de trabajo se configura como un auténtico agente de segmentación y fragmentación de la mano de obra; en que los poderes públicos (y singularmente el Estado) hacen dejación de su carácter tutelar y garante de derechos básicos para la efectividad de la condición de ciudadanía; en estos tiempos, decimos, la tentación de certificar la obsolescencia del sindicalismo de clase o, al menos, de cuestionar su vigencia y su necesidad, es lo suficientemente fuerte como para que resulte necesario hacernos cargo de ella.

En rigor, la relación entre sindicalismo y hecho laboral (en este sentido complejo al que aludimos), es una relación claramente dialéctica o, al menos, y en mi opinión, debería serlo. Debería serlo como única forma de conjurar eficazmente los discursos (y las prácticas) que vienen a certificar la señalada supuesta obsolescencia del sindicalismo de clase, su anacronismo.

Y es que el sindicalismo sólo puede ser concebido como sujeto de cambio social. De ahí que el sindicalismo está obligado a actuar y está obligado a actuar con un fin determinado: el sindicalismo está obligado a actuar para transformar la sociedad. Ese es su gran desafío, hoy como ayer; lo que el sindicalismo tiene que asumir de manera inequívoca si no quiere perder su propio sentido, su propia razón de ser.

Pero para ello el sindicalismo tiene que abordar también sus propios retos como sujeto, sus retos organizativos, empezando por su elemento nuclear, del que el sindicalismo cobra su fuerza y su legitimidad: la organización y cohesión de la propia clase trabajadora, para lo que la participación es un factor inexcusable a la vez que esencial, y para lo que se que precisa también de la unidad de acción del sindicalismo de clase, de tal modo que no se parta de una fractura siempre indeseable, aunque pueda ser coyuntural y esporádicamente inevitable.

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La opción, si se quiere, el reto, consiste en hacer que el sindicalismo de clase, sin dejar de serlo, se sitúe a la altura de los tiempos, no fuera del tiempo, en otro tiempo o sometido a él.

Y eso quiere decir, básicamente que, sin abandonar los principios que le hicieron nacer, el sindicalismo tiene que dotarse de nuevas estrategias, nuevos mecanismos organizativos, nuevas pautas de actuación sindical, nuevos ámbitos de intervención que, de un lado, le permitan dar la respuesta necesaria y efectiva para garantizar el gobierno de la totalidad de los cambios que hasta ahora se han producido y que continúan produciéndose de manera acelerada y en un entorno que también se difumina y complejiza muy rápidamente.

De otro lado tienen que servir para que el sindicalismo consolide y amplíe su base social, no sólo porque, cuantitativamente, es esa base social la que le dota de legitimidad a través del mecanismo electoral, sino, más profundamente, porque es esa base social la que constituye su referente último, en la que revierte su buen o su mal hacer.

No desde planteamientos resistencialistas que puedan pretender mantener en pie a toda costa una institución a la que se considera emblemática pero ineficaz por cuanto no sabría responder a las circunstancias en que ahora se materializan las condiciones de trabajo y de vida de la clase trabajadora y que, para bien o para mal, son radicalmente distintas de las que vieron nacer al sindicalismo de clase, planteamiento éste que no vendría sino a subrayar su anacronismo.

Tampoco desde planteamientos adaptacionistas que pretendieran mantener en pie a toda costa una institución a la que se considera emblemática pero innecesaria, toda vez que no querría responder a esas mismas circunstancias, sino tan sólo gestionar sus consecuencias de la forma...

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