Introducción. El paisaje urbano y el conflicto

AutorPedro Fraile
Páginas19-25

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No siempre somos demasiado conscientes de que habitamos en un mundo que interacciona continuamente con nosotros y que el espacio en que nos desenvolvemos contribuye, en gran medida, a configurar nuestra propia vida, ya sea por el tipo de actuaciones o de movimientos que propicia o que dificulta, ya sea por cómo influye sobre nuestras posibilidades de relacionarnos con los demás o, sencillamente, por el mensaje que continuamente nos transmite a través de los edificios, de las perspectivas sobre determinados monumentos, que nos recuerdan hechos y personajes, o de los nombres de las calles y avenidas.

Del mismo modo, también pasa con frecuencia desapercibido el hecho de que muchas de las estrategias de control que se ponen en marcha en nuestra sociedad, así como aquellas tendentes a lograr una colectividad más dócil, tienen una componente espacial o territorial importante. Un buen ejemplo de lo dicho podría ser la idea de la «tolerancia 0» promovida por Giuliani, el ex-alcalde de Nueva York. Desde esta perspectiva, el propio paisaje urbano debe transmitir sensación de orden, el simple hecho de crear un ambiente en el que se sienta la presencia vigilante ya es disuasorio y útil, tanto para frenar la contravención de la norma, como para incidir sobre el tejido social induciendo actitudes más disciplinadas y sumisas.

1. Los vínculos entre espacio y disciplina: una relación histórica

A menudo tendemos a creer que lo que sucede en nuestro entorno es nuevo y único, pero un análisis algo más minucioso de la realidad y de la historia suele hacer aflorar continuidades en las que no nos habíamos detenido. Ya desde finales del siglo XVII y principios delPage 20 siguiente1, quienes se ocupaban de la administración de las ciudades fueron poniendo en marcha una reflexión específica sobre estos temas, que progresivamente se fue consolidando y dio lugar a un discurso bastante coherente que, en el ámbito del Mediterráneo, se conoció con el nombre de Ciencia de Policía, algo muy próximo a lo que en los países germánicos se denominaba cameralismo, y que alcanzó un grado de institucionalización considerable2.

En los diversos tratados3 que jalonaron el siglo XVIII, y una buena parte del XIX, se abordaron cuestiones como la morfología de la ciudad, en aspectos tan concretos como el trazado de las calles, su numeración, los sistemas de iluminación y vigilancia, o su funcionamiento práctico, atendiendo a temas como las actividades que los ciudadanos debían desarrollar para su buena marcha o la recogida de las basuras, por poner algunos ejemplos. Y todo ello se planteaba desde la perspectiva de lograr una ciudad más gobernable y, por tanto, habitada por unos individuos ordenados y maleables, todo lo cual contribuiría a una gestión más eficaz del orden público.

Este discurso sobre el gobierno urbano se fue desintegrando en saberes más específicos a lo largo del ochocientos. En tal proceso, los objetivos políticos que estaban tras las formulaciones urbanísticas y territoriales se fueron velando, en la medida en que la clase obrera y los sectores populares iban tomando consciencia de su situación y lograban mayores cotas de organización, con lo cual eran cada vez más capaces de ofrecer alternativas a las intervenciones que se intentaban articular desde el poder. El conjunto de escritos que Engels dedicó al problema de la vivienda y de las grandes ciudades4 o las propuestas urbanísticas y territoriales de una buena parte de los socialistas utópicos5, podrían ser un buen ejemplo de esta creciente capacidad de respuesta, que obligaba a ir escondiendo la vinculación entre lo espacial y lo político que, con anterioridad, había sido más manifiesta.

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En resumidas cuentas, parece claro que ha existido una larga tradición de pensamiento dedicada a indagar las relaciones entre la organización espacio-territorial y las posibilidades de intervención sobre la voluntad de los individuos o la gestión del orden público y, en parte, la eficacia de las actuaciones territoriales estribaba en que, hasta cierto punto, pasaban desapercibidas o se enmascaraban bajo otros discursos.

2. Las estrategias territoriales y de control

Desde este punto de vista el análisis del paisaje urbano y, en cierta medida, de las estrategias de organización...

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