La incidencia del consumo en la economía y la intervención de los consumidores

AutorMaximino Carpio García
CargoUniversidad Autónoma de Madrid
Páginas242-253

    Conferencia pronunciada en el 2.° Congreso de HISPACOOP, «Cooperativas de Consumidores, organizaciones de futuro», celebrado en Madrid durante los días 12 y 13 de junio de 2001.


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1. Introducción

Nadie pone en duda que el consumo es una de las variables clave de la economía. Ello es especialmente cierto en una sociedad que ha alcanzado un elevado grado de desarrollo, hasta el punto de que con frecuencia se la califica como «sociedad de consumo». Desde el punto de vista macroeconómico, el consumo se convierten en la principal magnitud de la demanda agregada y el impulsor de la inversión a través de la teoría del acelerador. Se convierte en último término el consumo en el motor de la actividad económica y de la creación de empleo. De ahí que sea fundamental en cualquier análisis sobre la evolución económica predecir cómo va a comportarse la variable consumo. Basta abrir cualquier diario de información general, y mucho más si es de información económica, para darse cuenta de la importancia que se da al consumo como variable estratégica en el comportamiento futuro de las magnitudes económicas.

En los análisis de coyuntura económica que tanto proliferan y a los que se presta especial atención en estos momentos por la preocupación que existe sobre cual va a ser la tendencia que siga la actividad económica en los próximos meses, una de las variables cuyo comportamiento trata de predecirse con más insistencia es la de la demanda de consumo. Hace sólo unos días, cuando la prensa recogía el último informe del Banco de España sobre la evolución de la economía española en el primer trimestre del presente año, varios medios de comunicación insertaban titulares del tenor siguiente: «El Banco de España afirma que el consumo se recupera.» Y es que el consumo final representa en nuestra economía no menos 75 % del total de la demanda y dentro de él, el consumo final de los hogares acapara en torno al 80%, lo que equivale a que alrededor de un 60 % de lo que se produce en un año en nuestra economía es absorbido por los hogares naciones en forma de consumo, sea de bienes duraderos o no duraderos.

Pero si del nivel macroeconómico bajamos al análisis microeconómico, aquel que se refiere al comportamiento de las empresas y de los consumidores, el consumo es el soporte básico de la demanda de todos y cada uno de los bienes servicios de una economía de mercado, por lo que desde los inicios del nacimiento de la economía como ciencia Page 243 independiente una de las premisas de partida era la «soberanía del consumidor», concepto sobre el que se construyó el edificio de la economía clásica y, que como veremos, sigue aún hoy estando en la base de muchas de las teorías que tratan de explicar el comportamiento de los mercados y de los consumidores como agentes de los mismos.

La importancia clave de la variable consumo ha convertido el estudio de la misma y, en consecuencia, el del comportamiento del consumidor, en uno de los elementos estratégicos del análisis económico, de tal forma que buena parte del edificio de la teoría económica se ha construido sobre los pilares del comportamiento del consumidor, tanto en su enfoque microeconómico como en su vertiente macroeconómica. Explicar el comportamiento del consumidor, predecir sus reacciones ante determinados estímulos, condicionar y dirigir dichas reacciones se ha convertido en un objetivo fundamental de estudio no sólo de distintas ramas de la ciencia económica, sino de otras pertenecientes a áreas del saber tan dispares como la sociología, la ética, la demografía, la psicología, el derecho o las ciencias de la salud. El enfoque que en mi exposición va a predominar es el económico.

Comenzaré haciendo un breve repaso de los tópicos que se han acuñado en torno a la función y comportamiento económico del consumidor, deteniéndome brevemente en el análisis de algunos de los conceptos que desde los primeros pasos de la economía como ciencia se constituyeron en elementos clave para la elaboración de los modelos económicos, como son los de «la soberanía del consumidor» y el de «propensión marginal al consumo», con el fin de someterlos a examen a la luz de los recientes desarrollos; pasaré a describir a continuación algunas de las teorías actuales referentes a la función del consumidor en una economía globalizada y al papel del mismo en el proceso de construcción europea y terminaré con algunos comentarios basados en la evolución de la estructura del consumo en España, tratando de detectar las variables que explican los cambios en los hábitos de consumo, con el fin de que puedan ayudar a predecir pautas de comportamiento futuras.

2. El papel del consumidor en el esquema clásico y keynesiano: la soberanía del consumidor y la propensión a consumir

En el modelo económico de flujo circular de la renta, las familias, entendidas en sentido amplio, se identifican como el agente económico que obtiene rentas de las empresas a cambio de la realización de su función como prestadora de los servicios de trabajo, utilizados por las empresas como factor de producción. Mediante la combinación de factores productivos, básicamente capital y trabajo, las empresas realizan la función de producir bienes y servicios, que son adquiridos por las familias (función de consumo) a cambio de las rentas que procedentes en su mayor parte de la compensación por la prestación de sus servicios de trabajo.

Una de las cuestiones cuya respuesta ha dado origen a la configuración de distintos modelos de comportamiento económico y, en consecuencia, a distintas formas de entender e instrumentar la política económica a lo largo de los dos Page 244 últimos siglos, es la de si la producción es la que condiciona el nivel y la composición del consumo, o es el consumo el que orienta el proceso productivo, determinando qué y cuánto se ha de producir.

Si se asume la primera de las respuestas -la producción determina el consumo-, nos encontramos con los modelos clásico y neoclásico de economía, y más recientemente, con la corriente de pensamiento económico, muy en boga en los años ochenta del siglo XX, sobre todo en Estados Unidos, conocida como la «Teoría de la oferta». Su formulación inicial se encuentra en la conocida como «Ley de Say», por ser el economista Jean Baptista Say quien la enunció, según la cual «La oferta crea su propia demanda», lo que equivale a decir que la variable clave en economía es la producción, ya que la demanda se adaptará a aquélla, y que, en consecuencia, las medidas de política económica han de dirigirse a eliminar los desincentivos a la producción e introducir incentivos a la misma.

En cambio, si se acepta que es el consumidor el que decide qué y cuánto se produce, nos encontramos con las teorías de la «soberanía del consumidor», a nivel microeconómico, y con la teoría Keynesoana o de la demanda, a nivel macroeconómico. Buena parte del desarrollo de la teoría y política económica en la últimas décadas, y más en concreto, desde la segunda mitad del siglo pasado, es deuda de esta concepción soberanista del consumidor. Más recientemente se han matizado las propuestas derivadas de esta última concepción a partir del cuestionamiento de la «soberanía» del consumidor en la formación de sus gustos y, por tanto, en la configuración de la demanda.

Una de las críticas más sólidas a la concepción soberanista del consumidor es la que se encuentra en la obra de John K. Galbraith: El nuevo estado industrial, cuya primera edición data de 19671. En casi todo el análisis económico y en casi toda la enseñanza económica, dice Galbraith, se supone que es el...

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