Los huérfanos de roma y la nueva configuración geopolítica del mediterráneo occidental

AutorModesto Barcia Lago
Páginas125-136

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En los tiempos dramáticos de la caída de la Urbs caput imperii, la obra de Agustín de Hipona De Civitate Dei supo dar expresión y coherencia ideológica a la defensa de las tesis eclesiales frente a la crítica de la tradición pagana del Imperio, para situar la Iglesia como portal de la nueva época. En el inicio de la Edad Media, el "agustinismo político" -que la teoría de las "dos espadas" del Papa Gelasio I y la energía llena de sutileza de Gregorio Magno, fundador del patrimonium Petri, encarnaban-, operacionaliza en términos de acción política el caudal doctrinario acumulado en los siglos anteriores; la fórmula escueta de Pierre GRIOLET, "Agustín, Gelasio, Gregorio: tres nombres jalonan el caminar de la Iglesia a través de las teologías del poder y el paso de la Ekklesia a la Ecclesia Romana"240, sintetiza este rico proceso evolutivo, que enseguida aparecerá enmarcado en el plano geopolítico global del Mediterráneo por la dialéctica de tres esferas de influencia: "un Oriente para los bizantinos depositarios de la vieja tradición imperial romana; un Sur convertido en tierra de implantación de los herederos espirituales de Mahoma, y un Occidente, en clara contracción política, que se nucleará en torno a la dinastía franca de los carolingios"241.

Se desarrolla esta perspectiva política eclesial, enmarcada en la elaboración del primer "Corpus" cultural cristiano por las escuelas monásticas y episcopales entre los siglos VI a VIII. Elaboración que lleva la impronta de tres hombres vinculados a la escuela antigua italiana: Boecio, autor de la Logica vetus y del opúsculo De consolatione philosophiae; el filósofo sería ejecutado en el contexto de la larga "guerra gótica" entre ostrogodos y bizantinos; Casiodoro, otro colaborador de Teodorico, preocupado en sus Institutiones por un programa de integración de Page 126 las siete artes liberales en el marco de una cultura sacra y autor de un tratado de ortografía y transcripción de textos que tendría notable éxito; y el propio Papa Gregorio Magno con sus consejos, Moralia, orientadores de la vida monástica, la Regula pastoralis, que es un manual del oficio de obispo, y los Diálogos sobre vidas de santos en forma de preguntas y respuestas. Pero no puede olvidarse aquí la gran labor de San Isidoro de Sevilla, especialmente su obra Etimologías, y en las tierras inglesas de Northumbria, la personalidad de Beda el Venerable, quien se servirá ampliamente de Isidoro hispalense para su Historia ecclesiastica gentis anglorum y para De natura rerum, dejando su herencia a la Escuela catedralicia impulsada por el obispo Egberto de York, donde profesaría como oblato Alcuino, figura capital del renacimiento carolingio242.

La Renovatio Imperii carolingia

Desde la muerte de Gregorio Magno se recrudencen los roces entre el Imperio bizantino y el Papado, mientras continúa la difusión del cristianismo en Germania y en el Oriente. ¿Cómo no ver en la herejía monotelita, que proclamaba la existencia de dos naturalezas, divina y humana, en Cristo, pero una sola voluntad unificante, un trasunto de la pretensión del Emperador Heraclio, protector de los secuaces heréticos frente al Papa Honorio I que los combatía duramente?

Estamos en el período germinador del poderío temporal pontificio, con Roma, es decir, con la futura Europa, como botín. Por eso, otro constantinismo católico, instrumentado en las cancillerías pontifi cias sobre los fraudes píos, la falsedad documental de las Decretales pseudoisidorianas y, sobre todo, de la Donatio Constantini, se ensayará sistemática y perseverantemente por el Papado contra la resistencia lombarda, contra la presencia bizantina enmarañada con el confl icto iconoclasta, e incluso contra la oposición interior de los propios Estados pontifi cios, mediante la alianza con los Reyes francos de las dinastías merovingia y carolingia. Un trayecto que pasa por los Papas Gregorio II y III, Zacarías, Esteban II, y Adriano I, culmina en la constitución del Imperium Christianum, fi cción de restauración del Imperium Romanum de Occidente; una renovatio Imperii impulsada por Alcuíno, el mentor intelectual de la Corte franca, con la coronación, por el inmoral León III, de Carlomagno en el mes de diciembre del año 800; aunque, entonces, reducido el Papado a mero agente ejecutor del plan providencial a Deo coronato de la decisión del Rey franco, y a quien aquél había pedido ayuda contra la oposición de sus súbditos romanos, que lo rechazaban por perjuro y adúltero, no se escapaban a las mentes más perspicaces la trascendencia que la nueva alianza tenía como afianzamiento del papel de la Iglesia; justo en los tiempos de debilidad política, militar y moral del Papado, que explican el distanciamiento, si Page 127 no desprecio cesaropapista, con que el Gran Monarca de los francos, consciente de su poder, amonestaba la degradación del Pontifi cado romano:

Me corresponde a mí, con ayuda de la divina piedad, defender en lo exterior a la Iglesia santa de Cristo, con las armas y dondequiera que sea, de las invasiones paganas y de las devastaciones de los infi eles, y fortifi carla en lo interior con el mayor conocimiento de la fe católica. A vos os corresponde, santísimo Padre, elevar las manos a Dios con Moisés y sostener a nuestros ejércitos, para que siempre, con el auxilio divino, salgan victoriosos de los enemigos de su santo nombre y por toda la tierra sea glorifi cado el nombre de Nuestro Señor Jesucristo243.

A pesar del desinterés de Carlomagno por una dignidad imperial, que poco le aportaba a su prerrogativa de poderoso Rey de los francos, pero cauteloso ante la legitimidad de Bizancio, "un clérigo como Alcuino podrá regocijarse por un retorno a Constantino de un imperio reconstruído en Occidente"244, llamado a salvar a la cristiandad y a la Iglesia de Roma, ante la impotencia de Bizancio frente a la expansión del Islam, e incluso para reprender la osadía lombarda de unificación italiana en perjuicio del patrimonium Petri.

La teorización de la nueva Monarquía Imperial venía caracterizada con los ejemplos bíblicos de Moisés, de Josué, y sobre todo de David, ungido por Samuel, como realeza davídica; teorización o acomodo ideológico que ya habían iniciado los Papas Esteban II, Paulo I y Esteban III en sus cartas a Pipino. Así, con el aval del Papado, éste destronó la agotada dinastía merovingia y, al modo bíblico, fue ungido Rey por el Papa Zacarías, que clausuraba la etapa de colaboración merovingia, y al mismo tiempo lograba incrementar sustanciosamente el patrimonium Petri. Se abría, de este modo, la nueva época de la alianza franco-eclesial, esta vez con la dinastía carolingia, que dio lugar las exhortaciones de los intelectuales con los tratados denominados genéricamente "espejo de príncipes".

La fi cción restauradora suponía la ruptura formal con la autoridad nominal del Emperador de Constantinopla, que en el plano religioso llevaría, sobre el fondo de las seculares diferencias de enfoque entre las Iglesias bizantina y romana -a través de la polémica con Focio y la querella iconoclasta, que, como aduce CABRERA, "acentúa las diferencias con Occidente que afectan lo mismo al plano doctrinal que al político"245; un confl icto que, señala SIGNES CODOñER, "es entendido en general en la tradición moderna como un enfrentamiento entre unos iconoclastas de convicciones semitas y hostiles a la tradición cultural grecorromana (incomprensible sin imágenes) y unos iconófi los que representan Page 128 precisamente la continuidad de los modelos icónicos de la Antigüedad"246, así como por medio del debate teológico sobre la cuestión del fi lioque247, fundamentalmente-, a la explosión de la formularia unidad cristiana y al defi nitivo "Cisma de Oriente", consumado en el año 1054 con las recíprocas excomuniones del Patriarca oriental Miguel Cerulario y del Papa León IX.

Ante la presencia árabe-musulmana, Roma y Bizancio aparecerán como cabezas indiscutibles, cada una de su mundo, en las cuencas respectivas, occidental y oriental, del Mediterráneo. Sus relaciones, como se puso de manifiesto en las depredaciones de los Reinos latinos en el tiempo de las cruzadas, no iban a ser cómodas. Si la contraposición con los musulmanes resulta fácilmente explicable, la ruptura con la "Segunda Roma" no podía ser comprendida en Bizancio, donde el ingente esfuerzo de reconstrucción del Corpus del Derecho romano hecho por Justiniano expresaba claramente la concepción imperial bizantina de la restitutio imperii, señorío único sobre los romanos; como escribe CANNATA, "la política de Justiniano encaraba el porvenir en una perspectiva determinada por la idea de que el Imperio romano -el Imperio bizantino, naturalmente- era y sería siempre el centro del mundo; en Oriente, la realidad se presentaba ya bajo ese día, mientras que en Occidente había que trabajar en la reconstrucción de la potencia perdida por el Imperio"248, y la reintegración de Italia como provincia imperial tenía que animar esa ideología bizantina.

No por casualidad, es en la época iconoclasta, bajo el Emperador León III, el Isáurico, hacia el 740, que se dicta la Écloga, "Selección" compilada de textos jurídicos, que introduce matices apreciables a la obra justinianea y que tendría una importante infl uencia en la legislación bizantina posterior -como el Próchiron y la Epanagogé culminando la tendencia con la publicación hacia el 890 de la magna obra de Las Basílicas, adaptación al griego de los materiales de la compilación justinianea en 60 libros, a los que en el siglo siguiente se unirían los comentarios de los juristas bizantinos de los siglos VI y VII (scholia antiqua) y otros más recientes (scholia recentiora)-, amén de servir de modelo a las nacientes monarquías eslavas.

Pero entre los siglos VII y IX, explica ULLMANN, "Europa se perfi laba como materialización de la cultura...

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