La globalización: Un fenomeno controvertido

AutorAlfonso de Julios-Campuzano
  1. LAS TRANSFORMACIONES DE NUESTRO TIEMPO

    "Puede que globalización no sea una palabra particularmente atractiva o elegante. Pero absolutamente nadie que quiera entender nuestras perspectivas...puede ignorarla"1. Con estas palabras, Anthony Giddens, el célebre sociólogo, director de la London School of Economics and Political Science, trata de poner de relieve el valor de la globalización como clave explicativa de nuestro tiempo. A través de ella va tomando forma una variada y, en ocasiones, contradictoria red de fenómenos que están transformando drásticamente nuestras sociedades.

    Desde hace ya algo más de una década, la globalización se ha consolidado como uno de los referentes característicos de nuestra era. En los medios de comunicación, en los análisis macroeconómicos, en el discurso político, en el lenguaje cotidiano, en las charlas entre amigos y en los debates académicos, el término "globalización" ha ido ganando adeptos hasta convertirse en un vocablo de uso común, una palabra de moda, un término versátil y proteico con el que se alude a un complejo entramado de fenómenos, de muy diverso signo, cuya expansión permite intuir el inicio de una nueva era2. Su generalización, sin embargo, no parece que contribuya precisamente a su claridad semántica; y es que, a medida que un término es utilizado con profusión, sus contornos tienden a difuminarse bajo la presión de usos no siempre rigurosos. La globalización no constituye una excepción a esta regla.

    La globalización no es, en absoluto, un fenómeno unidimensional. Más que un fenómeno singular, la globalización comporta una red compleja de interacciones e influencias. Su estructura es reticular, su imagen es poliédrica. Incluso quienes han insistido con cansina reiteración en acotar sus contornos como un fenómeno fundamentalmente económico, no dejan de reconocer que la globalización encubre una transformación profunda que afecta a todos los ámbitos vitales. Pocos autores negarían hoy esta realidad incontestable. Nuestro mundo se está viendo drásticamente transformado merced a la irrupción de nuevos procesos sociales desencadenados por la integración económica y la revolución de las nuevas tecnologías. No hay ámbito de la vida social que no se vea afectado de una u otra manera por el impacto de los nuevos procesos que se están desencadenando: desde el ámbito cultural al económico, desde la escena política a la militar, desde la esfera laboral a la ética, desde el derecho a la ciencia. La globalización es, sin duda, mucho más que la simple aceleración de los procesos económicos mediante la supresión de las coordenadas espaciotemporales. Entraña una transformación más profunda que apenas ha comenzado a sentirse. Es una mutación que se precipita sobre nosotros a velocidad de vértigo casi sin habernos dado cuenta de su existencia. Y nada, nada, escapará a su influencia. Queramos o no, avanza imparable. Inexorablemente va colmando los espacios de la vida social, estableciendo nuevas formas de relación, reordenando los procesos sociales en función de sus propias demandas sistémicas. Tras esta palabra, que no resulta demasiado elegante, se esconde todo un conjunto variado y pluriforme de complejas transformaciones sociales que anuncian un periodo crucial de transición histórica. Su alcance es difícil de prever, pero pocos dudan que la globalización está alterando nuestra imagen del mundo y que comporta una transformación sin precedentes que, tal como ha mostrado Giddens, no se reduce a una zona concreta del globo, sino que penetra todos los espacios geográficos y todos los ámbitos vitales: no hay sector de la vida social que no quede afectado por esta compleja red de fenómenos concatenados3.

    De este modo, la globalización entraña un complejo heterogéneo de transformaciones cuyas consecuencias se prefiguran ya como irreversibles. Un mundo nuevo está emergiendo a partir del mundo existente. Y no se trata de un proceso exento de choques, de disfunciones y de conflictos. La globalización entraña quiebra, ruptura y discontinuidad. Es lo nuevo que pugna con fuerza por abrirse paso a través del esquema consolidado de relaciones, conceptos y categorías. Vivimos, pues, una época de confusión, de zozobra y de conflicto. Lo nuevo que rompe y lo viejo que se resiste a ser desplazado. Es necesario comenzar a percibir esta realidad, porque estamos ante una transformación sin precedentes. Afrontarla exige una actitud decidida en la construcción del futuro, consciente de la responsabilidad que nos cumple en la realización de una sociedad más humana, de un mundo menos inhóspito.

    La globalización representa, como sostiene Octavio Ianni, un nuevo ciclo de expansión del capitalismo, como modo de producción y proceso civilizatorio de alcance mundial4; un ciclo caracterizado por la integración de los mercados de forma avasalladora y por la intensificación de la circulación de bienes, servicios, tecnologías, capitales e informaciones a nivel planetario. De este modo, la globalización aparece concebida como la "integración sistémica de la economía a nivel supranacional, deflagrada por la creciente diferenciación estructural y funcional de los sistemas productivos y por la subsiguiente ampliación de las redes empresariales, comerciales y financieras a escala mundial, actuando de modo cada vez más independiente de los controles políticos y jurídicos a nivel nacional"5. Es lo que Wallerstein ha denominado "economía mundial capitalista": un nuevo marco económico mundial regido por el sistema capitalista cuya dinámica expansiva alcanza así su culminación. De un extremo a otro del planeta, el capitalismo se extiende y se ramifica en múltiples derivaciones locales, un único sistema cuyos desdoblamientos crean una imagen de particularidad. La economía mundial capitalista aparece, entonces, como un marco de referencia regido por tres elementos básicos: el principio de maximización de los beneficios, la existencia de estructuras estatales que intervienen en los procesos económicos, en aras de la máxima productividad de determinados grupos, y la estratificación del espacio internacional, en virtud de las condiciones de explotación que imperan en las relaciones entre Estados como consecuencia de un orden económico internacional inícuo6.

  2. EL APOGEO DEL CAPITALISMO GLOBAL Y LA CRISIS DE LA MODERNIDAD

    Estas alteraciones de la economía provocan un conjunto concatenado de reacciones que van desde la disminución de la capacidad de reglamentación de los gobiernos a la aparición de nuevas configuraciones geopolíticas con poder para controlar los flujos productivos, mercantiles, monetarios y migratorios7. La globalización genera una multiplicidad de conexiones y relaciones entre Estados y sociedades, multiplicidad que trastoca y que quiebra los esquemas de un orden socio-político basado en la diferenciación a través de las estructuras propias de los mercados nacionales. La globalización es algo más que un proceso de superación de las economías parciales de los Estados y su suplantación acelerada por un único espacio de intercambio de carácter global. Implica, fundamentalmente, un salto cualitativo en la expansión del capitalismo, un capitalismo que, al desvincularse del modelo económico estatal, se convierte en apátrida, un capitalismo sin raíces y sin territorio, que va de acá para allá buscando el máximo beneficio. La interconexión, propiciada por las comunicaciones y por las nuevas tecnologías, ha provocado la reducción espacial del mundo, cuyos confines resultan ahora fácilmente abarcables8. No hay camino inexplorado ni tierra ignota: lo desconocido ya no existe. Evocando la tesis de Fukuyama sobre el fin de la historia, Richard O´Brien ha proclamado el "fin de la geografía": las distancias ya no importan y la idea de frontera geográfica es cada vez más insostenible en el mundo real. En efecto, la distancia no es un dato objetivo, sino que es, ante todo, un producto social, una magnitud relativa asociada a la capacidad humana para salvarla9. En nuestro tiempo no hay nada demasiado lejano e inaccesible.

    En este sentido, nuestra era viene marcada por dos fenómenos fundamentales: la reducción del espacio geográfico y la creación del espacio cibernético. Una red de comunicaciones abraza el planeta de un extremo a otro: carreteras, rutas marítimas y aéreas, satélites, fibra óptica, ondas electromagnéticas... Un manto tupido y enmarañado de comunicaciones que elimina los obstáculos y diluye las fronteras10. Los límites se difuminan y desaparecen, las puertas se abren, las dificultades se allanan. Es lo que Castells ha denominado la sociedad red: una sociedad construida por la revolución de las tecnologías de la información y la reorganización del capitalismo. La sociedad red representa un nuevo modelo de organización socioeconómica mediante la globalización de las actividades económicas y el desarrollo de un sistema de medios de comunicación omnipresentes, interconectados y diversificados. La acción combinada de estos elementos ha provocado una "transformación de los cimientos materiales de la vida, el espacio y el tiempo, mediante la constitución de un espacio de flujos ydel tiempo atemporal"11. El capitalismo se expande a ritmo de vértigo, los intercambios se multiplican, y el dinero se mueve por los circuitos virtuales de la telemática: nuevos flujos financieros que escapan a todo control. En este escenario, los Estados-nación pierden de manera alarmante su propia capacidad de dirección, de regulación y de control sobre los procesos socio-económicos. Estamos, como ha recordado Ianni, ante una "crisis generalizada del estado-nación"12: el capitalismo ha conseguido liberarse de los grilletes, zafarse de la guardia y esquivar los controles. Libre de trabas, sigue sus propios instintos, dicta sus reglas y ordena el mundo. Y mientras el capital se frota las manos, la democracia se vacía de contenidos y el Estado se convierte en una especie de convidado de piedra del orden económico internacional...

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