La filosofía jurídica-política de Joaquín Ruiz Giménez

AutorElías Díaz
CargoUniversidad Autónoma de Madrid
Páginas15-44

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En frecuentes ocasiones de hablar de Joaquín Ruiz Giménez en éstos últimos tiempos, tras su fallecimiento el 27 de agosto de 2009, he comenzado

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yo por evocar lo que otro gran maestro y amigo, el también iusfilósofo Norberto Bobbio aducía creo que en su obra De senectute: que a una cierta edad, con el paso del tiempo, "importan más los afectos que los conceptos". Yo suelo añadir que tal vez a cualquier edad ocurre eso, que en el fondo los afectos cuentan más que los conceptos. Y que, en cualquier caso, no hay porqué disociar ambos (razón y pasión, ciencia y conciencia), sino que más bien los dos unidos resultan imprescindibles en una vida verdaderamente humana.

Que don Joaquín (así le llamamos siempre) era un hombre de afectos, nadie que le conociera lo pondría en cuestión: hombre afectivo y afectuoso, con sus grandes y envolventes abrazos, tímido, bondadoso en extremo, generoso y honrado ("a carta cabal" como se decía entonces), pacífico e integrador, se hacía querer y admirar. Que Ruiz Giménez fuese a la vez, por mantener esa dicotomía y a similar nivel un hombre de conceptos, ciencia y filosofía, es algo que, en cambio, se le debate más. Tuvo a lo largo de su vida gran actividad pública con protagonismo político, así como muy destacado ejercicio profesional de la abogacía, lo cual -eso y más- limitó sin duda sus potencialidades no tanto las docentes como las de investigador (aunque también ayudaran positivamente en ellas) en cuanto catedrático de Filosofía del Derecho en las Universidades de Salamanca (1956-1960) y Complutense de Madrid, desde 1960 hasta su jubilación como tal en 1983. No llevó a cabo ahí una estricta obra sistemática rigurosamente científica, ni quizás se preocupó en exceso por la depuración técnica de conceptos y metodologías. Su filosofía del derecho, su filosofía jurídico-política, hay que buscarla más, como veremos, por ese lado de la conexión teoría-praxis y siempre, de manera creciente en su evolución, con un carácter fragmentario como son, por ejemplo, sus artículos y editoriales en "Cuadernos para el diálogo".

Con esas precisiones y advertencias estimo que bien merece figurar Joaquín Ruiz Giménez en una historia intelectual (también en una historia política) de la España contemporánea. En ese concepto lo incluía en mi libro de 2009 que señala algunos de los hitos de esa historia en una vía plural que iría de la "Institución Libre de Enseñanza" (1876) a la Constitución de 1978. Y la justificación fundamental, aunque no única, de todo ello, era precisamente el significado de su gran labor personal como iusfilósofo pero, sobre todo, unido a ello, su indudable mérito como eficaz aglutinante e impulsor de las gentes e ideas que configuraron la revista y casa editora

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que fue de 1963 a 1976 "Cuadernos para el Diálogo". Allí en esos trece años de puntual salida mensual y en los centenares de libros y folletos editados está buena parte de la cultura plural y del pensamiento político que enlazaría con la preexistente oposición a la dictadura y sin la cual no se entiende del todo la cultura política de la transición, ni la posterior construcción de la democracia en nuestro país. En las listas de quienes colaboraron en/con "Cuadernos para el Diálogo" están no pocos de los que serían después futuros protagonistas de ella y de la elaboración, como digo, de la propia Constitución.

Pero asimismo alegaría, ahora en este ámbito académico y de manera más concreta y específica, el apoyo personal e institucional que desde su cátedra proporcionaría Ruiz Giménez para la renovación en plurales perspectivas de la filosofía jurídico-política en la Universidad española de aquellos años, como saben muy bien los hoy profesores y estudiosos que lo vivieron de cerca. Quienes entonces éramos sus jóvenes adjuntos pudimos así ocuparnos de indagar y publicar, por ejemplo, sobre un aquí inexistente Estado de Derecho (el autor de estas líneas, postulando un Estado democrático de Derecho) o, con las mismas ausencias, sobre los derechos humanos, Gregorio Peces-Barba quien andando el tiempo sería, en representación del PSOE, uno de los "padres" de la Constitución. Pienso que no poco de ello iba por entonces influyendo cada vez más en el propio Ruiz Giménez. El grupo (más que una "escuela") lo fue de carácter interactivo, también con influencia desde abajo hacia arriba. Como también lo harían las, entre otras, muy valiosas tesis doctorales realizadas en el marco de su cátedra por Francisco Laporta, Emilio Lamo de Espinosa, Virgilio Zapatero, Eusebio Fernández y Manuel Núñez Encabo, sobre intelectuales de la "Institución Libre de Enseñanza", algunos de ellos (Julián Besteiro y Fernando de los Ríos), a su vez, destacados exponentes socialistas.

En ese contexto histórico y personal es en el que situaría yo aquí esta rememoración, sujeta a críticas y debates, sobre las aportaciones de aquél tanto las propiamente individuales como la parte de las colectivas por él propiciadas. No me corresponde entrar aquí en las de carácter más específicamente jurídico como profesional de la abogacía ni en sus defensas de destacados procesados políticos y sindicalistas durante todo este tiempo de la vida pública de nuestro país. Pero todo ello tampoco carecería de interés para la ciencia jurídica y la coherente crítica ética de sus presupuestos normativos válidos y positivos.

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1. De memorias intelectuales y políticas

Conocí personalmente a Joaquín Ruiz Giménez en la primavera de 1956 cuando, escasas semanas después de ser destituido por Franco como ministro de Educación, se reincorporó a sus tareas docentes en la Universidad de Salamanca todavía dentro de ese curso 1955-56. Allí es donde, tras graduarme ese mismo año, comencé yo enseguida a colaborar con él, luego (en 1960) en la Universidad de Madrid, como ayudante en su cátedra de Filosofía del Derecho. Desde entonces (¡hace ya más de cincuenta años!), fue creciendo esa relación como maestro y amigo con cierta cercana e intensa asiduidad, mucho más en unas épocas que en otras, a lo largo de todo este incitante y complicado tiempo nuestro en el que, junto a otras cosas, se fueron acrecentando las vías de oposición para la transición de la dictadura a la democracia.

Cuando con tal perspectiva me pongo a escribir (y ahora revisar, pues proceden finalmente de ese mencionado libro mío y de trabajos anteriores) las actuales páginas, evocando y asumiendo desde este final esa dilatada experiencia, me complace poder comprobar y concluir con bastante certeza que, en su trayectoria vital, en su circunstancia histórica, respecto de la conformación de su carácter y su criterio, en la convicción y adaptabilidad de sus principios, Ruiz Giménez -esta es mi explícita conclusión- ha sido un hombre que fue siempre a más, que fue siempre a mejor, a mucho mejor. Hago aquí esta "medición" cualitativa desde valores -algunos, los más personales, presentes en él desde el principio- como los de solidaridad, dignidad humana, conciencia moral de la igualdad y la libertad, comprensión hacia los otros, movilización incansable y esperanzada en favor de todo ello que, en su evolución posterior, lo serían ya con plena coherencia para la consecución y fortalecimiento, en sus raíces individuales y colectivas, de una sociedad y de unas instituciones en vías realmente democráticas. Su criterio se ha construido en el diálogo, la generosidad y el profundo respeto a los demás. Hombre de profundas convicciones, incluso de utopías racionales, fue por entero consecuente con sus principios éticos pero, realista a la vez (Kant, Mill y Weber), sin olvidarse nunca ni despreciar para nada las efectivas consecuencias que pudieran producirse sobre los hombres y mujeres individuales, sobre la circunstancia social en la que aquellos operan.

Hablando de Joaquín Ruiz Giménez, es ineludible comenzar afrontando algo que todos sabemos: la profunda y perseverante presencia de la religión, de la fe cristiana, en su biografía, en sus actividades y escritos, su muy since-

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ra y arraigada religiosidad. Pero yo discreparía enseguida de ciertas reducciones casi fideistas que en algún momento él haya podido propiciar sobre sí mismo. Así, cuando en una relevante e interesante entrevista de finales de los años sesenta1concedía aquél acerca de sus religiosas dependencias: "debo reconocer que, efectivamente, de no ser por mi fe yo sería un burgués de la dolce vita, o de lo que fuere. Para mí -añade- sería mucho más cómodo, e incluso me lo podría autojustificar -y entonces si que sería un opio de mi mismo-, mantenerme alejado de todo compromiso y de toda lucha social y política". No me lo creo, ni creo (con perdón) que él se lo creyera: con religión o sin ella (y sus variantes entre una y otra), no veo de ningún modo a don Joaquín en esa supuesta vida disipada y frívola, mucho menos aún (porque en lo anterior me parece que exagera) desentendiéndose, displicente, ante las injusticias, las arbitrariedades y los abusos de poder, de los poderes, desoyendo insensible las peticiones de ayuda, de solidaridad, que las gentes, sobre todo las pobres gentes, pudieran dirigirle. No creo, como dice, que él eso se lo pudiera autojustificar.

Pero en esa misma indagadora entrevista se identifica mucho mejor poniéndolo en positivo y reenviando además de modo explícito a las dos dimensiones religiosa y secular que, sin plantearse posibles conflictos entre una y otra, le valen a él como fundamento de su sistema de valores. Decía allí Ruiz Giménez: "Mi primer motor es una exigencia de fidelidad a mi fe cristiana. Y mi fe cristiana me exige, por encima de todo, luchar contra la injusticia, la opresión y la alienación en que viven millones de hombres en el mundo. Ese es mi principal motor. En segundo lugar -señala enseguida el profesor de Filosofía del Derecho en esos años sesenta- mi enorme vocación...

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