Estatuto y autogobierno gallego: nuevas perspectivas (1936-1981-2010)

AutorJaime Rodríguez-Arana
CargoCatedrático de derecho administrativo de la Universidad de A Coruña. Director del Instituto Nacional de Administración Pública
Páginas279-287
ESTATUTO Y AUTOGOBIERNO GALLEGO:
NUEVAS PERSPECTIVAS (1936-1981-2010)*
Jaime Rodríguez-Arana
Catedrático de derecho administrativo de la Universidad de A Coruña
y director del Instituto Nacional de Administración Pública
Sumario
1. Introducción
Veinte años después de la aprobación del Estatuto Gallego, imaginar lo que
puede ser su desarrollo en el 2010 no es tarea fácil ni sencilla. No es fácil porque el
camino andado en este tiempo es considerable y no es tarea sencilla porque lógica-
mente hay cuestiones pendientes que exigen nuevos impulsos, nuevos horizontes y
nuevos protagonistas. En cada momento, las circunstancias de tiempo y lugar acon-
sejarán los pasos pertinentes.
El actual estado de evolución del modelo autonómico nos permite afirmar que,
en efecto, España goza de una descentralización política estable, amplia y razona-
ble. Las Comunidades Autónomas, y entre ellas Galicia, gozan de un número de
competencias relevantes, por lo que hoy el desafío más importante en materia
de descentralización territorial es saber si la Xunta de Galicia será capaz de delegar y
transferir competencias a los entes locales.
No está de más, en estas líneas, escasas por exigencias del guión, una breve refe-
rencia a mi pensamiento sobre el acierto constitucional y sobre la identidad de Es-
paña en el contexto del tiempo transcurrido y en el marco de una aproximación a la
autonomía política en clave de integración.
De una España cerrada, subyugada, bajo la tutela de un poder político que pre-
tendía ser omnímodo y omnipresente, en un espacio de tiempo ciertamente breve y
con costes mínimos, los españoles nos constituimos como una sociedad abierta,
donde la única tutela que cabe es la que ejercen los tribunales garantizando los dere-
1. Introducción.
2. El Estatuto de 1981: veinte años después.
3. Autogobierno: marco para el desarrollo per-
sonal de los gallegos.
4. Nuevas perspectivas.
Autonomies, núm. 27, diciembre de 2001, Barcelona.
*Este trabajo se realizó para la ponencia «Estatuto e instituciones de Galicia» con motivo de la
publicación Galicia 2010.
chos de todos y cada uno de los ciudadanos. Somos una sociedad libre, donde no
hay constreñimientos significativos de la libertad de expresión, de asociación, o de
cualquiera otra de las libertades básicas.
Somos una sociedad madura, desenvuelta, que exige moderación, y que mode-
ra los planteamientos políticos de diverso signo, que no quiere estridencias, porque
su objetivo básico sigue siendo el de lograr una convivencia libre y respetuosa con la
dignidad de cada persona, de cada vecino: precisamente los valores que proclaman
y consagran la Constitución y el Estatuto Gallego.
Una sociedad madura porque es una sociedad plural, probablemente con un
pluralismo más profundo que el de cualquier país del mundo. Pluralismo social,
cultural, ideológico, territorial, de identidades...
Además, nadie puede arrogarse el mérito exclusivo ni preponderante en esta
transformación, por más que unos u otros pretendan hacerlo. Se trata, y no podía
ser de otro modo, de un acierto colectivo. Todas las fuerzas políticas, sociales o eco-
nómicas que en su ámbito ejercieron el protagonismo de este proceso se vieron
obligadas a ceder, a limar sus aristas, a quebrar los perfiles de sus intereses más parti-
culares, a diluir la acidez de sus supuestos ideológicos, si no querían caer en la pos-
tergación de los ciudadanos y perder, entonces, el protagonismo que ejercieron por-
que la ciudadanía se lo permitió o se lo otorgó. Singularmente, los partidos
políticos, que interpretaron el clamor, a veces silencioso y otras vociferante, de los
ciudadanos, que no querían otra cosa que un marco de convivencia libre y solidaria,
como se ha señalado.
Pero, ¿se pretende decir aquí que vivimos en un país idílico, sin pobres, sin con-
flictos ni tensiones? No, no es un país idílico. Todos tenemos ojos en la cara y quere-
mos ver. Pero es el país real que soñaron miles y miles de españoles de varias genera-
ciones en silencio, o amordazados, y tal vez ahogados por la indiferencia obligada
de muchos de sus conciudadanos. ¿O lo olvidamos? Una España que se desarrollase
en la normalidad democrática, de la discusión y del diálogo.
El sentido de la autoidentificación me parece que también ha alcanzado unos
niveles adecuados a los veinte años de autonomía, si bien en esta materia no debe
olvidarse del ambiente multicultural y de la profunda crisis del concepto de la auto-
determinación, bien sea en el campo de la ciencia política, bien sea en el campo del
derecho internacional público. En este sentido, no es baladí que el precepto estatu-
tario —artículo 1.2 EAG— que explicita la importancia de la defensa de la identi-
dad de Galicia, trate también sobre la solidaridad de todos cuantos integran el pue-
blo gallego. Es un artículo central del Estatuto que examina un tema capital y que
lo aborda desde una perspectiva de equilibrio y moderación propia de la inteligen-
cia connatural a los gallegos.
Lógicamente, habrá que tratar sobre cuál debe ser el desarrollo en el 2010 de la
segunda dimensión de la doctrina de la Administración única o común, también
llamado pacto local, sobre el papel de las diputaciones en el marco de la Adminis-
tración periférica de la Xunta y de cuál debe ser, en esa fecha, el alcance del ejercicio
del artículo 150.2 de la Constitución en relación con Galicia.
Galicia, afortunadamente, cuenta ya con instituciones políticas propias. Sí, Ga-
licia dispone ya de ese viejo sueño de muchos galleguistas que aspiraban a que nues-
tra Comunidad gozase de autonomía política y autogobierno. La mayor parte de las
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competencias, insisto, al menos las más importantes, han sido transferidas por el
Estado. Es decir, en veinte años se ha desarrollado notablemente el contenido del
Estatuto. Estatuto que es la norma institucional básica que regula la vida colectiva
de los gallegos, pero que no es un fin en sí mismo, sino un marco para el pleno desa-
rrollo de los derechos y libertades de los gallegos. Es una norma jurídica de gran
trascendencia formal pensada para el reconocimiento y desarrollo de la autonomía
política y autogobierno de un pueblo que se ha ido forjando a través de la historia y,
sobre todo, es la norma, junto a la Constitución, que debe hacer posible el libre de-
sarrollo de la personalidad de todos los gallegos. Por eso, las páginas que siguen son
un ejercicio de imaginación jurídica tras veinte años de desarrollo estatutario que
han tenido, en su elaboración, dos ejes bien claros: la importancia de la defensa de
la identidad gallega y la solidaridad de los gallegos por un lado (artículo 1.2. EAG)
y, por otro, la obligación que grava sobre los poderes públicos gallegos de «promo-
ver las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos
en que se integran sean reales y efectivas, remover los obstáculos que impidan o difi-
culten su plenitud y facilitar la participación de todos los gallegos en la vida políti-
ca, económica, cultural y social» (artículo 4.2. EAG).
Parte, pues, este breve estudio, de un enfoque metodológico orientado a la me-
jora de la democracia y, en concreto, a la mejora de las condiciones de vida de los
gallegos como consecuencia de la andadura estatutaria. En este sentido, no se puede
negar que hay que ser objetivos y reconocer que el saldo es positivo aunque sea per-
tinente señalar que la llamada tecnoestructura debe profundizar en su tarea dinámi-
ca y abierta, y hacer posible efectivamente que sean los gallegos quienes protagoni-
cen la vida de Galicia evitando esquemas aislados de las energías sociales y vitales de
la ciudadanía de esta tierra.
2. El Estatuto de 1981: veinte años después
Veinte años después de la aprobación del Estatuto de 1981 parece que puede
resultar de interés traer a la memoria algunos de los episodios más significativos, no
sólo del apasionante proceso de elaboración del Estatuto de 1981, sino también del
de 1936, en el que se pone de manifiesto esa abierta e integradora manifestación de
lo que se ha denominado pensamiento galleguista.
El galleguismo fue, y es, una doctrina cultural y política muy amplia, donde ca-
ben todos y donde nadie osó autoatribuirse en exclusiva el buen nombre de nuestra
tierra. Es más, las corrientes de pensamiento galleguista van desde el liberalismo de
los prenacionalistas (provincialismo de Faraldo), al federalismo, al republicanismo
autonomista del ORGA (Villar Ponte, González López) o, en fin, al tradicionalis-
mo (Risco) o al progresismo de un Castelao.
Lo que sí supone una ruptura con el pensamiento galleguista de siempre es
el marxismo de los movimientos de los años sesenta, que van monopolizando la
oposición al franquismo, demasiado deudores de esquemas de liberación anticolo-
nial tercermundistas o acomplejados ante esta estrategia que les impide abrirse a su
espacio político europeo natural, la socialdemocracia, y que hacen que, a diferen-
cia del nacionalismo vasco y catalán, opten por una estrategia de agitación social y
Jaime Rodríguez-Arana, Estatuto y autogobierno gallego: nuevas perspectivas... 281
rupturismo que les aísla de la dinámica política y que les conduce a unas divisiones
internas inacabables (UPG, PSG, PSDG, POG, Partido Galeguista reconstituido,
Galicia-Ceibe) o a operaciones políticas confusas (Consello de Forzas Galegas, AN-
PG, APG), y, por fin, a unos más que discretos resultados electorales. Parece, sin
embargo, que afortunadamente el BNG va templando, no sin dificultades, los es-
quemas independentistas.
Mientras tanto, las fuerzas estatales gallegas tuvieron más reflejos y supieron in-
corporar buena parte del pensamiento galleguista. Es el caso del Partido Gallego in-
dependiente de Meilán Gil en UCD, son las incorporaciones de personalidades ga-
lleguistas en puestos relevantes de las listas de AP, como Fernández Albor, o en las
listas del PSOE, como Ramón Piñeiro o Carlos Casares.
Como es sabido, UCD quedó atrapada en las contradicciones existentes entre
los parlamentarios gallegos que defendieron un Estatuto de nacionalidad histórica
(Meilán, Rosón, Franqueira) y la estrategia madrileña que quiso empezar por Gali-
cia una reconducción del proceso autonómico, una vez aprobados los estatutos vas-
co y catalán. Fue el principio del fin de la UCD. Su espacio lo irá ocupando una AP
que poco a poco irá sabiendo reflejar el pensamiento galleguista.
Los parones y marchas atrás del Estatuto, la abstención o la oposición de las
fuerzas nacionalistas que no limaron sus asperezas rupturistas en Galicia, a diferen-
cia del nacionalismo vasco y catalán, determinaron que algo que se había iniciado
con gran fuerza inicie su andadura con mal pie: el referéndum a favor del Estatuto
tiene una participación bajísima con unos índices de abstención muy superiores a
los ya muy elevados que eran normales en Galicia. Esta situación, sin embargo,
contrasta con el éxito de los diputados del Partido Galleguista en la II República,
que consiguieron la aprobación del Estatuto por abrumadora mayoría, eso sí, según
las prácticas de la época.
Así las cosas, tuvo que ser AP quien hiciera el esfuerzo de recobrar el pulso polí-
tico autonómico, pues el PSOE acabó esclavo de su obediencia a Madrid frente a
medidas lesivas para Galicia como la LOAPA, el desmantelamiento industrial, el sa-
crificio del sector lácteo y pesquero con la entrada en la CEE o la postergación de
Galicia en el primer plan de carreteras. Mientras tanto, el nacionalismo seguía divi-
dido y radicalizado y, así, los diputados del Bloque tuvieron que ser expulsados del
Parlamento por no querer jurar la Constitución.
Refundada AP, centrada en su proyecto político (ahora PPG), recobrado el pul-
so autonómico gallego gracias a su galleguización dentro de un marco autonómico
que satisface las aspiraciones del viejo galleguismo, pues permite ir profundizando
hacia cotas muy importantes de autogobierno, hoy carecen de sentido reivindica-
ciones de autodeterminación, máxime en un mundo que va hacia la universaliza-
ción y la mundialización de la economía y de la realidad de una forma inexorable.
De alguna manera se puede decir que el Estatuto del 36 es el resultado del en-
cuentro entre las tres corrientes que dieron cuerpo político e ideológico a Galicia a
lo largo del siglo XIX, siglo en el que a la par que se constituyen los estados en el sen-
tido contemporáneo de la palabra se van fraguando en toda Europa las diferentes
conciencias nacionales.
Por una parte está el regionalismo tradicionalista que tiene su máxima expre-
sión en Brañas y cuya denominación no entraña necesariamente la reclamación de
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menos cuotas de autogobierno. La preferencia del término región no supone una re-
baja de los derechos políticos de Galicia, pues a esta corriente de pensamiento le era
extraña el concepto «revolucionario» de nación que incluso se emplea escasamente
en España, prefiriéndose el término monarquía, o corona, para ésta y región o reino
(gobernador general del Reino y Diputación General del Reino) para Galicia.
En segundo lugar, se encuentra el nacionalismo liberal (con raíces en el levanta-
miento que acabaría en Carral) que arranca de Murguía, que fue quien formuló la
idea de Galicia como nación al contenerse en ella sus rasgos caracterizadores: pue-
blo diferenciado, ritmo histórico propio, cultura e idioma propios e instituciones
consuetudinarias y tradiciones peculiares.
En tercer lugar, hay que citar el regionalismo federal, que defendía la idea de un
Estado soberano galaico dentro de la unidad de la nación española marco de la ines-
tabilidad política decimonónica; tuvo cierto protagonismo en el proyecto de Cons-
titución federal de 1871 y posteriormente logró redactar un proyecto de Constitu-
ción del Estado galaico.
Sería injusto, por otra parte, no hacer mención, por su importancia, al naciona-
lismo de Vicente Risco, caracterizado por su concepto natural y étnico de la nacio-
nalidad. Pues bien, debe recordarse también que todas estas líneas de pensamiento
rechazaban la independencia y se esforzaban en buscar un encaje de Galicia como
entidad política dentro de España.
El Estatuto del 36 supone el fruto del diálogo, la tolerancia y el compromiso
con Galicia de buena parte de las fuerzas políticas democráticas gallegas que no se
entendería sin la existencia de una ya antigua tradición autonomista por parte de
determinadas élites culturales al principio pero que fue creando un espíritu de con-
cienciación social.
Aunque sería injusto desconocer el protagonismo dinamizador del partido ga-
lleguista, el texto nace de la voluntad de entendimiento y de la cesión parcial de los
postulados más dogmáticos de unos y de otros para conseguir, dentro del marco
constitucional español del momento, importantísimas cuotas de autonomía. De-
trás estuvo el sacrificio, incluso extremo, y el sufrimiento de incomprensiones, a ve-
ces también extremas, de una etapa dificilísima de nuestra historia colectiva. La se-
milla del amor a la tierra y el servicio al pueblo gallego de muchos de aquellos
hombres y mujeres cuyos encuentros y desencuentros sólo se explican desde ese
sentimiento, está hoy presente en el autogobierno de que disfruta Galicia en el mar-
co de la Constitución de 1978. Todo ello es una lección para los que desde el radica-
lismo desprecian lo que es la fecundidad del entendimiento plural, y para los que
desde intereses mezquinos o bien desidias o complejos no saben percibir el caudal
vivo de historia colectiva que encierra el marco político del que disfruta Galicia.
De esta memoria histórica se hacen eco tanto la Constitución, al permitir los
máximos techos ya inicialmente a aquellas comunidades que en el pasado plebisci-
taron su Estatuto (que era la fórmula que Galicia necesitaba ya que hasta ahí se ha-
bía llegado) como nuestro Estatuto actual, al proclamar la condición de Galicia
como nacionalidad histórica. Condición que el pueblo gallego nunca ha entendido
como un privilegio sino como autocompromiso con su identidad y dentro de la
convivencia solidaria con el conjunto de los pueblos de España.
No me parece baladí, ahora que se van a cumplir 20 años del Estatuto de auto-
Jaime Rodríguez-Arana, Estatuto y autogobierno gallego: nuevas perspectivas... 283
nomía, recordar de la mano del profesor Meilán las líneas maestras del Estatuto.
Pero antes me parece obligado rendir un sincero homenaje a aquellos parlamenta-
rios gallegos que brillantemente abortaron la disposición transitoria tercera, párrafo
2, del Estatuto en la que se pretendió, ni más ni menos, que la completa subordina-
ción del derecho de la Comunidad Autónoma al derecho del Estado. El instrumen-
to técnico elegido, con pretensión de validez también para los posteriores estatutos,
suponía, a través de la ambigüedad de lo que se entendiese por concurrencia de
competencias entre el Estatuto y la Comunidad Autónoma gallega sobre «idénti-
cas» o las mismas materias, que el ejercicio de las competencias propias de Galicia
quedaba subordinado a la previa aprobación por las Cortes Generales de las corres-
pondientes leyes. Es decir, se daba carta de naturaleza a la conversión de competen-
cias exclusivas autonómicas en compartidas.
En fin, con el Estatuto de 1981 en la mano, Galicia asume desde su constitución
como Comunidad Autónoma todas las competencias posibles en el marco de los ar-
tículos 148 y 149; Galicia es el sujeto, el contenido, la razón de ser, la referencia esen-
cial y el sentido último del Estatuto; el artículo primero sintetiza la finalidad esencial
de la Comunidad Autónoma: asumir a través de las instituciones democráticas «la
defensa de la identidad de Galicia y de sus intereses, y la promoción de la solidaridad
entre todos los que integran el pueblo gallego», la declaración del gallego como len-
gua propia de Galicia y su cooficialidad con el castellano en un ambiente armonioso
y sin discriminaciones, el derecho de los gallegos a vivir y trabajar en su propia tierra;
la organización territorial propia de Galicia debe tener en cuenta la distribución de la
población y sus formas particulares de convivencia y asentamiento, el derecho pro-
pio de Galicia es de aplicación preferente en su territorio en materia de competencias
exclusivas, el Parlamento es la institución clave, el presidente de la Xunta dirige la ac-
ción de gobierno, ostenta la representación de la Comunidad Autónoma gallega y la
ordinaria del Estado en Galicia, existen competencias exclusivas en materias tan es-
pecíficas como montes vecinales en mano común, pesca en las rías y aguas interiores,
marisqueo, agricultura, además de caza y pesca fluvial, etc.
Veinte años después, me parece que se pueden hacer, con la prudencia propia
de estos casos, algunas glosas y comentarios que arrancan de la idea que recogen
tanto la Constitución como el Estatuto: la autonomía política y la solidaridad son
principios complementarios, son criterios rectores del modelo autonómico que de-
ben entenderse en contextos de integración y de lealtad constitucional. Es decir, la
personalidad colectiva de Galicia, su desarrollo e impulso, no es sólo compatible con
la solidaridad, sino que son las dos caras del modelo autonómico. Me parece que en
Galicia este tema se reflejó con natural espontaneidad, salvo excepciones, porque el
Estatuto, que es un acierto —me parece—, recoge y reconoce una realidad que es
viva y dinámica en la convivencia y modo de ser de nuestro pueblo.
Veinte años después, me parece que se ha robustecido la confianza de los galle-
gos en sus instituciones. Se han desarrollado ampliamente las competencias estatu-
tarias a través de leyes autonómicas, la Xunta de Galicia está perfectamente consoli-
dada, se abrieron las relaciones exteriores sobre la indiscutible personalidad política
del actual presidente, se ha completado el entramado institucional, etc.
Para terminar este epígrafe, una reflexión de carácter político. Veinte años des-
pués, el Estatuto sigue siendo válido. En su proceso de elaboración y en su conteni-
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do. Permítanme que me detenga en el llamado Pacto del Hostal y que haga un para-
lelismo con el espíritu que marcó la elaboración del Estatuto del 36. Por una razón
elemental que, me parece, explica la propia razón de ser del espíritu autonómico de
un pueblo inteligente, práctico y sumamente generoso. Me refiero a la capacidad
que tuvieron sus protagonistas —en el 36 y en el 81— para encontrar espacios de
entendimiento, para mirar al futuro, para superar los desencuentros, para la inte-
gración. Es, pienso, una de las grandes lecciones del galleguismo que ha sabido afir-
mar su identidad mirando al todo, al conjunto y comprendiendo que España se po-
tencia desde Galicia y Galicia se robustece desde España.
En los últimos veinte años el Estado de las autonomías, gracias a experiencias
tan positivas como la del Estatuto gallego, se puede decir que, en su perfil jurídico,
se encuentra perfectamente delimitado. Los pilares y los fundamentos del edificio
autonómico están bien firmes y ahora nos corresponde, con sentido de responsabi-
lidad, hacer posible que esta gran construcción que tanto nos ha costado a todos le-
vantar cumpla su función de integración y de encuentro y de armonía entre todos
los españoles. Pero para eso, y este es el gran desafío que tenemos veinte años des-
pués de la aprobación del Estatuto gallego, la cooperación, la colaboración y la leal-
tad institucional deben presidir este gran acierto constitucional pensado para salva-
guardar esa pluralidad que está en la misma entraña de la esencia de España y que
tan bien refleja el Estado autonómico que, debemos proclamarlo con la voz bien
alta, ha facilitado y propiciado un elevado grado de participación política y unas
elevadas cotas de libertad para que la gente, los individuos, tengan más capacidad
de participación y más capacidad para desarrollarse libremente como personas.
3. El autogobierno: marco para el desarrollo personal de los gallegos
La descentralización política tiene como objetivo el acercamiento del poder a los
ciudadanos. En este sentido, se puede decir que, en términos generales, en estos
veinte años se han cumplido razonablemente las previsiones constitucionales y que
hoy las comunidades autónomas disponen de un caudal de poderes y competencias
que les permiten incidir real y positivamente sobre la realidad y sobre la mejora de las
condiciones de vida de las personas de su espacio físico. Otra cosa es que lo consigan.
Una vez analizadas las condiciones técnicas de la configuración institucional
del autogobierno gallego, me parece que debe darse un paso más, sobre todo para
comprobar si el autogobierno se convierte en una estructura pasiva o si se plantea la
mejoría de la realidad dinámicamente. Esta aproximación me parece que cobra es-
pecial relevancia en el momento presente, en el que se van superando los análisis
tecnoestructurales y cerrados de los últimos años. Aquí, me parece que es el ámbito
en el que del 2001 al 2010 el autogobierno y las instituciones gallegas, una vez
puestos los cimientos y pilares del edificio autonómico gallego, deben jugar un pa-
pel de primer orden.
Entre 1981 y el 2001 se han fijado sólidamente los basamentos de la arquitec-
tura autonómica gallega y ahora va llegando el momento en el que el autogobierno
gallego se abra más a la realidad local e impulse, con mayor intensidad, las energías
sociales que laten con fuerza en el corazón de cada gallego y de las solidaridades pri-
Jaime Rodríguez-Arana, Estatuto y autogobierno gallego: nuevas perspectivas... 285
marias en que se integran. El autogobierno del próximo siglo es un autogobierno
autoconsciente de que su funcionalidad reside en devolver protagonismo a la reali-
dad y en devolver protagonismo a la gente sin miedo y sin temer a lo que Burke lla-
maba la libertad concertada de los ciudadanos, que es, en mi opinión, el verdadero
fundamento del poder político.
Desde estos planteamientos teóricos, me parece que, una vez asentado suficien-
temente el entramado institucional y el contexto competencial estatutario, hay que
preguntarse si no se debe orientar la acción pública de las instituciones gallegas en
esta dirección que, me parece, se encuentra bien clara en el artículo 4 del Estatuto
gallego, que es uno de los preceptos centrales del Estatuto, como es bien sabido.
Una vez que el galleguismo parece una realidad asumida por la mayoría de los ga-
llegos, es el momento de plantearse abierta y pluralmente el desafío de saber ser galle-
gos, de que crezca en todas y todos los gallegos el sentido de la identidad propia, sin ex-
clusivismos y exclusiones, como una realidad complementaria, que sabe aprender día a
día y que, día a día, se siente orgulloso de lo que ha sido, de lo que es y de lo que será.
4. Nuevas perspectivas
«Estatuto e instituciones en el 2010» es el título de la ponencia en la que se inte-
gran estas líneas, quizás un tanto genéricas y desordenadas que pretenden analizar
lo que ha sido la andadura estatutaria, la realidad actual y las perspectivas de futuro.
Aunque ni soy profeta ni hijo de profeta y, menos, dado a los ejercicios de polí-
tica-ficción, me voy a atrever a manifestar en público varios deseos sobre lo que, en
mi opinión, debe ser el desarrollo estatutario e institucional gallego en el 2010.
Primera cuestión. En el 2010 el Estatuto cumplirá treinta años. Será un hecho
insólito y sin precedentes. Esperemos que la madurez institucional vaya acompañada
del ejercicio del poder público según las nuevas formas y la nueva metodología que
emerge del denominado humanismo cívico y que, por tanto, las energías y dinamis-
mo vital de los gallegos, de todos los gallegos, discurran de manera abierta y plural por
las venas del entramado institucional de Galicia. Espero, en este sentido, que se pro-
duzca una progresiva moderación de los agentes políticos y que, por encima de ban-
derías y legítimas aspiraciones partidistas, el sentido y funcionalidad de la identidad
propia sea un valor asumido en profundidad y compartido en la escena pública.
Segunda cuestión. Espero que en el 2010 serán los entes locales de Galicia el es-
cenario de la democracia real y participativa. Para ello, tanto el Estado como la Co-
munidad Autónoma habrían de haber comenzado a interpretar su papel de admi-
nistraciones generales encargadas del diseño y configuración de las políticas
globales y horizontales para que, poco a poco, y según la nueva estructura de los en-
tes locales, sean éstos el verdadero laboratorio de la participación de los vecinos y el
auténtico escenario que sepa canalizar ese dinamismo vital que emerge de las inicia-
tivas de los gallegos.
Tercera cuestión. Espero que en el 2010 los planes de estudio de primaria, se-
cundaria y universitaria dispongan de una asignatura sobre la Constitución, el Esta-
tuto y los valores democráticos generales y estatutarios con exposiciones teóricas y
visitas a todas las instituciones autonómicas.
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Cuarta cuestión. Espero que en el 2010 la estructura de la Administración peri-
férica de la Xunta esté configurada pensando en la institución de gobierno provin-
cial y que, en términos generales, se adecue a la realidad de ese tiempo, en sus dis-
tintos escalones y niveles. En todo caso, será necesario replantear el modelo general
porque no se trata de que Galicia sea un Estado en pequeño, sino que debe atender
a sus reales competencias y debe preservar sus señas de identidad con un compro-
miso social creciente. Este es un tema central en el que hay que trabajar desde el co-
nocimiento de las nuevas competencias y desde la necesidad de superar esa visión
rígida y unilateral procedente de esa tecnoestructura caduca y apostar con creativi-
dad por estructuras administrativas políticas, en el plano de la ejecución y determi-
nación de políticas públicas, adecuadas a la realidad.
Quinta cuestión. El Parlamento gallego habrá recobrado el pulso y será el cen-
tro real de las deliberaciones públicas que preocupan a la gente. Allí se escucharán
palabras que proceden de las preocupaciones de la gente y no de las burocracias de
los partidos políticos. Probablemente, el Parlamento debería financiar oficinas a ni-
vel comarcal, por ejemplo, para que los diputados estén a merced de la gente con un
horario de atención exigente.
Sexta cuestión. No sería desdeñable que, quizás en determinadas áreas y experi-
mentalmente, la organización territorial de Galicia pivote, donde sea lógico, alrede-
dor de las formas tradicionales de asentamiento de la población gallega.
Séptima y última cuestión. Me gustaría que, en el 2010, Galicia se convirtiera
en uno de los motores del desarrollo español y que Galicia desprendiera aromas de
mayor compromiso con los derechos y dignidad de la persona humana encarnando
una nueva versión de la lucha por los derechos de todos los hombres y mujeres, más
cultural y menos técnica.
Así que satisfacción, sí, pero no sólo satisfacción. Es innegable lo realizado. Lo
certifica la retrospectiva de estos años. Las generaciones que vienen, que ya están
ahí, reclaman nuevas tareas. Ese acierto colectivo, sustantivado en el Pacto constitu-
cional y en el Estatuto gallego, tiene que llenarnos de confianza para afrontar los re-
tos de futuro, que nos exigirán imaginación, creatividad, tolerancia, respeto mutuo,
para alumbrar entre todos horizontes de libertades más amplias, de solidaridades
más comprometidas. Son horizontes aún inéditos, pero es entre todos como hemos
de descubrirlos y de emprender el camino para alcanzarlos. Y sobre todo, es a los jó-
venes a quienes les toca esa labor.
Quizás ese sea nuestro reto más inmediato. Llenarnos de confianza para encarar
el futuro, el futuro de todos los gallegos. ¿De dónde nace esa confianza? De lo que
hemos hecho, del camino que hemos recorrido juntos. Con mayor razón si señala-
mos las tachas de lo realizado, porque esa raíz de inconformismo, de insatisfacción
nos permitirá ir adelante, hacia nuevas metas. No se trata de sobrevivir, se trata de
crear. Pero no en el vacío, sino sobre esta base real, rica en historia y cultura, en
hombres y hazañas, con luces y sombras.
Jaime Rodríguez-Arana, Estatuto y autogobierno gallego: nuevas perspectivas... 287

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