Empleos y rentas en un mundo globalizado

AutorAjit K. Ghose
Páginas189-191

MTAS, Colección Informes OIT Madrid, 2004 175 pág.

El presente libro trata de analizar cuáles han sido los efectos de la globalización, tal y como se ha desarrollado hasta ahora, sobre los empleos, los salarios y la renta en los países industrializados y en desarrollo.

Comienza el autor definiendo la globalización como un proceso de integración de los mercados nacionales en un mercado global. La globalización es tanto el proceso de formación de mercados globales de productos como de factores de producción.

La característica clave del actual proceso de globalización es el crecimiento del comercio de productos competidores (es decir, productos manufacturados) entre los países industrializados y un grupo de países en desarrollo. Por primera vez en la historia hay competencia norte-sur en el mercado global de productos. El efecto clave de esta competencia es una redistribución de la producción manufacturera y, por lo tanto, del empleo manufacturero entre el norte y el sur.

A partir de una serie de datos el autor formula dos observaciones. En primer lugar, el empleo manufacturero global se está redistribuyendo, trasladándose de los países tanto industrializados como europeos con economías de transición a los países en desarrollo exportadores de productos manufactureros. En segundo lugar, el empleo manufacturero global se ha reducido realmente a una tasa anual del 0,1% en el conjunto de los 84 países analizados.

A continuación pasa el autor a analizar la relación entre el comercio y la desigualdad de la renta mundial, señalando que la percepción generalizada de que la globalización está incrementando la desigualdad de la renta mundial no parece tener un fundamento sólido si se atiende a la realidad empírica. La afirmación de que la desigualdad de la renta mundial ha estado aumentando en los últimos años sólo es correcta si se define la desigualdad de la renta mundial en términos de desigualdad inter-países (la que resulta de analizar la distribución de países según el PIB per cápita, y en la que, por ejemplo, no se concede más importancia al PIB per cápita de China que al de Gambia pese a que el primero afecta a un segmento mucho más amplio de la población mundial). La desigualdad internacional (la resultante de la distribución de la población mundial según el PIB per cápita) constituye un parámetro de medición más adecuado. Cuando se utiliza este parámetro, se observa una reducción de la desigualdad de la renta mundial desde principios de los años ochenta, lo que constituye realmente una característica novedosa de la economía global. El hecho que subyace es que una serie de países poblados de bajos ingresos, que cuentan con la mayoría de la población residente en el mundo en vías de desarrollo, ha logrado un crecimiento más rápido del PIB per cápita que los países industrializados de altos ingresos.

Es más, contrariamente a la percepción social, realmente el efecto de la globalización sobre la desigualdad de la renta mundial ha sido más favorable que adverso. El análisis realizado por el autor de los datos empíricos disponibles muestra que la liberalización del comercio ha ayudado a reducir la desigualdad internacional aunque no ha tenido un efecto significativo sobre la desigualdad inter-países. En esencia, el aumento de la desigualdad inter-países se explica por el modelo de cambio demográfico en los distintos países, que Page 190 refleja el hecho de que éstos se encuentran en diferentes fases de transición.

De hecho, el problema que debería causar una honda preocupación no es la desigualdad global, sino la exclusión global, en particular de los países menos desarrollados. Una mayoría de países en desarrollo se está quedando atrás en vez de recuperar terreno, si bien representan una minoría de la población del mundo en vías de desarrollo.

A continuación se ocupa el autor de analizar los beneficios que el comercio mundial ha reportado a los trabajadores y sus consecuencias en términos de puestos de trabajo y en ingresos.

Comienza señalando que el efecto directo del comercio de productos manufacturados con los países en desarrollo sobre el empleo manufacturero agregado en los países industrializados ha sido cercano a cero. No obstante, el efecto ha sido negativo para la mano de obra poco cualificada y positivo para la mano de obra muy cualificada.

Sin embargo, no sólo el comercio con los países en desarrollo ha tenido un efecto negativo sobre el empleo de la mano de obra poco cualificada en los países industrializados. El aumento de la subcontratación es en gran medida la consecuencia de la competencia en el comercio entre países industrializados. Por otra parte, el cambio tecnológico orientado hacia una mayor cualificación ha constituido, de hecho, el elemento más importante en relación con la diminución del empleo poco cualificado.

En términos globales, parecen surgir dos determinadas tendencias. En primer lugar, la redistribución del empleo manufacturero de los países industrializados a un grupo de países en desarrollo, inducida por el comercio, ha tenido como efecto neto el incremento del empleo manufacturero global; el empleo generado en los países en desarrollo ha sido muy superior a la pérdida de empleo en los países industrializados. En segundo lugar, en la mayoría de los países en desarrollo exportadores de productos manufacturados, el efecto del comercio sobre el empleo ha sido positivo y sustancial.

Una importante conclusión que saca el autor es que el comercio no ha tenido un efecto directo sobre los salarios reales ni en los países industrializados ni en los países en desarrollo. En ambos grupos de países, el aumento del salario real fue impulsado por el incremento de la productividad laboral. Así mismo, en ambos grupos de países, el aumento de la productividad laboral ha sido significativo tanto en las industrias de baja tecnología como en las de alta tecnología, aunque más rápido en estas últimas. Sin duda, el que se observen estas tendencias tanto en los países industrializados como en los países en desarrollo apunta a que el cambio tecnológico orientado hacia una mayor cualificación constituye un elemento universalmente importante, quizás porque el comercio ha servido de mecanismo de difusión internacional de la tecnología.

Por otra parte, la preocupación social relativa a que el comercio con los países industrializados pueda generar puestos de trabajo de peor calidad así como pobreza en los países exportadores de productos manufacturados no está debidamente fundamentada.

Termina el autor este apartado señalando que la fuente de los problemas más preocupantes que plantea la economía global radica no en el nuevo tipo de comercio manufacturado norte-sur, sino en el comercio tradicional norte-sur de productos no competidores.

En el apartado siguiente el autor se ocupa de la relación entre el comercio internacional y la migración internacional, preguntándose si el crecimiento de aquél conduce al crecimiento de ésta, señalando que, por lo general, no se considera que el comercio y la migración estén vinculados. Sin embargo, los economistas tienden a pensar que, de no haber existi-Page 191do leyes de inmigración restrictivas, el reciente crecimiento del comercio habría estado asociado a un aumento de la movilidad laboral internacional.

En realidad, el crecimiento del comercio parece más bien haber reducido las crecientes presiones migratorias, lo que significa que las restrictivas políticas de inmigración de los países industrializados han servido efectivamente para crear o agravar el problema de la inmigración clandestina, principalmente de la mano de obra poco cualificada.

La evidencia empírica disponible muestra, al mismo tiempo, que la migración sur-norte en el mundo actual se corresponde con la fuga de cerebros del sur. Y la, fuga de cerebros parece haber aumentado. Aunque inadecuada, la evidencia empírica así lo indica manifiestamente. El razonamiento teórico también apunta a una complementariedad entre el comercio norte-sur de productos manufacturados y la fuga de cerebros del sur. Los recientes cambios de las políticas de inmigración de los países de la OCDE, diseñadas para alentar únicamente la inmigración de mano de obra cualificada, apuntan en la misma dirección.

Así, existen motivos para preocuparse por la dificultad con la que se encontrarán muchos países en desarrollo para acumular capital humano, con la consiguiente erosión de sus perspectivas de crecimiento a largo plazo. Al mismo tiempo, en lo que respecta a la mayoría de los países en desarrollo, la migración internacional deja sin resolver el problema más acuciante que plantean sus mercados de trabajo _el del excedente de mano de obra no cualificada.

Finaliza el libro con un análisis de la relación entre el comercio y las normas de trabajo. En este sentido, el autor señala que la inquietud de que el comercio de productos competidores(manufacturas) con los países en desarrollo pudiera estar socavando las normas de trabajo en los países industrializados carece de fundamento, ya se acuda al razonamiento teórico o a los datos empíricos.

En cuanto a la preocupación más general sobre los bajos niveles de protección laboral que ofrecen las normas de trabajo en los países en desarrollo, es importante según el autor reconocer que dichos niveles reflejan fundamentalmente problemas derivados de los excedentes de mano de obra y de una estructura del empleo subdesarrollada. Estos problemas no pueden resolverse con meras intervenciones normativas de los gobiernos, sino que es preciso que el empleo asalariado fijo crezca a una tasa más rápida que la mano de obra.

Así, las políticas que promueven el rápido crecimiento del empleo asalariado fijo también mejoran las normas de trabajo. En este sentido, el comercio mismo puede constituir un instrumento para la mejora de las normas de trabajo en los países de bajos ingresos. Más en general, la mejora de las normas de trabajo en la mayoría de los países en desarrollo requiere un rápido crecimiento de las industrias manufactureras modernas, intensivas en mano de obra no cualificada.

Incluso en el mejor de los casos, las intervenciones de carácter normativo sólo pueden ser eficaces de cara a la mejora del nivel de protección laboral de un pequeño segmento de los trabajadores, segmento que ya dispone de un empleo asalariado fijo y que, por lo tanto, disfruta de niveles de protección superiores a los de los trabajadores por cuenta propia o asalariados eventuales.

Por otro lado, y más allá de evidentes consideraciones de equidad y justicia, cabe que tales mejoras ni siquiera aporten un claro beneficio social en todos los casos, dado que pueden producirse compensaciones. Las intervenciones normativas dirigidas a mejorar las condiciones de aquellos que ya disponen de un empleo asalariado fijo pueden provocar que se ralentice el crecimiento del empleo asalariado fijo en la economía, en Page 192 cuyo caso se ralentizaría el proceso de mejora de las normas del trabajo en lo tocante a los trabajadores más desfavorecidos, que son mayoría.

Por estas razones considera el autor que, en general, no puede darse por válido el planteamiento de que las presiones internacionales sobre los gobiernos pueden mejorar las normas de trabajo en los países de bajos ingresos. Y aunque pueda ser válida en algunos supuestos específicos, la identificación de estos exige una investigación empírica muy cuidadosa.

GUILLERMO RODRÍGUEZ FOLGAR

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