Contribución de las religiones a la defensa de los bienes de la tierra y de la humanidad

AutorJuan José Tamayo
Páginas177-197

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El tema de mi contribución no puede ser más oportuno en este momento histórico en el que convergen diferentes crisis de carácter planetario: alimentaria, ecológica, financiera, política, ética, económica, etc., que amenazan gravemente el futuro de la Tierra y de la Humanidad. La exposición tiene dos partes. En la primera expondré el avance que supone la Declaración Universal del Bien Común de la Madre Tierra y de la Humanidad aprobada en la ONU en 2009 con respecto a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y analizaré las grandes líneas de la Declaración de 2009. En la segunda ofreceré los aportes que pueden hacer las religiones en la defensa y la protección de los bienes comunes de la Tierra y de la Humanidad.

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La Declaración Universidad de los Derechos Humanos de 1948

Durante el periodo 2008-2009 de la Asamblea General de la ONU se aprobó, tras numerosas consultas a científicos, políticos, politólogos e intelectuales, la Declaración Universal del Bien Común de la Madre Tierra y de la Humanidad bajo la responsabilidad de Miguel d’ Escoto, que ocupó durante ese periodo la presidencia de la Asamblea, y Leonardo Boff, Comisionado de la Carta de la Tierra. La Declaración supone un avance significativo sobre la Declaración de 1948.

La Declaración de 1948 se centraba exclusivamente en el reconocimiento de la dignidad y de los derechos humanos con desconocimiento y silenciamiento de los derechos de la Tierra. Respondía a la cosmovisión occidental, como revelan su formulación conceptual y su antropología, su cosmovisión y su concepción universalista formal y abstracta. Durante los setenta años de vigencia, se ha aplicado selectivamente en perjuicio de los pueblos, las comunidades y los sectores empobrecidos de la Humanidad, y se ha transgredido de manera sistemática, no sólo en el plano individual, sino también, y de manera muy acusada, en el estructural e institucional, con frecuencia con el silencio cómplice e incluso con la colaboración necesaria de los organismos nacionales, regionales e internacionales encargados de velar por su cumplimiento, la mayoría de las veces para proteger intereses del Imperio y de las empresas multinacionales bajo el paraguas de la globalización neoliberal. Pareciera que los derechos humanos fueran todavía la asignatura pendiente o, en palabras del premio Nobel portugués José Saramago, la utopía del siglo XXI.

Efectivamente, el neoliberalismo niega toda fundamentación antropológica de los derechos humanos, los priva de su universalidad, que se convierte en mera retórica tras la que se esconde la defensa de sus intereses, y establece una base y una lógica puramente económicas para su ejercicio, la propiedad

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privada, la acumulación y el poder adquisitivo. En la cultura neoliberal los derechos humanos tienden a reducirse a los títulos de propiedad. Sólo quienes son propietarios, quienes detentan el poder económico, son sujetos de derechos. Cuantos más poder adquisitivo, más derechos.

Es especialmente en el Sur Global donde resulta más llamativa y creciente la contradicción entre las declaraciones formales de los derechos humanos y su negación real. La supuesta universalidad de los derechos humanos y sociales, y su aparentemente sólida fundamentación no se compaginan con su transgresión permanente en las mayorías populares del Sur Global.

La Declaración Universal del Bien Común de 2009

La Declaración Universal del Bien Común de la Madre Tierra y de la Humanidad constituye un cambio de paradigma, que responde a la nueva conciencia planetaria y ecológica de la humanidad. Es el paso de la centralidad del ser humano en la vida del planeta y de su consideración como dueño y señor absoluto, único actor en la historia y en la naturaleza, a la consideración de la Tierra y de la Humanidad como sujetos interdependientes, que no mantienen relaciones de rivalidad, sino de interactividad dinámica y simétrica; el paso del modelo antiecológico de crecimiento de la Modernidad a un modelo sostenible de desarrollo eco-humano. Ya no son solo la dignidad y los derechos humanos los que hay que proteger, sino el Bien Común de la Madre Tierra y de la Humanidad.

  1. Según la Declaración, la Tierra y la Humanidad forman una única entidad, compleja y sagrada y poseen un destino común, que hoy se ve amenazado de destrucción por la irresponsabilidad de los seres humanos. La Tierra es nuestro hogar común y la Humanidad es “parte de la comunidad de vida y el momento de conciencia y de inteligencia de la propia Tierra haciendo que el ser humano,

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    hombre y mujer, sea la misma Tierra que habla, piensa, siente, ama, cuida y venera”.
    b) Durante la Modernidad, se impuso el contrato social en detrimento del contrato con la naturaleza, que dio lugar al antropocentrismo y que generó un foso cada vez más profundo entre ricos y pueblos. La Declaración cree necesario articular el contrato social con el contrato natural, la dignidad de la Tierra con la de los seres humanos, la justicia ecológica con la justicia económica, la igualdad ecohumana con la equidad de género, los derechos de las personas con el interés colectivo de la humanidad.

  2. Pertenecen al Bien Común de la Humanidad y de la Tierra:
    la diversidad biológica y la multiplicidad de culturas, lenguas, religiones, tradiciones éticas, caminos espirituales, filosofías, sabidurías, saberes, artes y técnicas.

    - la hospitalidad y acogida de unos a otros como habitantes del hogar común de la Tierra; la sociabilidad y convivencia pacífica de todos los seres humanos y los seres de la naturaleza; el respeto a las diferencias como expresión de la riqueza humana, diferencias que no deben desembocar en desigualdades; la reconciliación entre los pueblos y las personas y la eliminación de toda forma de violencia, odio y venganza; la utopía de la comensalidad, que consiste en sentarse juntos en torno a la mesa común sin exclusiones, para compartir los frutos de la Tierra; la búsqueda de la paz entendida como relación armónica del ser humano consigo mismo, con sus congéneres, con la sociedad nacional e internacional, con la naturaleza y con el gran Todo; el bien vivir, que no ha de confundirse con el vivir mejor a costa de los otros.

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Peligros a evitar

En la colaboración de las tradiciones religiosas y espirituales para la protección de los Bienes Comunes de la Tierra y de la Humanidad hay que evitar algunos peligros que acechan constantemente a los sociólogos de la religión, a las teólogas y los teólogos de las diferentes religiones.

  1. El primero es la consideración de las religiones como fenómenos social y culturalmente irrelevantes recluidos en la esfera privada, en lo íntimo de la conciencia y en los lugares de culto. Es la corriente de la sociología liberal de la secularización.

  2. Un segundo peligro es la crítica iconoclasta de las religiones, consideradas todas ellas y en su conjunto alienantes, opio del pueblo y restos arqueológicos del pasado. Es la corriente marxista ortodoxa de la religión y la corriente positivista.

  3. El tercero es la apología de las religiones, sin sentido crítico, y su consideración con únicos ámbitos o, al menos, privilegiados, de la experiencia de lo sagrado, del misterio, de la trascendencia, de lo divino. Es la actitud religioncéntrica.

  4. El cuarto es la tipificación en grandes y pequeñas religiones, en religiones universales y locales, ancestrales y modernas, letradas y orales, históricas y naturales, míticas e históricas, contextuales y universales, que implican una jerarquización según la importancia que se reconozca a las mismas y un juicio de valor a favor de las religiones llamadas universales, modernas y letradas y mirar con desdén al resto de las religiones porque no se adecuan a la racionalidad occidental, a la epistemología científica, a la metodología de la ciencia y a la concepción de la historia como progreso.

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    e) El quinto es la consideración del cristianismo como religión absoluta y como referente y criterio del resto de las religiones, como sigue defendiendo la ortodoxia católica.

  5. El sexto es la consideración del cristianismo como espacio religioso único o, al menos privilegiado, para la elaboración de una teología de la liberación. Se trata del cristianocentrismo al que le es aplicable en su relación con otras religiones lo que dice Eduardo Galeano de la cultura dominante: “La cultura dominante (en este caso, la teología cristiana de la liberación) admite a los indígenas y negros como objetos de estudio, pero no los reconoce como sujetos de la historia; tienen...

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