La ciudadanía en las sociedades multiculturales

AutorAntonio Enrique Pérez Luño
Cargo del AutorCatedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla
Páginas261-288

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LA CIUDADANÍA EN LAS SOCIEDADES

MULTICULTURALES

ANTONIO ENRIQUE PÉREZ LUÑO*

1. Planteamiento

Un clásico del pensamiento político liberal se lamentaba, en la primeras décadas del S. XIX, del confusionismo originado por el empleo abusivo de determinados conceptos jurídicos y políticos, originado por la hipertrofia de su utilización. “Hasta que no se llegue a definirlos con claridad y a un acuerdo sobre las definiciones –señalaba Alexis de Tocqueville– se vivirá en una intrincada confusión de ideas, para ventaja de demagogos y de déspotas

Entre los conceptos, cuyo uso y referencia resultan constantes, se puede incluir la noción de ciudadanía. Por eso, uno de los principales retos de la actual teoría de las libertades consiste en precisar el significado y alcance de esa noción, para que, clarificado este término, pueda acometerse la tarea de hacer efectivas las garantías jurídicas y políticas que de ese concepto se desprenden. Una de las circunstancias que ha contribuido a hacer impreciso y problemático el concepto de ciudadanía ha sido, sin duda, la transformación de los Estados nacionales en Estados multinacionales y multiculturales. Este trabajo tiene por objeto avanzar algunas reflexiones tendentes a discernir esa problemática. En aras de ese propósito, tratará de precisar, dentro de los usos lingüísticos de la expresión “ciudadanía”, aquél que se estima más pertinente para la teoría de los derechos fundamentales; se hará eco de los motivos más invocados por quienes han planteado la crisis de la ciudadanía en las sociedades multiculturales; y, por último, tratará de justificar la persistencia del concepto de ciudadanía como marco de referencia para la participación democrática en los procesos jurídicos y políticos de los Estados de derecho multiculturales de la actualidad.

* Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla.

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2. La noción de ciudadanía: su génesis y su problemática

Si se desea no ver depotenciada la función jurídicopolítica de la ciudadanía, es precisa una indagación explicativa tendente a precisar su sentido y función. Las definiciones explicativas, en el seno de la teoría analítica, se utilizan cuando se trata de establecer el significado de conceptos que se hallan en los puntos claves de una cultura, sobre los que se condensan los planteamientos y orientaciones fundamentales constitutivos de la misma. Son nociones sobre las que se proyecta, principalmente, el quehacer filosófico y en las que es preciso atenerse a aquello que con esos conceptos se entiende; entrar en el corazón de su significado en la cultura histórica a la que pertenecen. Las definiciones explicativas pueden, a su vez, manifestarse a través de dos modalidades: la sistemática, que potencia el estudio lingüístico de los términos a partir de su análisis sintáctico, semántico y pragmático, así como su depuración de significaciones inútiles o confusas y la distinción de otras nociones análogas o afines; y la histórica, que indaga en la evolución diacrónica de los términos aquellos momentos y precedentes más decisivos para la conformación de su significado actual (cfr. Pérez Luño, 2002b, 30 ss; id. 2002c, 49 ss.).

La definición explicativa de la ciudadanía entiendo que debiera elaborarse a partir de ambas modalidades, de modo que al explorarlas se evite incurrir en las polaridades de un dilema. Porque si se pone el acento en una perspectiva sistemática, estrictamente analítica y sincrónica de la ciudadanía, quedaría amputada del significado actual de ese término la trayectoria evolutiva que explica su pleno sentido. Por contra, si se profundiza en ese insoslayable espesor histórico de la ciudadanía, se corre el riesgo de que el estudio se pierda en la noche de los tiempos, en la que cabe cifrar su origen remoto.

2.1. Aproximación histórica

Cabe recordar que la idea de ciudadanía evoca, en la Grecia clásica, la situación de la persona en la polis y constituye, por eso mismo, un elemento básico y originario de la propia noción de la política. La consabida definición aristotélica del hombre como “animal político”, expresa esa simbiosis originaria entre la propia noción de humanidad y la pertenencia a la polis. Al margen de la política, es decir, de la participación en la vida de la ciudad, el individuo se ve desposeído de su personalidad humana y queda degradado a la condición de mera bestia (cfr. Fassò, 1959). El término “ciudadanía” procede etimológicamente del vocablo latino cives, que designa la posición del individuo en la civitas. La idea romana de ciudadanía hace referencia a un status integrado por un núcleo compacto e indesmembrable de derechos

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y deberes que definían la posición de las personas libres en la República. Marco Tulio Cicerón, en su celebre diálogo De republica, cifró en dos grandes pilares el fundamento y el nervio de las instituciones republicanas: la libertas y la concordia. La libertad consistiría en el desarrollo ordenado de la vida social garantizado por el ius civile; la ciudadanía representará, por tanto, la proyección de esa forma de libertad en las situaciones individuales (Cicerón, 51 a. C.).

Desde la perspectiva histórica, incluso se puede afirmar que la ciudadanía ha sido uno de los grandes motores de la historia. Así, junto a la concepción idealista de la historia, que la concibe como el producto del desarrollo y/o el conflicto de ideologías, creencias religiones... y la concepción materialista, que la reputa como el resultado de la lucha de clases, es decir, del enfrentamiento entre los poseedores y desposeídos de bienes económicos, cabría aludir a una tercera concepción del devenir histórico, que sería la consecuencia de la tensión entre la ciudad y el campo, entre las formas de vida rural y las formas de vida urbana. Cabe desprender esta tesis, por ejemplo, del radical enfrentamiento expuesto por Arnold Toynbee en su Estudio de la Historia (1970), entre las culturas forjadas por los pueblos nómadas y aquellas producidas por los pueblos sedentarios, las cuales serán las que, de un modo más decisivo, contribuirán al progreso de la civilización.

En la notoria obra sobre La ciudad antigua debida a Fustel de Coulanges (1996), se sostiene que la ciudad constituyó, desde la propia génesis de la evolución histórica de la humanidad, un reducto de seguridad, un espacio de comodidad y un estímulo de cultura. La ciudad representó, en efecto, una primera garantía de seguridad; más allá de los muros que delimitan su perímetro comienzan la incertidumbre y el peligro. La ciudad fue también un primer intento de organizar “la vida buena”, por decirlo en la expresión aristotélica, o sea, la posibilidad de contar, aun de manera rudimentaria, con una serie de elementos (viviendas, vías y plazas, mercados, fuentes...) que contribuyen a hacer la convivencia más grata. La ciudad será también el núcleo embrionario de la civilización; la propia raíz etimológica de la civilización se halla, precisamente, en la noción de civilidad, es decir, en la vida cívica en cuya atmósfera debe situarse el origen del pensamiento, de la reflexión y de la deliberación racional sobre el mundo y la sociedad.

En la cultura islámica medieval, es digna de mención la obra sobre La ciudad ideal de Abu Nasr AlFarabí (920). En esta obra se considerará, bajo la inequívoca impronta del idealismo platónico, a la ciudad como el compendio de todas las perfecciones de vida individual y social. Se retoma aquí la tesis platónica y aristotélica de la ecuación entre vida humana y vida cívica, porque al margen de la ciudad, expresión ejemplar de los designios divinos, sólo hay lugar para la barbarie y el salvajismo.

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2.2. Análisis sistemático

La dimensión diacrónica hasta aquí esbozada resulta provechosa para indagar algunos momentos relevantes de la génesis conceptual de la ciudadanía. Pero, para captar su significado actual, esa exploración debe ser completada por un análisis sistemático. Dicho análisis tiene como punto de partida la etapa histórica en la que se conforma el uso lingüístico de la expresión “ciudadanía”, en el que directamente se entronca su sentido presente.

La época en la que adquiere una significación nueva, directamente vinculada con un ejercicio efectivo de la libertad política, es la de la Ilustración. La ciudadanía será uno de los logros básicos del programa ilustrado de la modernidad; un factor decisivo en el proceso emancipatorio ligado a tal programa (Veca, 1990).

Nótese la coincidencia sincrónica entre la aparición del concepto moderno de la ciudadanía y la del propio concepto de los derechos humanos y del Estado de derecho, cuyo reconocimiento debe situarse también en el ámbito de la modernidad (PecesBarba, 1982). La Revolución francesa será, ante todo, la revolución de los ciudadanos, y la cualidad de ciudadano pasará a ser, desde entonces, el centro de imputación del conjunto de derechos y libertades que corresponden a los miembros de un Estado de derecho.

Ciudadanía, derechos fundamentales y Estado de derecho no son sólo categorías jurídicopolíticas que emergen en un mismo clima histórico, son realidades que se condicionan e implican mutuamente. El Estado de derecho es la forma política en la que los poderes actúan divididos y sometidos al imperio de una legalidad que garantiza los derechos fundamentales de los ciudadanos. Los derechos fundamentales constituyen el fundamento de legitimidad del Estado de derecho y el contenido de la ciudadanía. La ciudadanía, a su vez, es el cauce de participación política en el...

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