Participación y ciudadanía: implicaciones psicológicas en los procesos de participación

AutorRenée Lidia Jablkowski
Páginas57-75

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1. ¿Por qué surgió mi interés por la participación?

Me propongo en este texto transmitir algunas reflexiones, dudas, cuestionamientos y propuestas surgidos a lo largo de estos últimos años a partir del trabajo en cursos, seminarios y talleres de reflexión en temas de participación y desarrollo, realizados con niños, jóvenes y sus adultos significativos -padres, docentes, pediatras-; del intercambio en foros, congresos, seminarios, reuniones de trabajo y talleres de reflexión realizados con funcionarios de distintos países, con integrantes de organizaciones intermedias, académicos e investigadores en ciencias sociales y artistas; como así también de conversaciones y diálogos alrededor de una taza de café con amigos que desempeñaban y desempeñan funciones en cargos jerárquicos en organismos internacionales (BID, OIT, UNICEF, CINU, PNUD, OPS, CEPAL).

Debo señalar que lo que intentaré transmitir constituye un fondo de ideas inacabadas, en permanente reelaboración, abiertas a nuevas reflexiones, intercambios e interrogantes, desde las cuales se puedan ir generando procesos tendentes a una acción transformadora de la realidad orientada a hacer posible una mejora concreta de la vida de las personas.

He llegado a ocuparme del tema en 1990. A partir de mi labor profesional como psicóloga, me fui interesando gradualmente en la creciente incidencia de las distintas manifestaciones de patologías psicosociales -adicciones, conductas violentas, delictivas y antisociales, trastornos alimenticios, embarazos precoces, etc.-, que afectan particularmente a los estratos jóvenes de las sociedades contemporáneas, coartando en muchos casos las posibilidades de desarrollo personal, marginando aPage 58 esas personas de toda inserción social útil, productiva y satisfactoria, y poniendo en serio riesgo su salud y su vida.

Trabajando en esa época en una comunidad terapéutica dedicada al tratamiento de jóvenes con problemas de adicción a drogas «duras», realicé una pequeña investigación cuyo objetivo era tratar de conceptualizar indicadores de factores de riesgo para la aparición de dichas patologías, con la finalidad de poder utilizarlos en la labor terapéutica de reinserción social de esas personas a través de la modificación de las causas de dichos factores, y también -objetivo de máxima- en la tarea preventiva, para evitar las caídas tanto como las recaídas. Podría señalar que el listado de factores así obtenido -del cual me ocuparé más adelante- tiene a la participación como un centro de convergencia destacado, un instrumento poderoso para facilitar el proceso de reinserción social de las personas afectadas, pero también como un eje orientador de los procesos educativos que permitan, desde el primer minuto del desarrollo, la inserción social de los nuevos sujetos, operando sobre ellos como un importante factor de protección de su salud psíquica y social, al crear las condiciones necesarias para que las personas puedan sentirse partícipes afectivamente comprometidos con su entorno.

Comprendí entonces que mi interés se abría a un campo más amplio, de distinta complejidad: habiendo partido de una preocupación por las personas con patologías psicosociales que, por diversos motivos, habían visto interrumpido su proceso histórico -preocupación que, en definitiva, tenía poca incidencia en «lo sociak-, había pasado a considerar los posibles factores causales de dichos problemas y, de allí, los valores a los que esos factores respondían. Esta perspectiva terminaba aproximando mi área de intereses al campo social, histórico y político, de la filosofía y la ética, ya que esos valores coinciden en gran medida con valores hegemónicos subyacentes a formas de organización social que los determinan, y que son responsables tanto de la producción de dichas patologías como de la constitución de una subjetividad que excluye a las personas de su participación en un proyecto colectivo.

Comencé entonces a trabajar en programas de educación para la participación en diferentes ámbitos: académicos, de investigación, políticos, culturales. En todos ellos la participación se iba convirtiendo en una herramienta conceptual y metodológicamente válida para la recuperación de una de las funciones sustantivas del desarrollo humano: la facultad de pensar.

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En todo este trayecto, un punto que se mantuvo invariable como foco central de mi interés fue y sigue siendo el desarrollo humano: cómo se va estructurando el sujeto como tal y su subjetividad en el ambiente en el cual se desarrolla.

2. La participación, el Desarrollo Humano y la Democracia

En virtud del acuciante proceso de deslegitimación de las democracias a nivel global, impulsado -entre otros factores- por la distancia creciente que existe entre los ciudadanos y sus representantes, entre el escenario de los hechos y la arena de las decisiones, se vuelve manifiesta la necesidad de indagar conceptual y vivencialmente las motivaciones subjetivas que guían la participación, entendida como una experiencia pro-activa de transformación de lo real y del entorno con el que el individuo se vincula.

Este agotamiento de la democracia representativa -devenida, con el correr de los años, delegativa, tal como sugieren diversos autores- no lo entiendo tan sólo como una consecuencia del desgaste de ciertos partidos políticos o de ciertos dirigentes; lo concibo, en cambio, en el marco de la caída de los valores y del proyecto de la modernidad, entendida como la posibilidad de articular un proyecto centralizado y totalizante que organice las conciencias en consonancia con los estándares del Estado-nación.

Si en el antiguo proyecto se esperaba del ciudadano trabajo y compromiso cívico, ser ubicado y ocupar un lugar como una pieza precisa del engranaje social regulado por el Estado, no parece estar claro en las nuevas condiciones cuáles son las expectativas hacia el ciudadano, ni cuál es la alteridad desde la que parten esas expectativas.

El impacto de este nuevo contexto de la contemporaneidad sobre las subjetividades obliga, entre otras cuestiones, a nuevas indagaciones sobre el estatuto actual de los procesos participativos en lo referente a: 1) las dimensiones subjetivas implicadas en los procesos participativos, y 2) la manera en que estas dimensiones subjetivas inciden en las posibilidades de las personas -ciudadanos- de planificar, organizar y ejecutar un proyecto participativo, colaborando de este modo a fomentar, enriquecer y fortalecer formas de organización y estilos de vida democráticos.

El acervo ideológico, los paradigmas, las estructuras lógicas, los sistemas de creencias, las particularidades culturales, el capital simbólicoPage 60 y la fortaleza afectiva constituyen las capacidades y, por ende, las potencialidades fundamentales con que cuenta el ser humano para incidir en su propio desarrollo y en el de su comunidad.

Entiendo el desarrollo humano como «un proceso mediante el cual se amplían las oportunidades de los individuos, las más importantes de las cuales son una vida prolongada y saludable, acceso a la educación y el disfrute de un nivel de vida decente (...) la libertad política, la garantía de los derechos humanos y el respeto a sí mismo» (PNUD 1990, p. 33). Ello supone la utilización por parte de las personas de sus capacidades y potencialidades en la realización de un proceso asumido como propio, con su participación activa y teniéndolas como destinatarias últimas; es decir, la ya conocida trilogía del desarrollo humano entendido como desarrollo de la gente, por la gente y para la gente.«£7 desarrollo sencillamente no funciona para la gente si no es concebido y realizado por ella. De lo contrario, puede llegar a ser insostenible. La seguridad alimentaria, la salud, la educación, el empleo y la productividad sólo pueden alcanzarse cuando es la gente la que establece sus propios objetivos. Los afectados deben tomar las decisiones necesarias para alcanzarlos y construir las estructuras sociales, económicas y políticas que las acerquen a sus aspiraciones. De igual forma, las políticas y los programas de desarrollo no tendrán éxito si no existe un sentido de propiedad y participación. Estos procesos están en la esencia misma del desarrollo participativo» (PNUD 1999, p. 42).

Uno de los mayores progresos que la humanidad puede contabilizar durante el siglo que acaba de finalizar es el surgimiento y la promoción del concepto de Derechos Humanos Universales, que fueron proclamados por las Naciones Unidas en 1948. Esa misma categoría universal de derechos fue también promulgada en 1990, de manera más específica, atendiendo a las condiciones y necesidades de las personas durante su etapa de crecimiento: los Derechos del Niño. El Derecho al Desarrollo puede contarse entre los más básicos, junto con el derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad, a la integridad, a la justicia. Reúne en sí una serie de derechos más elementales: a la educación, a la salud, a una vivienda digna, al trabajo, etc., y podría definirse como el derecho a obtener de la sociedad condiciones y oportunidades equitativas que permitan a las personas el mayor despliegue posible de sus capacidades. «El desarrollo humano -sostiene el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en un giro copernicano con res-Page 61pecto a la concepción tradicional- abarca mucho más que la variable económica: significa un estado en el que las personas puedan vivir en forma productiva y creadora, de acuerdo con sus necesidades e intereses (...) Se refiere al desarrollo de la capacidad humana, comprendida como el arco de las múltiples actividades y condiciones que una persona puede llevar a cabo o en las que puede vivir» (PNUD 1998, p.12).

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