Bioéticas emergentes: la nueva sociedad colaborativa como reto a la desigualdad

AutorJosé María Rodríguez Merino
Páginas163-188

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8.1. Objetivos

1. Reflexionar sobre la colaboración como valor virtual.

  1. Conocer el valor de la colaboración de la emergente sociedad colaborativa en el “Internet de las Cosas”.

  2. Deliberar sobre los riesgos y los beneficios del procomún colaborativo virtual para corregir la desigualdad.

8.2. La colaboración como valor

Colaborar es, según el Diccionario de la lengua española1

“trabajar con otra u otras personas para lograr algún fin” o “trabajar en una empresa sin pertenecer a su plantilla”. También tiene las acepciones de cooperar con otras personas en la consecución de algún objetivo y/o ayudar a alguien necesitado.

El significado más común es el de trabajar con otros en torno: a planificar una vida para convivir, a realizar un programa elegido, a construir un proyecto diseñado, a conseguir un objetivo, a dirigir una empresa, etc.

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La colaboración es un valor innato en el ser humano porque, a lo largo de la historia, el hombre ha demostrado ser capaz de colaborar para llevar a cabo empresas comunes, tal es el ejemplo de construir una ciudad, elaborar una cultura, realizar una empresa, ensamblar una sociedad, etc. Todo se engloba bajo un empeño de colaborar y/o participar del procomún colaborativo que toda sociedad tiene.

Sin embargo, la construcción social de la colaboración, a día de hoy, no se lleva a cabo ni por el “adoctrinamiento”, modo objetivo de educar, ni por la “clasificación de los valores”, modo subjetivo de dilucidar los valores de cada uno, sino porque el ser humano se adapte al medio debido a su biología y porque el medio se adapte a él al construirse un mundo cultural2. En este ámbito de la cultura se construye hoy la colaboración como valor, ya que una persona, un colectivo o una comunidad tienen como máximo objetivo hacer cambiar y/o transformar al mundo, para mejorar y hacer más felices a sus habitantes por medio de la interrelación colaborativa compartiendo bienes, servicios y, por supuesto, valores.

El valor colaborar/compartir es un valor en sí mismo que nace en el interior de cada ser humano y se plasma en la convivencia comunitaria y social; mientras que las tecnologías (Internet) son un valor instrumental que añaden valor para conseguir un fin en la sociedad. Por ejemplo, hacer más feliz a cada hombre, fomentar el bienestar social, erradicar la pobreza, curar la enfermedad, informar, comunicarse o superar el analfabetismo, salvar vidas, etc.

Gandhi (1869-1948) fue el líder histórico-indio que quería cambiar el mundo, erradicando la pobreza y la desigualdad entre los habitantes del planeta, por medio del valor compartir:

“La verdadera Economía no va nunca contra los principios éticos más elevados, así como la ética verdadera, para merecer

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su nombre, debe ser al mismo tiempo de buena Economía… La Economía verdadera defiende la justicia social; promueve el bien de todos a partes iguales, incluyendo a los más débiles; y es indispensable para una vida decente” 3 .

La palabra compartir significa que todo lo que cada uno es y tiene debe de ser puesto en común, de modo participativo y solidario, para cubrir las necesidades de la población. De este modo, para el filósofo indio, la felicidad del ser humano no reside tanto en acumular riquezas o producir y consumir de modo personal, como propugnaba A. Smith, cuanto en que la producción y el consumo de los bienes y servicios fuera unido y llevado a cabo por las comunidades locales, interconectadas a su vez con otras colectividades de modo local y/o global e impulsadas por la empatía en el compartir. Así:

“para Gandhi, las actividades económicas no pueden separarse de las otras actividades. La economía forma parte de un método de vida que está basado en valores colectivos. Las actividades económicas no pueden abstraerse de la vida humana. Gandhi quería garantizar la justicia distributiva garantizando que la producción y la distribución no fueran separadas” 4 .

La felicidad, para el gran filósofo de la “no violencia”, no se construye consumiendo más y más bienes y servicios, como pasa en la sociedad capitalista, sino reduciendo el consumo y el uso de los mismos, de modo deliberado, voluntario y casi ascético, a lo necesario para vivir. Por ejemplo, la tierra es un bien de todos y produce lo necesario para alimentar a sus habitantes, pero nunca va a producir lo suficiente para satisfacer la avaricia de unos pocos, ya que la codicia procede del interior del hombre que fundamenta todo deseo de vivir en la abundancia a costa de los más débiles; realidad que siempre se ha mostrado actual y evidente.

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En Gandhi la colaboración entre las gentes, las comunidades y los pueblos constituye la idea rectora que ilusionó y fundamentó todo su pensamiento sobre la “no violencia”. Con él comenzó la era colaborativa5, iniciando su doctrina en una experiencia basada en el ámbito agrícola, artesanal y aldeano. Debido a esta experiencia existencial y social fundamentó sus principios filosóficos en “la autosuficiencia de cada unidad en las necesidades básicas”. La producción se debe basar en las necesidades de las pequeñas unidades de economía familiar. Por tanto, todo lo que se fabrica o se produce en las comunidades aldeanas debe utilizarse, en primer lugar y sobre todo, por los miembros de la colectividad. Los bienes y servicios que no puedan producirse dentro de la comunidad deben de ser comprados en el exterior o intercambiando bienes y servicios; pero evitando, a toda costa, la dependencia económica de poderosos mercados externos que podrían esclavizar a la comunidad. Por tanto, Gandhi creía en la fuerza interior del hombre, en el valor de la moralidad, en la confianza entre los seres humanos, en su bondad y en su ética. Todo ello como modo de proteger la justicia y la equidad y con el objetivo de defender la dignidad de los seres humanos frente a la injusticia, la desigualdad y la avaricia de unos pocos.

No obstante, Gandhi experimentó que su discurso quedaba lejano en la práctica, salvo para unos pocos fieles seguidores y muchos admiradores, ya que entre las masas pobres no había una cultura organizada de la generosidad y menos un trasvase de riquezas entre los ricos y los pobres en su India natal. Esta doctrina es la que ha proclamado también la opción cristiana: la renuncia a sí mismo para darse a los demás y compartir los bienes de modo solidario, para que a nadie le falte.

Sin embargo, a esta filosofía social, que el gran pensador indio proclamaba, de que los bienes fueran producidos y consumidos por las propias comunidades y pueblos interrelacio-

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nados entre sí, le faltó la aplicación básica del instrumento tecnológico para crear valor añadido a tales productos (telares mecánicos, energía eléctrica o cultivos agrícolas avanzados; es decir, productividad, efectividad y calidad en los bienes de consumo y, sobre todo, adolecía de la planificación necesaria en la producción para “acercar los costes marginales a cero”. Esto es, para poder llevar a cabo su sueño, Gandhi debía partir de una economía de la abundancia o creación de riqueza y no del reparto de la pobreza como se daba en la India y en otras partes del mundo. Esta economía, únicamente se podía construir, no sólo cambiando las mentalidades, sino recurriendo a la innovación tecnológica. Por ejemplo: en las tecnologías de la información y comunicación (TICs) (instalando teléfonos en las aldeas, facilitando la compra de televisores, ordenadores, etc.), o la producción de energías renovables (llevando luz a los pueblos o produciéndola por medio de placas solares) y la logística de la distribución (construyendo vías de comunicación para transportar alimentos a las aldeas remotas). Es claro el ejemplo de que en muchos países del primer mundo sobran alimentos que, por un lado, se tiran para hacer sostenibles los precios o, por otro, se pudren porque no hay transporte para ellos a las zonas necesitadas.

Se debe reseñar que, para aliviar la desigualdad en Europa, está en marcha la aprobación de una ley en Estrasburgo, para que las grandes superficies (supermercados) donen las mercancías sobrantes y próximas a caducar a los comedores sociales u otras organizaciones caritativas, etc., con el fin de que tales mercancías no sean arrojadas a la basura, sino que sirvan para alimentar a tantos necesitados y desheredados de la sociedad. Tal iniciativa ya está aprobada en Francia que “prohibirá el despilfarro de alimentos en sus supermercados”: “deberán donar los productos perecederos desechados” (elEconomista. es, 22/05/2015); así como Wefood, primer supermercado del mundo radicado en Dinamarca, dedicado a vender productos

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caducados o próximos a caducar, a precios muy reducidos para las personas pobres o con pocos recursos. Es una iniciativa pionera con fin solidario; los trabajadores del supermercado son voluntarios y toda la recaudación va a parar a la ONG DanChurchAid, la cual presta ayuda humanitaria en países pobres (elEconomista.es ,14/05/2016).

8.3. La construcción de la realidad social a través de internet

La nueva cultura de la colaboración se está construyendo, tanto individual como socialmente, a través de Internet, que es ya centro y lugar habitual de la colaboración virtual. La Red es el instrumento tecnológico por...

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