Bélgica y el dolor

AutorJavier Sádaba
CargoUniversidad Autónoma de Madrid
Páginas90-92

Page 91

Bélgica es un pequeño y próspero país situado en el centro de Europa. La relación entre los flamencos del norte y los valones del sur, tensa hasta amenazar romper el Estado, es para algunos objeto de preocupación y para otros ejemplo de que es posible convivir en la diferencia. Lo que no distingue a los que hablan flamenco de los que hablan francés es su pertenencia a una común cultura católica. Bélgica ha sido, además, una referencia para no pocos católicos del continente europeo. Lovaina fue el lugar de la renovación de la filosofía escolástica, la pastoral encontraba allí un impulso que después se extendía incluso por Latinoamérica, los jóvenes y aguerridos obreros católicos se inspiraban en ese diminuto país y los ecos democristianos iban mucho más allá de su reducido espacio. Casi al mismo tiempo, mientras que los aficionados al ciclismo admiraban a Eddy Mercks, la elegante figura del cardenal Suenens se proyectaba sobre todo el mundo católico más o menos progresista.

Bélgica ha aprobado la eutanasia infantil. La mayor parte de los partidos políticos han votado a su favor. Los democristianos, fieles a la doctrina vaticana, se han opuesto. Bélgica y Holanda dieron su visto bueno hace ya más de una década a la eutanasia voluntaria, activa y directa. Con alguna diferencia, especialmente la referida al suicidio asistido, ambos países se han alzado, en Europa, como los defensores de una muerte en la que no introduzca su rostro terrible un sufrimiento inútil. La eutanasia, recordémoslo, y salvo casos como T. Szasz con su idea de libertad fatal, es una práctica que exige estricta regulación y control. De ahí que muchas de las asociaciones proeutanasia lo que pidan, antes de nada, es su regulación. Y se distingue de la bárbara necedad nazi, lo que escribe con imaginación un colega, como la violación del amor libre. La mayoría de la población está de acuerdo con la medida y en el ambiente que rodea a esta comunidad ha flotado desde hace décadas una defensa decidida a favor de que no se permita ganar terreno al dolor. El en su tiempo dominico J. Pohier no cesó, siendo sacerdote, de no dar tregua a los que prohíben, más con aspavientos que con argumentos, la eutanasia.

Las condiciones que se han impuesto para que incluso los menores puedan hacer uso de dicha eutanasia son claras. El sufrimiento insoportable, la muerte a corto plazo y la falta de alternativas se cuentan entre ellas. Se añade, además, que deba solicitarse por escrito y...

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