La ampliación cultural de la antropologia filosofica

AutorMaría García Amilburu
  1. LA CONDICIÓN CULTURAL DE LOS SERES HUMANOS

    "Todos los hombres desean por naturaleza saber". Aristóteles fue el primero en dejar constancia escrita de este anhelo que cada uno de nosotros experimenta no sólo referido a las cuestiones fundamentales de la existencia, sino también en lo menudo.

    Hemos recibido en herencia del racionalismo ilustrado la esperanza que se funda en el progreso de la técnica y una confianza casi ciega en las demostraciones racionales, y los conocimientos o productos sancionados con el calificativo de científicos. Sin embargo, en nuestra situación postmoderna no podemos dejar de sentir la atmósfera cargada de escepticismo que nos rodea. No estamos seguros de casi nada: en el campo de las humanidades se da por sentado que cada uno tiene su verdad y vale cualquier opinión, con tal de que la formule un ser humano tolerante; y en el terreno de la ciencia experimental, cada día que pasa se falsean supuestos que se tenían por verdaderos hace poco tiempo. Ante esa situación muchos han adoptado una postura pragmática: no interesa tanto que algo sea verdadero como que funcione.

    Hasta hace poco tiempo una de esas cuestiones en las que parecía que todos los humanos dotados de sano juicio coincidíamos pacíficamente era en afirmar que la cultura es un rasgo específicamente humano. Hoy parece que no coincidimos tampoco en esto. Al menos no faltan autores que defienden la existencia de lo que llaman cultura animal. Por citar sólo uno de ellos, y sin necesidad de salir de nuestras fronteras, Jesús Mosterín argumenta: "la natura (o naturaleza) es aquello que se tiene ya al nacer o que está determinado ya al nacer, lo congénito, es decir, lo genéticamente preprogramado o lo adquirido durante el desarrollo embrionario y fetal (...), mientras que la cultura abarca todos los conocimientos, capacidades y hábitos adquiridos en sociedad, es decir, no heredados genéticamente. (…) Tanto la natura como la cultura son información recibida de los demás, pero la cultura se opone a la natura como lo adquirido o aprendido de los otros se opone a lo genéticamente heredado"1.

    Tras definir la cultura, como "información transmitida por aprendizaje social", sostiene que ésta no es un fenómeno exclusivamente humano, sino que puede hablarse de una cultura de los animales no homínidos y de los homínidos no humanos2. Para ello, pone varios ejemplos de cómo en varias especies animales se puede apreciar el empleo de instrumentos, y la aparición de comportamientos aprendidos.

    Sin embargo, todos los ejemplos que cita como manifestaciones de la cultura animal son casos de conducta adquirida por ensayo y error, o por imitación intraespecífica. Y en todos ellos, las conductas aprendidas se orientan exclusivamente en la línea del refuerzo de los dos instintos biológicos básicos: el de supervivencia (alimentación y huida del peligro) y el reproductor. Por el contrario, como ya señalaba Max Scheler en una conferencia pronunciada en Berlín en 1925, aunque los animales pueden, en cierta medida, utilizar como instrumentos determinadas cosas, sin embargo no son capaces de utilizar siempre la misma cosa como instrumento, ni mucho menos imprimir a las cosas la forma duradera de instrumento3.

    Estos fenómenos calificados como cultura animal no son equiparables a lo que entendemos ordinariamente como cultura humana porque ésta última es un fenómeno mucho más rico y complejo que, para empezar, trasciende las fronteras de las necesidades que miran a la supervivencia biológica del individuo o de la especie, abriéndose a aspectos estéticos, religiosos, etc.

    Así pues, para evitar equívocos, cuando aquí se hable de cultura nos estaremos refiriendo a una realidad que sólo puede atribuirse a la acción humana, y por lo tanto ha de ser considerada una característica exclusiva de nuestra especie. Allí donde hay cultura podemos asegurar la existencia de seres humanos; y si hay seres a los que podemos llamar humanos, estamos seguros de que encontraremos algún tipo de vestigio cultural, por muy elemental que sea. Este ha sido y sigue siendo un criterio arqueológico fundamental para discernir la presencia de humanos en un lugar. Si se encuentran signos de cultura: fabricación de instrumentos, dominio del fuego, manifestaciones rituales o artísticas, etc., puede afirmarse rotundamente la presencia de un tipo de vida a la que llamamos humana.

    ¿Qué es entonces la cultura en cuanto rasgo específicamente humano? Una de las posibles vías de estudio que se presentan para clarificar el contenido de un término consiste en la aproximación etimológica, porque el análisis del origen de la palabra que utilizamos para designar una realidad ofrece ya una cierta luz que permite profundizar en su significado.

    En la lengua griega no hay un único vocablo que abarque completamente el contenido del término cultura. Se empleó techne para designar la actividad de transformación del mundo físico; y para denominar la vertiente que abarca las formas de vida de un grupo humano en lo que tienen de no transmitido biológicamente, sino adquirido y aprendido socialmente, se utilizó el término nomos.

    En la Grecia clásica, son tres los términos fundacionales que delimitan los ámbitos de la realidad y abren ontologías regionales: physis, techne y nomos. El ámbito de la physis es el de los seres que existen por naturaleza, es decir, que tienen en sí mismos el principio de su movimiento y su reposo. Los seres que integran los ámbitos de la techne y el nomos tienen el origen de su ser y su consistencia fuera de sí mismos, pues son fruto de la acción creativa humana. Los objetos de la techne y del nomos nacen de usos diversos de la inteligencia; no forman esferas cerradas, sino que constituyen dos aspectos de un mismo proceso civilizador, que los griegos llamaron domesticación o desilvestrización. La techne domestica el entorno físico, mientras que el nomos domestica al propio ser humano; la menesterosidad e indefensión biológica del hombre es salvada por la techne, mientras que el desorden social fruto de la ausencia de pautas de comportamiento instintivas lo es por el nomos; y ambas esferas constituyen el ámbito de lo que nosotros, con un único término, llamamos cultura4.

    La palabra cultura tal como la utilizamos en Occidente, proviene del verbo latino colere, cultivar, y encierra un triple sentido: físico (cultivar la tierra), ético (cultivarse según el ideal de la humanitas clásica), y religioso (dar culto a Dios). Este triple sentido del verbo colere abarca por tanto las tres grandes líneas de despliegue de la acción humana: la razón técnica, la razón práctica, y la razón teórica respectivamente, que dan origen a las tres actividades humanas fundamentales, que denominamos hacer, obrar y saber5. Pero aunque la etimología del término cultura sea una cuestión establecida con bastante exactitud, esta palabra ha sufrido una serie de transformaciones semánticas desde la época clásica hasta nuestros días que han contribuido a que su significado adquiera unos contornos más bien difusos, favoreciendo la diversificación de su uso tanto en el lenguaje ordinario como en el científico. Así, es evidente que una de las características más notables de este término es su polisemia.

    Otro modo de acceder al estudio de un término puede ser el examen de las definiciones que se han dado del mismo. A partir del siglo XIX, con el creciente interés por el conocimiento de culturas lejanas, o exóticas, –desde el punto de vista del antropólogo occidental que se interesaba por ellas– se han multiplicado las definiciones de cultura, de manera que en 1952 Kroeber y Kluckhohn pudieron recopilar 134 definiciones distintas, entresacadas de la bibliografía científica disponible hasta esa fecha, en las que se advierten las huellas de planteamientos epistemológicos muy diferentes6.

    La inmensa mayoría de estas definiciones se inscribe en el campo de las ciencias etnográficas, en las que de ordinario se identifica cultura con civilización, designando una situación social concreta o ámbito socio-cultural. Este es el campo de lo que se denomina Cultural Studies, que abarca desde la Filosofía de la Cultura a la Antropología Cultural de base etnográfica que emplea el trabajo de campo como método propio.

    Desde esta perspectiva, la primera y más famosa definición de cultura fue formulada por Tylor en su obra Primitive Culture en 1871. Allí dice "cultura o civilización, en sentido etnográfico amplio, es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad".

    No menos célebre es la definición de Franz Boas: "la cultura incluye todas las manifestaciones de los hábitos sociales de una comunidad, las reacciones del individuo en la medida en que se ven afectadas por las costumbres del grupo en el que vive, y los productos de las actividades humanas en las que se ven determinadas por dichas costumbres"; o la de Malinowsky: "La cultura consta de la masa de bienes e instrumentos, así como de las costumbres y hábitos corporales o mentales que funcionan directa o indirectamente para satisfacer las necesidades humanas. La cultura es una unidad bien organizada que se divide en dos aspectos fundamentales: una masa de artefactos y un sistema de costumbres".

    Kroeber, por su parte, concibió la cultura sometida a unas leyes semejantes a las que rigen el mundo físico, y la define como las "formas de comportamiento, explícitas o implícitas, adquiridas y transmitidas mediante símbolos, que constituye el patrimonio singularizado de los grupos humanos, incluida su plasmación en objetos; el núcleo esencial de la cultura son las ideas tradicionales (es decir, históricamente generadas y seleccionadas) y especialmente los valores vinculados a ellas; los sistemas de culturas pueden ser considerados, por una parte, como productos de la acción, y por otra, como elementos condicionantes de la...

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