La imagen de los servicios de inteligencia en la sociedad

AutorJuan Díez Nicolás
Páginas162-181

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1. La imagen pública

Dentro del amplio campo de los estudios de opinión pública cobran especial referencia aquellos que se centran en la imagen pública de instituciones y personas. En definitiva, cuando se habla de imagen pública se está haciendo referencia a la opinión de un público, los ciudadanos, sobre un objeto social, institución o persona, y la opinión generalmente implica una evaluación de ese objeto social.

Hace ya décadas uno de los grandes pioneros en el estudio de la opinión pública (Katz, 1953), estableció los tres criterios que deberían aplicarse en el análisis de los estudios de opinión: conocimiento (grado en que el entrevistado está enterado de la cuestión sobre la que se le ha preguntado); convicción (grado de solidez y estabilidad de la opinión para que ésta se mantenga en el tiempo tantas veces como se vuelva a preguntar al mismo individuo); y significación (grado de importancia de la cuestión para la ciencia social). Los tres criterios son importantes, sin duda, pero el primero de ellos es, además de importante, antecedente en el tiempo, pues si el individuo no conoce suficientemente aquello de lo que opina, sus opiniones serán poco estables y firmes y, por tanto, no tendrán importancia para la ciencia social, pues no permitirán la acumulación y sistematización de conocimientos.

En su ya clásico manual de opinión pública, Lane y Sears (1967) señalan las diferentes dimensiones que se pueden analizar en una opinión: dirección, intensidad, contexto, estabilidad, contenido informativo, organización o conexión con otras opiniones, consistencia, componente de acción política e importancia. Paul Lazarsfeld (1944) y posteriormente Elihu Katz (1957: 61) introdujeron la hipótesis del «flujo en dos pasos de la comunicación» para ilustrar el proceso mediante el cual la comunicación pasa de un emisor, generalmente una minoría más o menos informada, a las masas receptoras de esa comunicación.

El proceso lógico-racional mediante el cual se supone que un individuo se forma una opinión sobre un objeto social (institución, persona, idea, etc.) implica en primer término que el individuo tenga información sobre ese objeto social, que sepa de su existencia. Nadie puede tener una opinión sobre un libro cuya existencia desconoce, pero sí puede tenerla aunque no lo haya leído, simplemente porque ha leído u oído un comentario sobre el mismo. El conocimiento de la existencia del objeto es una condición sine

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qua non para tener una opinión sobre dicho objeto. Ese conocimiento es lo que de manera general podemos denominar «información». Una vez que conocemos la existencia de un objeto, que estamos «informados» de su existencia, podemos ampliar más o menos la información sobre ese objeto. Y esa información nos proporciona la posibilidad de ir reflexionando sobre el objeto hasta configurar, poco a poco, una opinión, una evaluación sobre el objeto social en cuestión.

Lamentablemente, ese proceso lógico no es real en la mayor parte de las ocasiones, de manera que, más bien, el proceso consiste en que los individuos adquieren la evaluación del objeto social junto a la información sobre el mismo, ahorrándose el proceso de reflexión.

Una variante de este esquema conceptual es la que elaboró hace ya más de 50 años el profesor Johan Galtung: la teoría centro-periferia y el índice de posición social (Galtung 1964: 206; Galtung 1976: 381; Díez-Nicolás 2009b: 69). De acuerdo con esta teoría, existen posiciones sociales más recompensadas socialmente (en términos materiales-dinerarios, de prestigio y de poder) y otras posiciones menos recompensadas socialmente. Los individuos que ocupan las posiciones más recompensadas (adultos, mayor nivel educativo, mayores ingresos, ocupaciones no manuales, residentes en lugares urbanos y metropolitanos, etc.) constituyen el centro social, mientras que los que ocupan las posiciones sociales menos recompensadas (jóvenes y ancianos, bajo nivel educativo, bajos ingresos, ocupaciones manuales, residentes en lugares rurales, etc.) constituyen la periferia social. El centro social tiene más conocimientos y, por tanto, más opiniones sobre todo, es emisor de opiniones y comunicación, su estilo de pensamiento es de matices, mientras que la periferia social tiene menos conocimientos y opiniones, y, por tanto, es más receptor que emisor de opiniones y de comunicación, y su estilo de pensamiento es más absolutista (las cosas son buenas o malas, con pocos o ningún matiz). De acuerdo con esta teoría, los nuevos valores sociales, las nuevas actitudes sociales, van del centro a la periferia, hasta el punto de que incluso cuando se originan en la periferia, solo se difundirán a toda la sociedad si son adoptadas y respaldadas por algún grupo del centro social (que por definición es ideológicamente heterogéneo). Múltiples investigaciones en países que difieren mucho en sus niveles de desarrollo económico, en su grado de democratización y desarrollo político, y en sus sistemas culturales, han demostrado que en todas las sociedades puede observarse la existencia

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de un centro social y una periferia social, que difieren en las características antes señaladas, en su estilo de pensamiento, en su actitud hacia el cambio social, en sus formas de participar en la vida social, etc.

Los conceptos de centro y periferia sociales pueden tomarse como equivalentes a los de elites y no-elites (o masas). Puesto que las elites de unos países y otros suelen relacionarse entre sí, comparten estilos de pensamiento y de vida, parece lógico que adopten también sistemas de valores comunes. Para verificar esa hipótesis se llevó a cabo un análisis comparado entre las elites de países mediterráneos del sur de Europa y del norte de África, utilizando datos de los estudios de valores (Díez Nicolás 2007:47). Los resultados principales pueden resumirse así: 1) Se ha comprobado que existe una fuerte correlación entre posición social y los nuevos valores postmaterialistas (Inglehart 1977; Inglehart 1990; Inglehart 1997; Díez Nicolás 2000:285), de manera que los de posición social alta (centro social, elites) en todos los países suelen estar más orientados hacia los nuevos valores postmaterialistas (o de auto-expresión) que los de posición social baja (periferia social, públicos o masas).

Figura 1. Relaciones entre Elites y no-elites

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Además, el conjunto de países desarrollados está más orientado hacia los nuevos valores que los países en vías de desarrollo, y estos lo están en mayor medida que los menos desarrollados, y la relación entre posición social y post-materialismo se mantiene también en los tres grupos de países según su grado de desarrollo económico, y cuando se analizan por separado los países

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mediterráneos cristianos o musulmanes. 2) También se ha verificado ampliamente la convergencia en los sistemas de valores de las elites de los países cristianos y musulmanes, excepto en lo que respecta a los valores religiosos o morales, donde las diferencias son mayores. 3) Otras dos hipótesis: que la diferencia de valores entre elites y públicos es mayor en los países menos desarrollados que en los desarrollados, y que la máxima diferencia en los sistemas de valores es la que existe entre los públicos de países desarrollados y no-desarrollados, no se verificaron plenamente debido a que las muestras de los países del norte de África parecen haber excluido a los estratos de población de más bajo status socioeconómico, si bien la evidencia sugiere que las dos hipótesis son muy plausibles.

2. Información y comunicación

Es muy frecuente que estos dos términos se utilicen como equivalentes, pero este es un supuesto no contrastado por la realidad. En efecto, la información busca la verdad, busca relatar los hechos tal como son, incluso con una interpretación no sesgada. Es posible que la información no llegue a la «verdad», pero no porque así se pretenda, ocultando o tergiversando la «verdad» intencionadamente, sino porque se pueden cometer errores no intencionados, o porque los datos son insuficientes, o por cualquier otra razón no prevista ni deseada. Por el contrario, la comunicación pretende transmitir unos mensajes que pueden ser o no ciertos, y que el comunicador suele conocer, pero su trabajo consiste en transmitir el mensaje que se le ha dado. El comunicador no busca la verdad, ni se lo plantea, porque su función es la de transmitir el mensaje que se le ha encomendado y convencer a la audiencia de que lo que transmite es cierto. En el rol del informador no entra la obligación de convencer a una audiencia, pero en el rol del comunicador sí entra dicha obligación. No se trata de que una actividad sea mejor que la otra, sino de que son distintas. Lo malo es cuando se confunden, y se toma por información lo que es comunicación, y viceversa.

Las actividades de publicidad (generalmente comercial) y de propaganda (generalmente política) no tienen la obligación ética de buscar y transmitir «la verdad», sino la de transmitir lo que el cliente (comercial o político) les ha pedido que transmitan. Pero la información que proporcionan los me-

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dios, en cuanto que servicios públicos (aunque sean de propiedad privada) tienen la obligación profesional y ética de intentar transmitir información lo más verdadera posible, sujeta siempre al error humano. Lo que ocurre es que, en la actualidad, una gran parte de lo que se toma como información no es sino comunicación mejor o peor camuflada. Y ya se ha dicho antes que la gran mayoría de la población, por diferentes razones, adquiere la evaluación junto con la información...

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