Del silencio de las mujeres a la violencia de género

AutorMaría Francisca Gámez Montalvo
Páginas43-70

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“El pasado nos da recuerdos y conocimientos adquiridos, comprobados o por comprobar, un tesoro inapreciable que nos facilita el camino a seguir” J. M. Sánchez Ron

1. Introducción

La violencia contra las mujeres es firme y persistente. El acoso, los malos tratos, la violación, el asesinato de la mujer y, en algunas ocasiones, de sus propios hijos son enconadamente resistentes. Consecuencia de que la violencia de género tiene una naturaleza estructural, no individual, y se produce, en general, en la familia. Es difícil de erradicar ya que se sustenta en la desigualdad entre hombres y mujeres que provocan unas relaciones de poder donde domina lo masculino frente a lo femenino. Se manifiesta, de forma mayoritaria, en el ámbito privado e íntimo. Esta violencia no ha comenzado en nuestro presente. Se ha producido a lo largo de la historia en las sociedades patriarcales.

En la actualidad, lo que se ha ocasionado es una concienciación social hacia la manifestación de dicha violencia de género. Una realidad que se ha expresado en la denuncia y repulsa social que provoca una intervención contra los prejuicios, de origen histórico, que conlleva y por la arbitraria desigualdad institucional y estructural que se ocasiona en nuestras sociedades.

Para entender el proceso de sensibilización social contra la violencia machista es necesario conocer el movimiento que ha permitido avanzar hacia una sociedad que se ha propuesto erradicar la violencia contra las mujeres. Un movimiento que fue iniciado en el siglo ilustrado donde unos pocos hombres y, sobre todo, algunas mujeres se propusieron como objetivos alcanzar la libertad

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de las mujeres, la igualdad entre los sexos, la paridad de acción, acabar con los prejuicios y perjuicios evidentes mediante los derechos políticos y civiles estableciendo una misma educación de hombres y mujeres.

Producto de las revoluciones liberales de Inglaterra en el siglo XVII y Estados Unidos y Francia en el XVIII se expande un movimiento basado en la libertad, la igualdad y la fraternidad o solidaridad. Aunque todavía sigamos aspirando a hacerlos realidad, fue en estos momentos cuando se inicia el largo camino que llevará a la igualdad entre mujeres y hombres mediante la lucha iniciada por las feministas2. Este es el proceso que vamos a analizar aquí.

El movimiento feminista, según J. Sisinio Pérez Garzón, ha tenido tres fases: el ilustrado, el sufragista y el contemporáneo. Cada uno de ellos ha mostrado distintas reivindicaciones y métodos para llevarlas a cabo. Su importancia histó-rica viene determinada por ser “un movimiento de transformación sociopolítica y cultural que promueve el cumplimiento efectivo del principio de igualdad de todas las personas, lo que conlleva que democracia y feminismo se exigen mutuamente para construir una sociedad basada en la igualdad de todas las personas y como reto para abolir cuantas desigualdades se han acumulado históricamente en las instituciones, en las mentes y las realidades de nuestro presente” (Pérez Garzón, 2011: 11-17).

Nuestra intención, por tanto, es definir el largo proceso de concienciación, femenina y feminista, y la reivindicación a favor de los derechos de la mujer al mismo nivel que los del hombre que llevará, en nuestros días, a la denuncia de la violencia de género.

2. Invisibilidad histórica de las mujeres

Hasta tiempos recientes, la historia no se ha preocupado de analizar y dar a conocer la experiencia de las mujeres, tanto pública, porque estuvo marginada de la actividad política, como privada porque, en general, era tutelada por los hombres vinculados a ella en el marco familiar, padre, hermanos o marido. Las actividades públicas tuvieron prioridad en la investigación histórica. La vida privada fue excluida del análisis histórico “lo que implicó que se ignoraran instituciones y procesos del ámbito privado en el que el papel de la mujer es central y relevante” (Serna Vallejo, 2015: 67).

La propia Inés Joyes (1731-1808) apreciaba esta invisibilidad y silencio sobre las acciones femeninas cuando escribía en 1798 que “como los hombres están mas expuestos al teatro del mundo, salen á la luz muchas acciones suyas

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que aunque en las mugeres las hay igualmente heroycas, como no interesan al público, quedan sepultadas en el olvido” (Joyes y Blake, 1798: 188).

La historia de las mujeres y su presencia en la historiografía ha tenido significativas consecuencias, pues “ha provocado cambios muy importantes en la historiografía en general, dando paso a percepciones distintas de la naturaleza de lo cultural, ampliando este ámbito conceptual extraordinariamente y, sobre todo, reevaluando la relación de los actores sociales con el poder, incluso reconsiderando profundamente este mismo concepto”. Se trata, pues, de un conocimiento histórico encuadrado en la ciencia con su objeto: las mujeres, y su método: el género y ha conseguido tener un carácter individualizado y propio. Así, “basada en la idea, francamente reciente, de que existe una igualdad entre hombres y mujeres, e inspirada directamente en las filosofías y los enfoques feministas del siglo XIX ya fuesen éstos de trasfondo ilustrado o liberal-democrático, la historia que tiene a las mujeres como protagonistas (como objeto y/o sujeto) va a revelar también de manera directa, y en toda su hondura, la incidencia de los cambios que la modernidad ha ido desencadenando en la vida social, en la legislación, la economía y la política, así como en las ideas y formas de comprensión del mundo” (Hernández Sandoica, 2004: 29-30).

En este reciente proceso de integración científica de la historia de las mu-jeres se ha producido la conceptualización de género como el elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen a los sexos y como una forma primaria de relaciones significativas de poder. Este concepto nos permite situar, en términos sociales y de poder, las relaciones entre los sexos y así poder articular específicamente esas relaciones sociales con el todo social. El término género, en definitiva, “forma parte –nos dice Joan W. Scott– de una tentativa de las feministas contemporáneas para reivindicar un territorio definidor específico, de insistir en la insuficiencia de los cuerpos teóricos existentes para explicar la persistente desigualdad entre mujeres y hombres”. Los cambios en la organización de las relaciones sociales corresponden siempre a cambios en las representaciones del poder donde se encuentran los símbolos culturalmente disponibles, los conceptos normativos que se manifiestan en nociones políticas e institucionales, entre otras, y la construcción de la identidad subjetiva, ya sea personal o colectiva (Scott, 1990: 43-47). El género “también se refiere a las diversas y complejas maneras en que las diferencias sociales entre los sexos adquieren significación y se convierten en factor estructural en la organización de la vida social. Una investigación desde una perspectiva de género tendrá en cuenta: el estudio de la construcción social de esas diferencias; sus consecuencias para la división, entre hombres y mujeres, de poder, influencia, estatus social y acceso a los recursos económicos; su impacto en la producción de conocimiento, ciencia y tecnología y, por extensión, cómo estas diferencias mediatizan el acceso y la participación en su producción” (Birriel Salcedo, 2005: 51). En definitiva, ha desarrollado metodologías que han dado lugar a un conocimiento más profundo de la historia de las mujeres desde la

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antigüedad hasta nuestros días, descubriendo el enorme silencio al que ha sido condenada la mujer en la historia.

Entendemos, desde este nuevo marco de comprensión, que para abordar la violencia de género, se debe partir del pensamiento feminista que aporta la Ilustración y los movimientos liberadores que abrieron las revoluciones americana y francesa, lo que hizo que se cuestionase, por primera vez, el modelo femenino patriarcal con el que se habían organizado las sociedades occidentales desde la antigüedad y partimos, con Celia Amorós, de “la reconstrucción histó-rica de las relaciones del pensamiento feminista con la Ilustración y las implicaciones teóricas que de forma más inmediata se derivan de esta reconstrucción conforman una base, creo, lo suficientemente consistente como para enfrentarnos con los nuevos retos del pensamiento feminista contemporáneo: la multi-culturalidad, las nuevas tecnologías, los fundamentalismos, la feminización de la pobreza y las relaciones entre género y desarrollo…” (Amorós, 1997: 9-10).

3. El campo de las ideas: la ilustración

Desde la Antigüedad hasta la primera Modernidad nos han llegado voces de mujeres que destacaban en su tiempo por su inteligencia o por su alta posición en las estructuras de poder generando admiración o repudio. Pero los inicios de la reivindicación de la igualdad entre mujeres y hombres los encontramos en la Ilustración, a partir de una serie de cambios de los comportamientos sociales que comenzarían, principalmente, con el Renacimiento. En el siglo XVIII se inicia la vindicación de las mujeres para ser sujetos de derechos y libertades y se produce, en términos de Norbert Elias, un proceso de civilización (Elias, 1989), que pone la base para el desarrollo del feminismo que se da a partir del siglo XIX en el mundo occidental.

También debemos acentuar que la respuesta social, política y jurídica que se está dando a la violencia...

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