La relación entre el gobierno corporativo y la solidaridad

AutorEdison Paul Tabra Ochoa
Cargo del AutorDoctor y Master en Gobierno y Cultura de las Organizaciones por la Universidad de Navarra, España
Páginas107-138

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1. Ideas previas

La existencia de un vínculo entre la solidaridad y el gobierno corporativo plantea un interesante reto. En primer lugar, la inclusión de la solidaridad dentro de los principios o reglas éticas que dirigen el comportamiento de los integrantes de la empresa es posible. Al respecto, la doctrina del gobierno corporativo no suele indicar los principios que la componen, en tanto que sus normas suelen estar encaminadas a promover la transparencia de las actividades de los órganos directivos, la participación de los demás integrantes de la empresa y la seguridad de los intereses de los inversionistas, trabajadores y directivos principalmente.

De este modo, la solidaridad puede incluirse en los lineamientos del gobierno corporativo si es capaz de desempeñar un papel trascendente en sus nociones y si sus fundamentos teóricos garantizan una mayor transparencia, confianza y seguridad a todos los que poseen algún interés en la empresa. De realizarse esto, los fundamentos del gobierno corporativo, influenciados por la solidaridad, podrían constituirse en una propuesta firme para la solución de la crisis de la empresa.

2. El rol de la solidaridad en la empresa

Aunque sin mencionarla, la solidaridad ha influido en el trabajo de la empresa. De manera externa, ha intervenido por medio de las políticas que el Estado dicta para garantizar el bienestar de la población, promover la actividad económica o los programas de reivindicaciones de los sindicatos. De forma interna, ha participado en los programas de mecenazgo o responsabilidad social corporativa.

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2.1. El rol tradicional

Para encontrar y comprender el rol de la solidaridad es preciso entender el contexto de su aplicación en la historia de la empresa. Esta ha estado presente como idea desde que el hombre decidió explotar la naturaleza para obtener un beneficio individual y grupal. Desde la época antigua con los comerciantes fenicios, pasando por la compañía inglesa de las Indias Orientales hasta las modernas sociedades comerciales de la actualidad, la empresa ha protagonizado un rol importante en la vida política y económica de los Estados. Dicho roles incluye desde los recursos económicos en los presupuestos de los gobiernos hasta los instrumentos de transmisión de la cultura de un país.

El ejercicio de la actividad empresarial, el trabajo de sus órganos de gobierno y su influencia en la sociedad han suscitado una discusión permanente en los sectores intelectuales. Así, desde la perspectiva capitalista, la empresa es un instrumento de creación y transformación de la riqueza, necesaria para su redistribución en la sociedad y que requiere de libertad para el ejercicio eficiente de su actividad. Por su parte, los socialistas la consideran como el brazo económico del Estado, indispensable en la obtención de riquezas, que posteriormente deben ser redistribuidas a los trabajadores y al pueblo en forma igualitaria.

A lo largo de la historia, estas posiciones ideológicas han sido usadas repetitivamente en la historia económica de los países, adaptándolas a la realidad económica, social o tecnológica de los dos últimos siglos. Por ello, este tiempo ha estado marcado por la lucha o debate constante entre la libertad capitalista (o liberal) y la igualdad socialista (o intervencionista)1. Estos conceptos de igualdad y libertad provienen de las ideas de la Revolución France-sa, la cual influyó e influye en la sociedad actual, alimentando el debate sobre la labor de la empresa, sociedad o corporación. Sin embargo, hay un tercer elemento olvidado intencionalmente por ambas tendencias: la fraternidad2.

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Los postulados de los revolucionarios franceses manifestaban que los ciudadanos integraban la sociedad sin ningún tipo de diferencia entre ellos o ante el Estado, de modo que podían desempeñar sus actividades económicas según el ejercicio de su libertad. De acuerdo con estas ideas, las empresas se creaban para participar en el mercado en igualdad de condiciones y desempeñaban su actividad económica según el libre juicio del empresario.

De este modo, la libertad de ejercicio de la actividad económica y la igualdad de las condiciones eran los requisitos económicos que las empresas debían reunir para acceder al mercado. Y, a su vez, era el mercado el que evaluaba y juzgaba su trabajo, recompensándola con las ganancias necesarias para su existencia económica o, en caso contrario, determinando su salida por medio de la quiebra. Sin embargo, el mercado y las empresas olvidaron que la práctica de la «selección natural» darwinista no considera el elemento humano3. Detrás de las empresas insolventes, hay hombres, mujeres y familias que son incapaces, voluntaria o involuntariamente, de «reasignarse» en otro sector económico, tal como la teoría de la «mano invisible» de Smith proclamaría4.

Esto significaba la primacía de la noción de libertad en la realidad económica, mientras el concepto de «igualdad» estaba sujeto a la condición ideal de la persona, mas no a su condición material5. Los Estados tenían como misión cautelar el ejercicio de las libertades de sus ciudadanos, mas no las condiciones de igualdad en su práctica. Así, las empresas contaban con la libertad de emplear personas y estas con la libertad de aceptar o negar su contratación. Sin embargo, la igualdad ideal prevista por los revolucionarios franceses no se concretó debido a la desigualdad existente entre los titulares de la empresa y los demás actores de la sociedad, pues el «poder económico» de los primeros (resultado de la titularidad del factor de producción «capital») les permitió también obtener la titularidad de los recursos natura-

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les6. De esta manera, la posesión del capital y la libertad para administrarlo crearon la desigualdad económica y material del empresario con respecto a los demás, porque este podía escoger el tipo de factor (recurso natural o trabajo) necesario para producir riqueza económica. Mientras tanto, el resto de personas sin capital (trabajadores u obreros) restringía su libertad a la aceptación o rechazo de las condiciones impuestas por el titular del capital y los recursos económicos.

Ante esta realidad, la dialéctica hegeliana se impone: frente a la primacía de la libertad capitalista surge la postura de igualdad expuesta por el socialismo. En este sentido, el pensamiento empresarial de Marx propone la apropiación estatal de los factores de producción capital y recursos humanos para garantizar su igualdad con el factor trabajo. Esta equivalencia de los factores solo se logra trasladando las plusvalías de manos del burgués a las del factor trabajo. Para garantizar esto, el Estado adquiere el rol de administrador de los recursos de la empresa y, por ende, su titularidad. En términos económicos, asume el rol de «empresario» con el objetivo esencial de garantizar la igualdad entre los factores de producción, mientras la obtención de utilidades adquiere una importancia secundaria. El bienestar y la riqueza económica de la sociedad descansan, entonces, en la igualdad por encima de la libertad7.

Pero esta situación ideal de Marx creó un serio problema de sobredimensionamiento de la empresa y de exceso de atribuciones estatales. Como consecuencia, el Estado fue incapaz de ejercer dichas funciones o las realizó ineficientemente. Como formas de expresión de este tipo de gobierno, se crearon políticas de protección a las empresas estatales o locales, restricción al ingreso de nuevos competidores y desincentivo a la libre competencia8.

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La causa de esta situación radica en el proceso de interacción entre los factores de producción. Al respecto, su análisis lleva a una conclusión interesante: la primacía de la igualdad disminuye el grado de la libertad necesaria que requiere el empresario para actuar al margen de los intereses de cualquiera de los factores de producción, pero el exceso de libertad limita la igualdad. En resumen, la historia nos muestra la confrontación constante de estas dos ideas con acepciones y grados de influencia de acuerdo con el contexto económico y social de los Estados. En dicha confrontación, al parecer, no existe un medio que regule adecuadamente la aplicación de estas concepciones totalmente opuestas, pero a la vez necesarias para el cumplimiento del rol de la empresa.

Los mismos pensadores de la Ilustración se percataron de este inconveniente y otorgaron a la fraternidad dicha función reguladora. En paralelo con su desarrollo, aparecieron las ideas de confianza y unidad, las cuales, posteriormente, están presentes en el concepto de solidaridad9. Así, la fraternidad debía constituirse en el mecanismo puente que unía armoniosamente libertad e igualdad10. De acuerdo con esta creencia, el ideal de la empresa era la búsqueda de la unidad entre los factores de producción (empresarios y trabajadores), sobre la base de los lazos de ciudadanía, para la creación...

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