Problemáticas y contexto en el que se sitúan

AutorAlmudena Alameda Cuesta
Páginas29-40

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Sobre los procesos de hiperfrecuentación-somatización

Para comenzar nuestro análisis sobre el discurso médico, debemos centrarlo en la problemática que ya hemos empezado a describir: las frecuentes demandas de algunas pacientes que consultan por sintomatología inespecífica y sin un sustrato orgánico claro. Para ello, es imprescindible tratar de esclarecer una categoría a la que los profesionales de la salud recurren con frecuencia para referirse a este tipo de pacientes, el hiperfrecuentador.

Si algo podemos decir con claridad es que no hay ningún criterio claro (ni objetivo) para definir qué es un paciente hiperfrecuentador. Esta categoría condensa una serie de imágenes y características muy dispares y difícilmente estandarizables. De hecho, ni siquiera las aproximaciones cuantitativas al concepto (una persona hiperfrecuentadora sería la que acude más de un determinado número de veces al año a consulta médica), que parecerían las más sencillas, resultan homogéneas. En la literatura científica aparecen múltiples cifras de referencia para intentar delimitar a quiénes se considera pacientes hiperfrecuentadores: los que han acudido más de 6-12 veces a consulta en el año de estudio (Arroyo et al. 1998; Rodríguez et al. 2003; Savageau et al. 2006; Jiwa 2000), aquellos cuyo número de consultas se sitúa por encima del percentil 75 respecto a la distribución general de la población (Llorente et al. 1996; Muñoz Baragaño et al. 1996), los que han consultado al menos el doble de veces que la media para su franja de edad (Hodgson et al. 2005; Arroyo et al. 1998)

Por otra parte, parece que la frecuencia numérica no sería el único factor que debería tomarse en cuenta; otros autores incorporan, además del número de consultas, el juicio médico como elemento para definir esta categoría. De este modo, la persona hiperfrecuentadora no sólo sería la que acude más de un determinado número de veces a consulta médica, sino la que lo hace sin una causa de suficiente relevancia clínica o, al menos, así es percibido por su médico. Ahora bien, la forma de determinar qué procesos justifican la demanda de consulta médica varía de unos estudios a otros. En un extremo, tendríamos el trabajo de Scaife et al (Scaife et al. 2000a), en el que se toma como indicador la definición de la severidad de la enfermedad utilizada por el Royal College of General Practitioners del Reino Unido15. En el otro extremo, tendríamos otros trabajos que utilizan directamente la opinión particular de cada médico para seleccionar a aquellos pacientes que, siempre según su médico, acuden más que

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la mayoría, son especialmente "difíciles" (Jiwa 2000; Matalon et al. 2002), y/o consultan por motivos "no significativos clínicamente"(Hodgson et al. 2005).

Esta incorporación del criterio clínico, aún en las fórmulas con mayor apariencia de neutralidad, no deja de ser un modo de incluir la subjetividad del médico en la definición del fenómeno. Y es que sólo podremos comprender la hiperfrecuentación si nos aproximamos a ella desde el contexto de la relación médico-paciente (Neal et al. 1996). Este planteamiento tiene mucho sentido, ya que el considerar la hiperfrecuentación una categoría relacional, que se construye en el seno de la interacción social entre sujetos situados en un determinado lugar de la estructura social, vinculados en un determinado dispositivo institucional (en nuestro caso, el Centro de Salud), nos va a permitir mantener la tensión sociosubjetiva a la que nos referíamos en el capítulo anterior. Así, los procesos de hiperfrecuentación van a ser la problemática a partir de la cual analizar las formas de apropiación que unos sujetos particulares realizan de eso que venimos llamando el discurso médico.

Aunque la bibliografía sobre hiperfrecuentación resulta poco precisa en este punto, en general, podemos decir que se tiende a considerar pacientes "difíciles" o "problemáticos" a aquellos cuyas demandas exceden lo que se considera la genuina labor del médico, es decir, el diagnóstico y terapéutica de patologías con un sustrato orgánico objetivo. Entra en juego entonces otra categoría diferente, que tiende a funcionar como cajón desastre en el que se deposita todo aquello difícil de manejar según las premisas del modelo biomédico: lo psicosomático o psicosocial. Toda una serie de malestares físicos (dolores de cabeza, osteomusculares, cansancio, problemas para dormir, dolor de estómago...) para los que no se encuentra explicación orgánica son reinterpretados por los profesionales de la medicina como síntomas que hablan de una problemática psicosocial y ajena, por tanto, a lo que sería su campo de actuación. Esta conclusión coloca automáticamente fuera de lugar tanto al paciente como al médico: al paciente porque deslegitima su demanda, no es un enfermo real; al médico porque no puede proporcionar ni un diagnóstico ni un tratamiento eficaz para enfermedades inexistentes, no puede cumplir con su razón de ser. Al no ver resuelta su demanda y no tener ningún otro lugar donde depositarla, el paciente tiende a repetirla una y otra vez, se convierte en un paciente hiperfrecuentador. De este modo, hiperfrecuentación y somatización, aparecen combinadas de forma compleja, generando una problemática poliédrica capaz de hacer visibles los procesos de re-construcción recíproca y retroalimentada de los sujetos y de lo social.

Volviendo a la literatura sobre la hiperfrecuentación, debido a la variabilidad en la definición de la categoría y en las aproximaciones metodológicas de los diversos estudios, tampoco podemos hablar de un perfil cerrado a la hora de referirnos a los pacientes hiperfrecuentadores. En la revisión bibliográfica realizada por Vedsted y Christensen (Vedsted, y Christensen 2005) se plantean las siguientes características a partir del análisis

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de 61 artículos, aunque los autores recomiendan ser cautos con estos resultados, debido a la heterogeneidad de los estudios antes citada:

- El sexo femenino y la edad elevada estarían asociados con la hiperfrecuentación, aunque algunos estudios muestran que el mayor porcentaje de hiperfrecuentación se da en menores de 65 años.

- Más del 50% de los pacientes definidos como hiperfrecuentadores padecen algún tipo de enfermedad física.

- Más del 50% sufren niveles altos de malestar psíquico.

- Más del 50% tienen algún tipo de condicionante o problemática social (bajo soporte social, paro, dedicación exclusiva al trabajo doméstico, divorcio, familia disfuncional...)

- Más del 30% combinan los tres problemas anteriores.

Aunque con las mismas limitaciones metodológicas, las características de la persona hiperfrecuentadora descritas en la literatura española serían:

- Mujer, entre 51-59 años (Rodríguez et al. 2003; Llorente et al. 1996; Muñoz Baragaño et al. 1996; Varela Ruiz, F. J. 2000).

- Ama de casa (Llorente et al. 1996).

- Bajo nivel de estudios (Rodríguez et al. 2003; Llorente et al. 1996; Muñoz Baragaño et al. 1996; Varela Ruiz, F. J. 2000).

- Pertenencia a una familia nuclear (Rodríguez et al. 2003; Llorente et al. 1996; Muñoz Baragaño et al. 1996; Varela Ruiz, F. J. 2000).

- Con alto grado de malestar psíquico (Rodríguez et al. 2003; Llorente et al. 1996; Muñoz Baragaño et al. 1996; Varela Ruiz, F. J. 2000). Dada la importancia que los factores psicosociales parecen tener en la hiperfrecuentación, y la dificultad de los profesionales sanitarios para manejar este tipo de condicionantes, no es extraño que estos pacientes resulten problemáticos para los médicos. Así, nos encontramos con que no sólo son catalogados como hiperfrecuentadores o somatizadores, sino también con otros calificativos que hacen referencia a la experiencia del médico en su relación con...

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