En los orígenes de la comparación jurídica: la correspondencia de Carl Joseph Anton Mittermaier

AutorEsteban Conde Naranjo
Páginas263-287

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    El texto fue publicado originalmente como "Alle origini della comparazione giu-ridica: i carteggi di Carl Joseph Anton Mittermaier", La comparazione giuridica tra Otto e Novecento, Milano, Istituto Lombardo di Scienze e Lettere, 2001 (N.del T.)
  1. No se me oculta que el título elegido para mi escrito puede sugerir la idea de una contribución excéntrica o meramente erudita al tema propuesto*: la formación del derecho comparado en el siglo XIX. Para quien dirija su atención exclusivamente al precipitado formal de las disciplinas -es decir, a la definición de las doctrinas en sus diversas sumas y contraposiciones- difícilmente podrá una correspondencia revelarle novedades decisivas frente a cuanto resulte del estudio de las monografías, de los tratados, de la "alta" producción comúnmente examinada por los historiadores del derecho. Las cartas a las que me refiero, no carentes, de todos modos, de elementos de cierto relieve también desde ese punto de vista, parecen periféricas respecto a la exposición más exhaustiva y orgánica de un texto especializado entregado por su autor a la imprenta. Resultan "externas", en todo caso, para quien quiera continuar sirviéndose de la distinción, de origen leibniziano, entre "historia interna" e "historia externa" del derecho, comprendiéndose en la primera el desarrollo de las construcciones técnicas, de los "dogmas" e "instituciones", en la segunda los factores de naturaleza social, política e intelectual que han intervenido en la producción de cambios. Con las noticias que contienen, las cartas pueden parecer útiles para obtener detalles minuciosos sobre personajes y ambientes, sobre las condiciones y cronologías de un escrito o las circunstancias de una

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    disposición normativa, pero mucho menos para establecer interpretaciones jurídicas. Y aunque ese tipo de información constituye a menudo el fruto de una fatigosa investigación de archivo y es el fundamento positivo de todo historiador escrupuloso, el jurista tiende a dedicarle una mirada casi siempre distraída.

    Para quien considere, en cambio, que el derecho es una estructura cultural, un sistema de representaciones y prescripciones entrelazado con otros sistemas sociales, y que el saber relativo al mismo equivale a la construcción de un espacio discursivo desde el cual y en el cual adquieren significado nociones y conceptos, un epistolario puede reservar no pocas sorpresas.

    El discurso científico sobre el derecho se constituye en la articulación entre esfera individual y esfera colectiva, como resultado de una pluralidad de prácticas y de textos que las describen, de escrituras y de lecturas, de transferencias recíprocas y de acumulaciones por imitación o diferencia. Las elaboraciones individuales presuponen una trama de lenguajes y significados, un campo de valores, ideologías y usos compartidos por la colectividad y especificados por la comunidad de expertos, del que dependen las reacciones y la determinación del sentido de interpretaciones y análisis subjetivos. Éstos se convierten en saber científico -o sea, en un saber público más o menos extendido- en la medida en que se inscriben en el sistema social de comunicación de conocimientos al que cada texto se remite, contribuyendo a instituirlo y a modificarlo, pero por el que se ve a su vez sometido a sobredeterminaciones no siempre explícitas, ni siempre deducibles de su gramática interna.

    Las doctrinas y disciplinas no nacen de las "verdades" contenidas en una secuencia del "pensamiento" que se transmite de mente a mente, de libro a libro, no se generan con la creación de una idea entregada a un texto y de éste a un lector, sino con el cruce de los enunciados en los puntos neurálgicos de un circuito comunicativo que gobierna su producción y recepción. Se forman con las elaboraciones de la experiencia a varios niveles: manuales, escritos teóricos, divulgaciones, contribuciones aplica -tivas e instrucciones prácticas, explicaciones orales, conversaciones. Cada uno de estos textos -sus afirmaciones e intenciones- se hace efectivo en la apropiación que de él lleva a cabo el lector, el oyente, el público, actualizando así su potencialidad. La elaboración, la apropiación y la construcción de sentido, que se efectúan en la intersección entre el "mundo del

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    texto" y el "mundo del lector"1, dependen de categorías, de criterios de clasificación, de creencias y mitos propios de la esfera pública de un lugar y una época; están internamente conectadas con el universo simbólico de una determinada "cultura"2.

    Para entender el fundamento de una ciencia es preciso entonces individualizar no sólo las ideas y teorías, tampoco únicamente las referencias intelectuales o, en general, históricas, que han consentido su nacimiento y vitalidad, sino también los mecanismos de funcionamiento de la entera estructura a la que aquélla pertenece, la dinámica de las formas e instituciones que organizan la producción discursiva y su posible comprensión.

    Desde una perspectiva semejante, la correspondencia científica puede revelarse fuente preciosa. Puesto que nace en la esfera privada pero tiende constitutivamente a desbordarla, a proyectarse hacia el exterior, dando vida a una discusión entre diferentes sujetos que, por tanto, se coloca en la frontera entre lo privado y lo público, refleja en su juego móvil de espejos las tensiones que agitan la "mentalidad" general, y se sitúa como tejido conectivo entre los distintos tipos textuales en que se articula la elaboración de la experiencia. Por ejemplo, en apenas unos pocos folios, intercambiados apresuradamente, puede referir una declaración expresada a viva voz, la reacción de los oyentes manifestada con gestos de exclamación, el relato efectuado por un periódico, los documentos oficiales que la han precedido, las tesis teóricas que la justifican... Son formas textuales que normalmente se presentan con distintas construcciones, portadoras además en cada caso de la afirmación de un punto de vista exclusivo.

    En efecto, la carta -ese "delicioso producto" de los seres humanos y de la vida civilizada3- es un medio de comunicación altamente versátil y adecuado a las más variadas funciones. Y si bien hoy muchas de sus típicas virtudes expresivas son ya muy raramente utilizadas, debido a la

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    amplia disponibilidad de nuevos instrumentos ofrecidos por la tecnología que favorecen contactos más cómodos y directos, aunque "sin arte y sin gracia", en el pasado tuvo una eficacia insustituible, por las características que le son propias en cuanto género literario4 y que hicieron de ella durante siglos -con diversa amplitud y diversas modalidades en cada época- un vehículo esencial de las relaciones sociales.

    Como momento de un intercambio dialógico que sustituye al coloquio oral, que pretende incluso imitar a éste, fingidamente, siendo sin embargo profundamente diferente, pues, al contrario que aquél, tiene una existencia material más duradera y una mayor densidad, proporcional a la mayor complejidad y 'definitividad' consentidas o impuestas por la redacción escrita, la carta no sólo contiene las convicciones y reflexiones personales del remitente, sino que las proyecta "para alguien", las liga estrechamente a un destinatario particular formulándolas idealmente bajo su mirada, según un código común de referencia. Su naturaleza es intrínsecamente dual: interioriza, por así decirlo, expectativas, preguntas y réplicas de su lector, presupone una reciprocidad y no existe sin el otro, que aguarda o solicita. Pertenece tanto al que la envía como al que la recibe, por los tonos y temas que definen su perímetro. Su misión principal consiste en lanzar un puente sobre el intervalo que en el tiempo y en el espacio separa a los correspondientes, en ofrecerse como "lugar de una auténtica puesta en presencia intersubjetiva"5.

    Dejamos de lado, por simplificar y pese a que merezcan también numerosas consideraciones, los mensajes de mera routine de la burocracia y los negocios, redactados según un formulario estereotipado y a menudo jergal. Normalmente las cartas privadas más exigentes no se contentan con "hacer saber" alguna noticia. Mediante una pluralidad de señales lingüísticas que surcan la superficie narrativa, se esfuerzan por "hacer ser" a los interlocutores, de acuerdo con el hábito propio de la relación entre ambos: son un "llamamiento" a compartir posiciones, experiencias, tal vez simplemente un estado de ánimo. Funden así dos identidades al mis-

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    mo tiempo: la de uno mismo, quien escribe, y la del otro; el yo y el tú (o el usted), protagonistas del teatro epistolar que pone en escena una ausencia como 'copresencia'. Con ese fin simulan el diálogo en lo que de hecho es monólogo, disciplinan con las metáforas de una imaginaria proximidad el aplazamiento efectivo del intercambio, enmascaran con la retórica de la espontaneidad y la inmediatez el artificio y el lapso. Configuran, en definitiva, una típica "situación de interlocución", que introduce en el juego de la invención expresiva las convenciones relativas al grado y cualidad del vínculo activado, las reglas de las buenas maneras y del gusto, el ritual social dictado por las circunstancias.

    Con las convenciones, las cartas incorporan también el "contexto" externo, sintetizado en los cánones propios del género y confirmado por las señales de pertenencia al circuito de una familia, un grupo, una clase. Antes incluso que el contenido, son los atributos materiales y estéticos de la misiva, su aspecto "figural" de imagen escrita -el papel, la grafía, los ornamentos o los símbolos de distinción- y las fórmulas estilizadas de exordio y conclusión, los que declaran ya el registro de la conversación, el tiempo y el lugar, el ambiente de los correspondientes y su ubicación en las jerarquías socio-culturales. Por otro lado, el contenido, por muy confidencial que pueda parecer, es un informe revelado documentalmente sobre situaciones y acontecimientos que, sin...

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