Algunas notas sobre las teorías explicativas de los flujos migratorios y la multidimensionalidad del hecho migratorio.

AutorSusana Álvarez González
Cargo del AutorProfesora Asociada de Filosofía del Derecho. Universidad de Vigo
Páginas11-27

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La inmigración se ha convertido en la actualidad en un fenómeno social de primer orden. En las dos últimas décadas se ha producido un notable incremento de la población extranjera en el Reino de España. Este incremento hay que situarlo, no obstante, en el contexto internacional y comunitario, siendo novedoso únicamente en el caso español el hecho de que España ha pasado de ser un país de emigración a ser un país de inmigración.

El primer problema en el estudio de la inmigración consiste en conocer su magnitud; cuestión que resulta dificultosa, especialmente si se tiene en cuenta que únicamente existe certeza sobre el número de extranjeros en España con tarjeta, autorización de estancia o permiso de residencia1. Las estadísticas para el estudio de las cifras de migraciones resultan así poco fiables y difícilmente contrastables.

Son numerosas las teorías que explican las corrientes migratorias, motivadas por una pluralidad de factores, entre los que pueden situarse los políticos (migraciones generalmente involuntarias derivadas de conflictos políticos, migraciones como opción de salida de un sistema político, etc.), sociales (migraciones con finalidad de cambio de posición social o estatus, como estrategia familia, etc.) o económicos (entre estas, las decisiones individuales fundamen-

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tadas esencialmente en la búsqueda de un mayor bienestar o las necesidades laborales en los países de destino).

Resulta, por tanto, imposible desligar las teorías explicativas de los flujos migratorios de las causas que los motivan. Las teorías explicativas de los flujos migratorios pueden reconducirse a dos bloques generales: aquellas que detienen su estudio en los determinantes de la inmigración y aquellas que centran su análisis en los efectos que ésta tiene para el país receptor2. Se trata de un fenómeno multicausal que puede ser abordado desde numerosas ópticas, que se solapan y enlazan cuando se trata de dar respuesta al porqué un ciudadano de un tercer país lo abandona para entrar y permanecer en otro.

En la actualidad prevalecen las teorías explicativas del fenómeno migratorio de fundamento económico, esto es, centradas en los motivos económicos de las migraciones y directa o indirectamente relacionadas con dualidad desarrollo-subdesarrollo, países del Sur y del Norte3. Entre los motivos más reiterados por las citadas teorías pueden citarse, entre otros: la brecha salarial entre países desarrollados y no desarrollados, el aumento de la demanda de trabajo de baja cualificación y baja retribución, la diferencia en los niveles de renta entre países o las estrategias económicas familiares. Se trata desde esta óptica de dar una respuesta al porqué del desplazamiento de una persona de un país a otro.

Evidentemente, junto a estos planteamientos económicos, persisten teorías centradas en causas geográficas, sociales y políticas. Estas últimas presentan especial relevancia ante los nuevos conflictos políticos que se están produciendo en la actualidad.

No obstante, el fenómeno de las migraciones no sólo ha de ser abordado desde teorías explicativas centradas en las causas que justifi-

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can el desplazamiento de extranjero desde su país de origen, sino que también ha de ser tratado y analizado desde la óptica del país que recibe la inmigración. La visión económica de las causas del fenómeno migratorio también persiste si se analiza el fenómeno desde la sociedad receptora, habida cuenta la consideración de la inmigración en los países receptores como fuerza de trabajo, desde una óptica económico-laboral.

Consecuencia de esta visión economicista de la llegada de los flujos migratorios es el hecho de que, si bien desde hace tiempo los expertos han señalado el creciente envejecimiento de la población y, por tanto, han intentado abordar la explicación del fenómeno migratorio desde las causas demográficas, los distintos países de la Unión Europea y ésta en su conjunto siguen considerando la inmigración como una necesidad económica, aunque ésta se derive del envejecimiento de la población, del descenso de la población activa, del aumento de costo de las prestaciones sociales o de la escasez de fuerza de trabajo en algunos sectores4.

Es por ello que puede afirmarse que si bien determinados aspectos como la proximidad geográfica o los disturbios políticos son causa de los desplazamientos migratorios, son sin duda los factores económicos los que como regla general los provocan, en particular las oportunidades económicas y laborales que ofrece el país receptor.

De ahí que la dirección de estos flujos varíe en función del crecimiento económico y de la demanda de mano de obra. Así, por ejemplo, si bien en Europa a finales del siglo XIX y en el siglo XX en un primer momento, la emigración se dirigía a las antiguas colonias o a América, entre los años cuarenta y ochenta cuando se abre la historia migratoria más reciente, se produce un cambio de destino. En la segunda mitad del siglo XX Europa se convirtió en una zona de recepción de inmigración. Se produjo una inversión de los movimientos migratorios vinculados a las trasformaciones económicas, sociales y políticas de Europa.

En relación con estos flujos migratorios hacia Europa pueden diferenciarse cuatro etapas o períodos5. El primero, desde el año 1950

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a los primeros años de los setenta. Tras la Segunda Guerra Mun-dial en los países europeos más desarrollados se produce un rápido crecimiento industrial acompañado de una demanda de mano de obra. La inmigración de trabajadores constituyó el flujo más importante: hombres jóvenes y ocupados de manera prioritaria en el sector industrial. Únicamente los países más desarrollados indus-trialmente fueron receptores de los flujos migratorios. De hecho, sólo los países del centro y norte de Europa se transformaron en receptores. Por el contrario, los países del sur de Europa, la llamada Europa mediterránea sigue la pauta contraria. Grecia, Italia, Portugal y España siguen considerándose en esta época como países de partida y no de llegada de personas. Entre las causas de este cambio pueden citarse, la proximidad geográfica, el carácter poco selectivo de la inmigración que se demandaba en Europa o las buenas oportunidades laborales que ofrecían los sectores urbanos de estos países6. Junto a estas migraciones de trabajadores conviven los desplazamientos derivados del proceso de descolonización y los derivados de los movimientos de refugiados.

En una segunda etapa, que puede datarse entre los años 1973 y 1982, tanto la llegada de flujos migratorios como su recepción estuvo condicionada por la crisis económica de los años setenta con repercusión en el sector industrial. Fueron adoptadas en este periodo numerosas medidas cuya finalidad principal era frenar o restringir la llegada de flujos migratorios. Estas medidas se complementaron con aquéllas tendentes a incentivar el retorno de los inmigrantes residentes7.

La tercera etapa puede situarse entre los años 1983 y 1992, en los que se produce una recuperación económica. Dicha recuperación provoca de nuevo un incremento de la inmigración en los antiguos países receptores. La nota característica de este período es que los denominados países mediterráneos de la Unión pasan a ser países de inmigración y no de emigración. Durante esta etapa también

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son numerosos los movimientos de refugiados debido fundamentalmente a la caída de los regímenes comunistas de los países del este. Es en este momento cuando el fenómeno migratorio empieza a configurarse como una pieza clave de la construcción de la Unión Europea, lo que afectará a las políticas futuras de los Estados miembros sobre inmigración8.

En último lugar, el cuarto período abarca desde 1993 hasta la actualidad. Se caracteriza por una aceleración de los movimientos migratorios y la feminización de la inmigración. Ya no se trata de una transferencia de mano de obra temporal9, sino de desplazamiento duraderos. El aumento de los flujos ha provocado un intento de control de los mismos, especialmente de los inmigrantes en situación irregular. Con esta finalidad se han adoptado medidas tendentes a rediseñar la política migratoria, tanto en cada Estado como en la Unión Europea en su conjunto.

Es en este último aspecto en el que adquiere importancia el tratamiento jurídico de la inmigración y de los flujos migratorios en el país receptor y la explicación de cómo y en qué sentido se concibe el fenómeno migratorio por la normativa de extranjería. Así, en la actualidad, existe en la mayoría de los Estados un acuerdo respecto a la necesidad de controlar los flujos de entrada. De hecho casi todos los Estados intervienen en el control de los flujos y en la regulación de los movimientos migratorios, siendo únicamente divergentes las posturas políticas sobre qué medidas adoptar y cómo han de aplicarse las medidas de control.

El paso de España de ser un país de emigración a ser un Estado que recibe a inmigrantes ha supuesto una transformación jurídica en el sentido señalado. Esta nueva situación ha influido también en nuestro Ordenamiento jurídico, siendo nuevos también los instrumentos jurídicos relativos a la "gestión del fenómeno migratorio".

En este sentido, de forma previa a la aprobación de la Constitución española de 1978, la regulación jurídica del fenómeno se centraba en emigración, en la salida y en la estancia en el extranjero de ciudadanos españoles. Apenas existía normativa sobre la entrada o presencia de extranjeros en España. La Ley de Emigración de 21

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de julio de 197110regulaba el primero de los fenómenos señalados. Por el contrario, la entrada y permanencia de extranjeros resultaba un hecho anecdótico. Por este motivo su regulación merecía únicamente tratamiento reglamentario a través del Decreto 1870/1968, de 27 de julio, relativo al Régimen de empleo, trabajo y establecimiento11. Esta regulación tiene su explicación en la situación histórica española tras la guerra civil y posterior régimen...

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