Nota del autor

AutorJosé Miguel Andreu
Páginas17-26

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Escribir un libro sensato y coherente sobre la introducción de una cierta racionalidad en el desorden actual referido a algunas materias globales, tales como la paz y la seguridad, el calentamiento global, la distribución internacional de la renta y la riqueza, etc.; o sobre ciertas correcciones políticas y económicas a emprender en Occidente y Europa en las próximas décadas, a fin de encauzar un proceso de cambio económico-estructural que les está resultando desfavorable, no es una tarea fácil. Y no lo es por varias razones.

En primer término porque, con referencia a los problemas económicos actuales de los países occidentales o Países de Alto Ingreso (PAI)1 –sin cuya resolución será más difícil avanzar en otras materias de interés global2– es necesario contar con una base firme de conocimiento sobre su situación y tendencias. Sin embargo, a este respecto, muchos autores y políticos occidentales parecen tener perspectivas un tanto confusas o incompletas sobre las causas de lo que está ocurriendo actualmente en sus economías. Algunos, atribuyen en exclusiva los problemas económicos sufridos, y los que todavía se están padeciendo, a la “Gran Recesión” aparecida en 2008. Otros, más perspicaces, aunque todavía en minoría, atribuyen los problemas económicos de Occidente, y singularmente de Europa, no sólo a la caída cíclica mencionada, sino también, y en mayor medida, “al cambio de los términos competitivos internacionales inducidos por el reciente fenómeno de la globalización3, que han modificado y están modificando la estructura económica internacional. Globalización que ha afectado de modo desigual a los ritmos de crecimiento del PIB, del PIB per cápita, de la Producción Industrial y de las Exportaciones de los distintos bloques económicos,

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favoreciendo apreciablemente a los PIMB4 5. Lógicamente, si el diagnóstico sobre las causas de lo que sucede económicamente hoy en Occidente es aún poco compartido, será imposible llegar a acuerdos sobre las políticas eficientes a aplicar, así como sobre la evolución esperable de los cambios económicos futuros que, coherentes con las tendencias recientes, inducirán finalmente cambios políticos relevantes.

En segundo lugar, porque los autores o entidades comprometidos en la realización de análisis o sugerencias relacionados con la política económica a aplicar, bien a corto-medio plazo o bien a largo plazo6, suelen pertenecer a distintas escuelas de pensamiento económico (keynesianos o neoclásicos, por resumir), lo que les puede llevar a proponer a corto plazo acciones desacertadas o incompletas, o incluso a sugerir iniciativas políticamente peligrosas7. O alternativamente están radicados en diferentes territorios del planeta, cuyo pasado les condiciona sociológica y psicológicamente: a unos, por pertenecer a comunidades ya desarrolladas económicamente (los PAI), un tanto engreídas, distantes y poco solidarias; y a otros, por habitar en países en desarrollo, hasta hace pocas décadas dominados económica y políticamente por el anterior grupo de PAI. Pues bien, la pertenencia a alguno de esos dos bloques geo-políticos también suele propiciar análisis erróneos, basados en posiciones psicológicas

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desequilibradas y poco realistas. En particular, al día de hoy, hay muchos analistas en Occidente que suponen erróneamente que, aunque el Mundo haya cambiado mucho desde 1950 hasta hoy (2018), es poco probable que se produzcan cambios cualitativos significativos en los dominios económico y político en las próximas décadas.

En tercer término, y a menudo de modo no intencional, sucede que muchos autores cualificados –temerosos de pensar libremente– tienden a opinar dentro de los márgenes que sus lectores o colegas podrían aceptar, transformándose así en “mainstreamers”. Ese gregarismo intelectual les impide no sólo ser originales, sino también dar respuestas realmente nuevas8 a los nuevos problemas aparecidos, generados por la Revolución Conservadora9 y por la Globalización adicional instrumentada a partir de los 90, mezcladas ambas con una caída cíclica intensa de la actividad económica, iniciada en EE.UU. y Europa en 2007-2008.

Además de esos mainstreamers, o seguidores de la corriente de pensamiento que ellos consideran “principal”, un observador intuitivo también podría descubrir multitud de autores “no-independientes”, vinculados a intereses regionales o nacionales de ciertos partidos políticos, o a los de ciertas instituciones multilaterales10; autores que no dudan en defender públicamente las posiciones de las instituciones de las que dependen (directa o indirectamente), usando a veces de modo inconveniente “teorías nuevas”11 o viejas, inadaptadas al caso.

Por fin, y en cuarto lugar, ha de subrayarse que muchos economistas tienen alergia a lo prospectivo, es decir a pronunciarse sobre lo que podría ocurrir a medio y largo plazo. En efecto, incluso las instituciones multilaterales más “prestigiosas” tales como el FMI, la OCDE, la Comisión Europea, etc., no suelen ir en sus predicciones macro-económicas más allá de los 18 meses, aunque a veces hagan “análisis históricos” muy elaborados, acomodados a lo sucedido en los últimos 10 años o en el último ciclo económico completo.

Ciertamente, los análisis económico-prospectivos o de largo plazo –que son los que más interesan a la hora de fundamentar las decisiones sobre las inversiones importantes a realizar12, sean estas públicas o privadas, suelen brillar por su ausencia. Y ello al

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ser este análisis prospectivo una actividad profesionalmente mucho más arriesgada que el mero análisis coyuntural en el que se describe lo sucedido económicamente en los últimos años, y lo que se estima “sucederá con los principales indicadores económicos en los próximos 4 o 6 trimestres”. Estimaciones esas a 12-18 meses que, en general y dadas las inercias económico-estructurales subyacentes, solo se desviarán al alza o a la baja (desde sus valores proyectados) en alguna o pocas décimas de punto porcentual13.

Nótese sin embargo, que la ausencia de análisis prospectivos14, serios, coherentes, y de elaboración periódica y sostenida –como los que deberían haberse desarrollado en Europa el período 1990-2016– puede llevar a los políticos a perder un tiempo que podría resultar de importancia capital para sus países. Y es que pequeños errores de política económica a corto plazo, si no se enmendaran con una cierta rapidez, podrían dar lugar en una o dos décadas a resultados catastróficos; o, al menos, al inicio de un declive económico relativo, de difícil corrección, como el que ya está padeciendo la Unión Europea (UE).

Esa alergia a la realización de proyecciones económicas a largo plazo, tiene que ver con el miedo a incurrir en grandes fracasos predictivos. Ciertamente, la econometría sugiere que a escala de cada actividad y dentro de cada región o estado, los resultados serán difícilmente extrapolables, con una cierta precisión, más allá de los 18 meses. Sin embargo, cuando se observan tendencias macroeconómicas sostenidas durante décadas, y coherentes entre sí, relativas a la evolución de grandes bloques económicos inter-namente homogéneos –Países Occidentales o de Alto Ingreso (PAI) de un lado, frente a Países en desarrollo o de Ingreso Medio y Bajo (PIMB) de otro– la probabilidad de equivocarse en las predicciones a largo plazo será ya apreciablemente menor15.

En función de lo anterior y aún a pesar de la dificultades de carácter teórico, sociológico y psicológico, que rodean a la actividad predictiva a largo plazo, se ha intentado llegar en este ensayo a una “aproximación racional” a lo que podría suceder económicamente, en las próximas dos-tres décadas, en relación con la evolución de los dos grandes bloques de países en los que podría dividirse en Mundo de hoy (PAI y PIMB, con especial referencia a Asia). A tales efectos predictivos se ha observado la evolución tendencial (1990-2016) de los indicadores macroeconómicos más relevantes, para lo cual se han usado datos casi exclusivamente oficiales (del Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, etc.)16; datos que se han tratado de interpretar cohe-

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rentemente, para poder predecir con una cierta solvencia el futuro económico y las tendencias políticas a las que ese futuro económico podría conducirnos.

Y es que, en buena medida, las tendencias políticas y sociales que envolverán al Mundo en el Horizonte-2050, serán consecuencia de las tendencias económicas –sin duda convergentes en términos de PIB per cápita– desarrolladas en los últimos 20-25 años, y a desarrollar en el resto de la primera mitad del siglo XXI. Convergencia que, además de obedecer a la lógica de la globalización adicional implementada a partir de 1990, referida a la liberalización de los movimientos internacionales de capitales, también se deberá: 1) a la lógica de las distintas transferencias potenciales internas de recursos productivos (humanos) desde los sectores tradicionales a los modernos (modelo de Lewis); transferencias hoy ya prácticamente exhaustas en Occidente, en tanto que en los PIMB todavía se mantienen en elevados niveles potenciales; 2) a la lógica del diferencial del crecimiento de la productividad del trabajo de los sistemas productivos respectivos, hoy también desfavorable a Occidente a...

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