De Miguel, C: Madrid, plazas y plazuelas. Madrid, 1976

AutorJosé María Chico y Ortiz
Páginas1498-1501

    DE MIGUEL, C: Madrid, plazas y plazuelas. Madrid, 1976.

Cuando el urbanismo se hizo norma comenzó a suscitarse en el campo de las competencias la idea de la exclusividad. ¿Quién es el profesional al que corresponde plasmar en la norma esas disposiciones que han de regular el futuro derecho urbanístico? En nuestra patria la falta prolongada de diálogo durante tantos años permitió la invasión de funciones, cosa que en la actualidad parece intentar superarse convocando a los diferentes sectores interesados en el llamado derecho urbanístico, a fin que, desde cada parcela especializada, se llegue a ciertas armonías en aras de un código óptimo. De la «bárbara especialización» se ha pasado a la «con-Page 1499cordia» de especialidades. Este libro, cuya recensión ofrezco, es una muestra palpable de lo que debe ser la fecunda, la importante, la decisiva y la magistral aportación de los doctores arquitectos al campo del urbanismo.

El libro se circunscribe a las plazas y plazuelas de Madrid. Su autor, Carlos de Miguel, doctor arquitecto, con prosa fácil y expresiones muy castizas, abre ante nuestros asombrados ojos un estudio, ilustrado magistralmente, de lo que él ha visto en las plazas y plazuelas de ese su Madrid querido, planeando posibilidades que mejoren y conserven esos rincones. El libro está escrito con cariño, al traspasar su autor la edad que le hace militar en las clases pasivas, y se me antoja que es producto de madurez, de serenidad y de juicio crítico acertado, cosas que hoy día no suelen darse ante esta increíble improvisación a que le obligan la confusión de los términos «urgencia» e «importante», pues no cabe duda que las cosas urgentes impiden hacer las importantes.

Contaba André Maurois, al referirse a la impresionante bahía de Río de Janeiro, que cuando Dios estaba ordenando los diferentes elementos de la naturaleza para formarla, vino un arcángel y le dijo que había una cosa importante y urgente que realizar, y a Dios se le olvidó luego ordenar aquella maravillosa bahía, dejándola con la belleza informal que ahora tiene. Así podría decirse eso del «viejo» Madrid, pero a diferencia de aquella bahía,' lo «nuevo» carece de belleza, de futuro, de visión, de elegancia, de estilo, de todo. Se hizo en momentos de mal humor y eligiendo la disyuntiva de la «bolsa», sacrificando la «vida». El autor lo dice con más amenidad: «Madrid fue un pueblo manchego, creció algo y lo hizo con gracia. Sin monumentalidades que la convirtieran en una capital del rango de París o Roma, pero con gracia, con simpatía. Conservar esto no debe ser difícil, y así, a poquitos a poquitos, a lo mejor se lograba, al menos en esta parte vieja, un recinto urbano tranquilo, reposante y disfrute de algunos vecinos de la capital. Algo es algo.»

El libro tiene una introducción que firma Antonio Fernández Alba, también arquitecto, bajo el tremendo título de Madrid o la introducción al caos. En sus bien pulsadas líneas, en las que se habla de una...

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