En los orígenes del liberalismo hispánico (a propósito de unos estudios sobre Flórez Estrada)

AutorFaustino Martínez Martínez
CargoProfesor Contratado-Doctor de Historia del Derecho en la Universidad Complutense de Madrid
Páginas323-332

    Faustino Martínez Martínez Profesor Contratado-Doctor de Historia del Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Licenciado y Doctor por la Universidad de Santiago de Compostela, con Premio Extraordinario. Estudios en las Universidades de Florencia, Messina, Max Planck Institut für europäische Rechtsgeschichte e Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Profesor invitado en varias universidades europeas y americanas.


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Varela Suanzes-Carpegna, Joaquín (Coord.), Álvaro Flórez Estrada (1766-1853). Política, economía, sociedad, Junta General del Principado de Asturias, Oviedo, 2004, 527 págs.

I
  1. La construcción del Estado Liberal en España no fue fruto de la casualidad histórica, de una sola explosión revolucionaria que en mayo de 1808 se desata con furia, ni de la dejación de funciones por parte del poder absoluto, ni tampoco exclusivamente de la conjunción de circunstancias favorables que encumbraron a ciertos líderes y que dispararon la consolidación de un nuevo modelo de organización o estructuración del poder, que es, al mismo tiempo, político y social, económico y cultural, opuesto en todo al que simbolizaba o encarnaba el llamado Antiguo Régimen. Hubo un poco de todo eso, una mezcla de factores, pero tamizado por la singularidad hispánica. La lucha por la libertad civil se combina con otra lucha prioritaria por la independencia política. Nada se hizo sin combate, sin sufrimiento, sin agonía. La concatenación de causas, motivos, efectos y consecuencias juega un papel determinante y decisivo. Hay una crisis del viejo modelo político que se refleja en la decadencia económica, en la falta de conciencia estamental de muchos grupos sociales que han perdido su razón de ser, en el descrédito de una monarquía que se dice absoluta, pero está en manos de los favoritos de turno, guiados por criterios caprichosos y voluntaristas y no por la salud suprema del pueblo, como ordenaba el ideario del despotismo ilustrado. Había una necesidad de cambio; era preciso esperar el momento y las personas adecuadas. Lejos de una Historia de héroes y de villanos y no obstante la acusada personalidad de algunos de los protagonistas de ese período convulso, la llegada de ese nuevo Estado salvador y redentor, panacea que remediaba los males que aquejaban desde hacía tiempo a la patria, aparece como autoría, antes que nada, de un pueblo en armas, de una suerte de poder constituyente militarizado, una nación que combate por la libertad como camino hacia lo constituyente, a cuyo frente se van a poner algunas de las mejores y más reputadas cabezas pensantes de ese siglo XIX que se iniciaba curiosamente en 1808, como una cadena de reacción contra lo extranjero invasor, ajeno y destructor de las esencias nacionales. Pero a ese nuevo Estado no se llega desde cualquier camino.

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  2. Ese Estado Liberal, auténtico mito jurídico y político, no aparece de la nada. Su construcción teórica es fruto de todo un esfuerzo de reflexiones, ideas y pensamientos que vienen gestándose desde finales del siglo XVII cuando Locke escribe sus ensayos acerca del gobierno civil, en una línea intelectual que continuarán en el continente y en las mismas islas figuras de todo el mundo conocidas, a través de la forja de una opinión pública que es semillero de ideologías frente a la monolítica verdad oficial única de la sociedad corporativa y estamental. La acumulación de todas esas ideas, que desembocan en una cultura constitucional, tendrá ya ocasión de manifestarse cuando se trate de construir una nueva sociedad frente al colonialismo (revolución norteamericana) o de derrumbar la antigua para construir otra de diferente signo, ahora frente a la tiranía (revolución francesa). Pero eso Estado Liberal, asimismo, no se construye sobre la nada teórica, sobre el vacío intelectual, sino que el mismo se configurará por oposición a los rasgos, perfiles y bases que en su día sustentaban y auspiciaban el Estado Absolutista del Antiguo Régimen. Contra ese Estado concreto se lucha y contra ese Estado se diseña toda una gama de principios que tratan de fundamentar el poder de un modo novedoso. Este elemento comparativo se nos antoja decisivo para encuadrar a la perfección el modelo mítico que se diseña y que se quiere actuar. La mayor parte de los pensadores que reflexionan sobre el gobierno, la forma de Estado y el régimen político, los derechos y libertades de hombres y de ciudadanos, la primacía del Derecho frente al poder, encumbrados en los principales tratados de teoría política que se manejan y distribuyen, están alejados del ámbito hispánico, no obstante la huella que la Segunda Escolástica había dejado en el pensamiento político al hablar de cuestiones que anunciaban el gobierno del pueblo, el contrato social o la lucha, cruenta incluso, contra cualquier forma de tiranía. Al estudiar este campo específico y su corolario (el Constitucionalismo, entendido como movimiento ideológico conducente a la "constitucionalización" del poder en todos sus campos, a que ese poder actúe bajo los dictados que marca el orden jurídico), se suele olvidar el papel relevante y de adaptación, que los pensadores hispánicos jugaron, como si aquí se hubiese producido una simple traslación de los esquemas mentales europeos, como si solamente fuesen unos recipendiarios de ideologías incapaces por sí mismos de pensar, de tener algo original en la cabeza, que asumían sin más lo que venía de allende los Pirineos. Cierto es que no hay una gran originalidad, pero tampoco una simple asimilación sin más de ideas extranjeras. Sin embargo, se puede afirmar, y este trabajo que ahora comentamos lo confirma, la existencia de todo un pensamiento ilustrado hispánico, que pergeña un peculiar liberalismo y un singular constitucionalismo, que comparte direcciones comunes, al mismo tiempo que traza caminos propios. No entramos a valorar si en España se dio o no una revolución liberal y burguesa al estilo francés. Lo que sí es indudable es que hay todo un componente de pensamiento reformista de todas las estructuras del Estado, al menos, desde el cambio de dinastía, en una línea coherente de reforma-renovaciónruptura que arranca de Macanaz, pasa por Patiño y Ensenada, y desemboca en Cabarrús, Campomanes, Jovellanos, Olavide, Aranda yPage 325 Floridablanca, entre los más célebres hombres políticos del siglo XVIII, sin olvidarnos de todo un conjunto soterrado de pensadores menos célebres pero igualmente decisivos, tales como Arroyal, Ibáñez de Rentería o Aguirre. Estos dioses del liberalismo ponen la simiente de un árbol que comienza a crecer en el siglo XIX y cuyas ramas se irán multiplicando por doquier. Y esos aires se convierten en una tormenta política y constitucional. Aires nuevos ya se venían respirando, que no debían necesariamente conducir al liberalismo, pero que finalmente si lo hicieron, acaso porque las reformas queridas y deseadas solamente tenían cabida en el seno de una nueva forma de organización de la comunidad política bajo el signo de la libertad, de la...

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