Introducción
Jamás en la historia la losofía había gozado de tanta vitalidad como
hoy. Y es que jamás en la historia han existido tantas facultades de losofía
encargadas de producir anualmente generosas hornadas de jóvenes que,
por no llamarse «lósofos» y ponerse al mismo nivel que Platón o Witt-
genstein, se hacen llamar ‘graduados en losofía’. De este modo, lo que
antaño fuera el producto de unas poquísimas mentes brillantes hoy es un
esfuerzo colectivo e institucionalizado que, de mejor o peor manera, con-
sigue incluso llegar a las aulas de educación secundaria.
Es evidente que este triunfalismo no es sostenible. La losofía sigue
siendo una actividad marginal, con la que la mayoría de la población man-
tiene una relación muy distante y, cuanto menos, escéptica. ¡Y con razón!
La imagen hoy tan extendida del lósofo como un charlatán pedante sin
demasiado que decir no puede considerarse del todo injusticada. Sin
embargo, otra losofía es posible. Aunque minoritario en nuestro país y
sus medios de comunicación, existe un proceder argumental riguroso que
sustituye las frases aparentemente profundas y poéticas, por enunciados
llanos y directos. Una losofía seria y clara, capaz de diseccionar las cues-
tiones hasta evidenciar que no todas las opiniones son igual de válidas. Una
losofía maravillosa y razonablemente accesible para el profano que, en
denitiva, merece tan ilustre nombre.
De entre las pocas disciplinas losócas que hoy aún conectan con
el gran público destacaría la llamada bioética. Con permiso de Fritz Jahr,
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