Sobre la fuerza subversiva del trapero

AutorReyes Mate
Páginas52-57

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El trapero es la figura provocadora de la miseria humana. Es un Lumpen en el doble sentido de vestirse de harapos y de ocuparse de ellos.

BENJAMIN, PW V/1, 441

  1. Los variopintos textos que conforman el benjaminiano Libro de los Pasajes están atados por un hilo invisible que pretende ser una teoría de la modernidad. De acuerdo con ese supuesto teórico, la modernidad sería un sueño cuyo despertar colectivo debe consistir en una respuesta política. El despertar del estado onírico en el que está sumido nuestro tiempo tiene que tomar la forma de una acción política.

    Un precedente de esta forma de ver las cosas la tenemos en Max Weber. El habla de la modernidad como un proceso de racionalización que acarrearía un desencantamiento del mundo. El problema de este proceso es que no ha sido capaz de realizar el programa previsto. No ha podido impedir, en efecto, que pese a su voluntad de racionalización vuelvan los dioses, los poderes míticos, es decir, se produzca un cierto reencantamiento o una cierta remitologización del mundo. Weber lo explica diciendo que la racionalización ha tenido lugar en ámbitos concretos, como la ciencia o la política, pero no en la visión general del mundo, en la donación de sentido al conjunto de la existencia. Ahí no hay racionalidad alguna sino que cada cual pone o impone sus valores que son sólo verdad para él.1En eso se substancia el famoso «politeísmo de los valores» y a eso se refiere su denuncia de reencantamiento del mundo.

    Podemos, con Weber, traducir esta situación diciendo que el capitalismo ha permitido la vuelta de los poderes míticos, por eso la conciencia colectiva moderna no ha conseguido despertarse y vive como secuestrada por un inconsciente onírico. Basta recorrer las calles de una ciudad moderna. En ellas, como en la selva de los antiguos, aparece el rostro amenazador y seductor del mito.2Esas calles son como una reedición del laberinto. La misma angustia, la misma inseguridad.

    Bien es cierto que Weber proyecta sobre la modernidad una mirada crítica ya que él no festeja la presencia de los mitos, sino que la interpreta como fracaso de la racionalidad ilustrada. Por supuesto que hay un momento triunfal en ella (todo eso que se ha dado en llamar «razón instrumental» o «racionalidad conforme a medios»), pero eso no puede maquillar la ausencia de una racionalidad «carismática» que diera sentido al conjunto de las actividades del hombre moderno. Dicho en términos deportivos: la modernidad sabe cómo ganar una etapa pero no sabe dónde colocar la meta.3

  2. El romanticismo también reconoce la presencia del mito en la modernidad, pero le da una versión más creativa. No olvidemos que el romanticismo no es un fenómeno poste-

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    rior a la ilustración, sino una de sus manifestaciones, por eso no interpreta al mito como negación de la ilustración sino como señal de que no ha llegado a su plena realización.

    También Benjamin reconoce, de entrada, que las fuerzas míticas están presentes hoy particularmente en las nuevas tecnologías. Los mitos han vuelto y no tanto de manos de los artistas, sino de los fotógrafos, publicistas, arquitectos o ingenieros. El mundo urbano-industrial aparece re-encantado; un cartel publicitario que parece anunciar «pasta dental para gigantes» o un almacén de mercancías en las que éstas se empujan unas a otras «parecen salidas de nuestros sueños más incoherentes» (GS V 993).

    Esto es así y a Benjamin no le parece mal. Puede hasta ser una buena señal si no caemos en la trama de creernos el mensaje que tratan de vendernos estos creadores de mitos, a saber, que las imágenes u obras que ellos nos proponen son la expresión del poder de las nuevas tecnologías a las que conviene someterse. El problema no es la presencia de los dioses, sino que nosotros les construyamos un hogar permanente, como hizo, por ejemplo, el neoclasicismo. Hay que tomar ejemplo de los surrealistas que desacreditan su pose trascendental, haciéndonos ver que son mortales, que pueden morir. Si la realidad moderna en ese estadio de industrialización es mítica, es porque los humanos han delegado en las máquinas la responsabilidad del pensar. El resultado es, como dice Aragon, una maquinaria que gira sobre sí misma, sin rumbo, porque ninguna mano está en el timón: «el hombre ha delegado en las máquinas. Se ha ahorrado con ello el esfuerzo de pensar. Y las máquinas se han puesto a pensar... Hay una forma moderna de tragedia: es una especie de volante gigantesco que da vueltas sin que una mano lo dirija».4

  3. Un despertar político. ¿Cómo hay que entenderlo? La estrategia benjaminiana para explicar el paso del sueño a la conciencia, es materialista y dialéctica. Es, en primer lugar, materialista en el sentido de que la materia prima, la substancia que da que pensar, no es una idea, un ideal, una utopía, es decir, algo producido por el sujeto, sino las ruinas y los desechos del pasado. Dicho de otro modo, los sueños de felicidad que duermen en el fracaso.5Benjamin se interesa por los sueños (Träumen) que yacen dormidos (geschlaffen). Schäffe y Träume, Sommeil y Rêve, Sueño (de dormido) y Sueño (de soñar despierto) son dos conceptos que se necesitan aunque sean opuestos.

    Un teólogo francés, el dominico Dominique Chenu, decía que «el materialismo es el idealismo de los pobres». El sueño o ideal del pobre es algo tan material como comer. Digamos que la materia pobre es la fuente de las ideas nobles, de los sueños. Con razón Lukács reivindicaba en los años veinte una filosofía pobre.

    Para seguir la pista de lo que hay de sueño (Traum) en el estar dormido (Schlaff) Benjamin se disfraza de trapero o de vigilante de sueños.6Si piensa encontrar algún tesoro entre los trapos es porque de entrada se niega a interpretar el fracaso como naturaleza muerta. Al contrario...

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