El estudio de las innovaciones democráticas feministas: una mirada al País Vasco

AutorJone Martínez-Palacios/Igor Ahedo Gurrutxaga/Alicia Suso Mendaza/Zuriñe Rodríguez Lara
Páginas87-93

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Actualmente en el País Vasco, como en la mayor parte de los países europeos, conviven dos tendencias de carácter democratizante1. Por una parte, se ha producido un notable aumento de medidas político-institucionales destinadas a garantizar la presencia y calidad de la participación de las mujeres en espacios de representación política. Hoy hay más mujeres que en décadas anteriores en los gobiernos, parlamentos y órganos de representación política de la mayor parte del planeta. Por otra parte, es posible identificar un incremento de dispositivos y procesos de carácter deliberativo y participativo ?nos referimos ampliamente a estos dispositivos como innovaciones democráticas, para lo que nos basamos en la conceptualización del profesor Graham Smith (2009), tal y como explicamos en el capítulo dos de esta segunda parte?.

En uno de los más recientes trabajos consagrados al análisis de la presencia de las mujeres en instancias de representación política a escala internacional, Frank C. Thames y Margaret S. Williams (2013, p. 1) afirmaban que “jamás se ha conocido un nivel mayor de representación política de las mujeres en el mundo”. En su estudio, Thames y Williams analizan la participación política de las mujeres en órganos de representación política en 159 Estados considerados democráticos según los criterios de la Freedom House2. Constatan estas autoras que desde 1945 hasta 2005 se ha producido un aumento del número de mujeres en los parlamentos del mundo (pasando del 5 al 15%) así como un incremento de las cuotas3que garantizan una mínima presencia de las mujeres en los partidos políticos ?recordamos que éstos son instrumentos políticos centrales en el modelo de democracia representativa, puesto que a través de ellos se canaliza un gran número de la demandas entre ciudadanía y representantes políticos? (del 0% de 1045 al 40% de 2005) (Thames y Williams 2013, p. 12). Si bien subrayan que el incremento de la presencia de las mujeres es desigual en los 159 países estudiados, se muestran optimistas en cuanto a una tendencia al alza de la participación política de las mujeres. Así, mientras que Suecia contaba con un 47,3% de mujeres en el Parlamento en 2006, o Ruanda con un 56,3% en 2009, siguen existiendo lugares como Sri Lanka en los que las mujeres constituyen un 4,9% del Parlamento.

Más allá de los argumentos de orden cuantitativo que puedan esgrimirse sobre el hecho de que las mujeres son la mitad de la población mundial (49,5%

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en 2013 según los datos del The World Fact Book (CIA 2015)) y por tanto han de estar representadas en los órganos de toma y “producción” de decisiones políticas, la presencia de las mujeres en instancias representativas, en el espacio público en definitiva, tiene un valor fundamental, al menos, por dos cuestiones más.

En primer lugar, la presencia de las mujeres supone la posibilidad de romper con la falsa idea de la universalidad de las experiencias vitales del ser humano. Como se explica en el capítulo III de esta segunda parte del libro, el sistema sexo-género de dominación masculina4se caracteriza por la pretensión de presentar las experiencias de vida de la mitad de la población (hombres) como únicas e inferibles a todo ser humano. Tal y como han venido mostrando los estudios feministas realizados desde distintos campos, hombres y mujeres tienen experiencias vitales distintas. Esta diferencia es reproducida, entre otras, por unas instituciones sociales (como la familia, la escuela, la iglesia, etc.) que permiten socializar de manera diferenciada a unos y a otras, y estructurar así las experiencias y los modos de estar o moverse en el mundo de unos y otras de forma distinta. No pretendemos decir con esto que la experiencia de vida de todas las mujeres sea igual, pero sí que por el hecho de serlo, tienen más posibilidades de compartir momentos vitales, experiencias concretas o sensaciones corporales. La presencia de las mujeres en los órganos de representación, implica la posibilidad de que esa forma de estar en el mundo en la que se ha “fabricado” una idea concreta de mujer, esté presente en los procesos de toma de decisión.

En segundo lugar, el hecho de que las mujeres estén presentes en órganos de representación conecta con una cuestión pocas veces expuesta a la hora de analizar su relación con el poder: la presencia de las mujeres significa la visibilización de nuevos modelos de ocupar el espacio público, en definitiva, nuevas formas de hacer y moverse en el campo político. Como se ha puesto de manifiesto en otras ocasiones (San José 2003), las primeras mujeres en llegar a órganos de representación se encontraban con el problema de que los modos tradicionales ?considerados universales? de gestión pública han sido elaborados por quien más tiempo ha estado en los espacios políticos (los hombres blancos y heterosexuales en la mayor parte de las sociedades que se conocen). Acceder a estos espacios ha significado, para muchas mujeres, tener que acomodar su experiencia vivida al “campo político”5, lo que ha ayudado a

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producir diversos modelos de estar en política para las mujeres que deseen reproducirlos o transgredirlos.

Si afinamos la mirada a la escala vasca, encontramos una obligada referencia en el trabajo que dio comienzo a los estudios feministas y de género en el País Vasco, Mujer vasca imagen y...

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