El estado de derecho y la seguridad jurídica como herramientas para la lucha contra la pobreza en América Latina

AutorCarolina Fernández Blanco
Páginas83-113
EL ESTADO DE DERECHO Y LA SEGURIDAD
JURÍDICA COMO HERRAMIENTAS PARA
LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN AMÉRICA
LATINA
Carolina FERNÁNDEZ BLANCO
Universidad de Girona
1. INTRODUCCIÓN
Desde que la mayor parte de los países de América Latina recobraron
sus democracias durante la década de 1980, tanto el reclamo por el fortale-
cimiento del Estado de derecho (ED) como el de la seguridad jurídica (SJ)
quedaron generalmente excluidos de la agenda de los movimientos socia-
les, activistas y gran parte de los pensadores preocupados por combatir la
pobreza en el subcontinente. El Estado de derecho y la seguridad jurídica
se asocian muchas veces, equivocadamente a mi juicio, a ideologías con-
servadoras, reclamos empresariales o políticas neoclásicas (habitualmente
llamadas «neoliberales»). En la otra acera, en tanto, los populismos latinoa-
mericanos de uno y otro signo tampoco han encontrado un interesante ni-
cho argumentativo en el Estado de derecho y la seguridad jurídica; sin em-
bargo, respecto de ellos, sí me resulta perfectamente explicable y coherente
«la huida» del Estado de derecho y la seguridad jurídica. Es interesante
señalar el contraste entre lo que he expuesto sobre América Latina y lo que
ocurre en Europa en donde las reivindicaciones sociales están, de manera
frecuente, asociadas a reclamos de cumplimiento del Estado de derecho.
En este trabajo se propondrá que el Estado de derecho y de la seguri-
dad jurídica deberían ser considerados como herramientas fundamentales
para integrar en las políticas de lucha contra la pobreza. Es necesario, por
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supuesto, distinguir conceptualmente entre ambos términos y esa distin-
ción también aportará algunas ideas sobre el potencial instrumental tanto
del ED como de la SJ en la lucha contra la pobreza.
2. POBREZA Y DESIGUALDAD
Realizaré a continuación un breve recorrido por dos diferentes apro-
ximaciones al concepto de pobreza que pueden ser consideradas como las
actualmente más importantes. Dejaré de lado las versiones que han de-
jado de tener relevancia teórica o que no se consideran en los programas
internacionales de lucha contra la pobreza (para un recorrido de todas las
versiones de pobreza véase Malem Seña, 2017: 21-35). Asimismo inten-
taré aquí y en lo que resta del texto entender el concepto de pobreza en
términos absolutos y no en términos relativos, es decir, sin comparaciones
con aquello que les sucede a los quintiles más altos de la población. Esta
distinción conceptual no solo tiene relevancia teórica en los debates sino
que también es posible advertir que medidas o herramientas instituciona-
les aptas para mejorar la situación de pobreza en determinado contexto
no necesariamente contribuyen a disminuir la brecha de la desigualdad y
también podría pensarse en la situación inversa.
La pobreza es algo más básico que la desigualdad (Iglesias Vila, 2005:
53). Es evidente que entre estas dos cuestiones hay vinculaciones estrechas
y que las soluciones a la primera pueden venir, en muchas ocasiones, de la
mano de mejoras en la distribución de los recursos. Sin embargo, como expli-
ca Marisa Iglesias Vila, la escasez radical no debería preocuparnos única-
mente, porque ejemplica una situación de desigualdad de recursos injusti-
cable o inaceptable. Lo que es inaceptable no es que haya personas que están
en una peor situación que nosotros. La pobreza extrema tiene relevancia mo-
ral porque está relacionada con la dignidad humana, con la ausencia de las
condiciones de agencia más mínimas, con aquellas capacidades básicas que
toda persona debe poder tener como agente moral que posee un valor intrín-
seco, algo que está desvinculado de la relativa situación de los otros (ibid.).
Muchos autores, sin embargo, no diferencian debidamente la pobreza de la
desigualdad y terminan atribuyendo a esta última, en denitiva, los «males
radicales» que son propios de la situación de la pobreza extrema.
Por otra parte, el concepto de desigualdad es generalmente entendido
como relativo a la desigualdad en los «ingresos» y el concepto más in-
teresante de pobreza supera al meramente vinculado a los ingresos. Por
tanto, cuando se hacen referencias al concepto de desigualdad debería
especicarse si se trata de una mera desigualdad en los ingresos o una
desigualdad multidimensional. Esta diferencia, lamentablemente, no está
recogida en la mayoría de los usos y alegaciones sobre la desigualdad en la
que aparentemente se sigue considerando al ingreso como denitorio de
la desigualdad 1. En este sentido hay una cierta tensión interna en los argu-
1 Una excepción a esta consideración es el Índice de Desarrollo Humano ajustado por des-
igualdad, en el que el ajuste se realiza en las tres dimensiones que utiliza el Índice de desarrollo

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