La crisis del Estado social, la crisis del Estado de bienestar

AutorJaime Rodríguez-Arana
Cargo del AutorCatedrático de Derecho Administrativo, Universidad de La Coruña
Páginas111-128

Page 111

La crisis del modelo estático de bienestar, no por supuesto de su versión dinámica, es clara, está fuera de dudas. No solo desde el punto de vista económico, sino también, y ello es más importante, como modelo de Estado en sentido amplio. En este epígrafe, además de analizar algunas de las causas de la crisis, es conveniente subrayar que se está recuperando una nueva forma de entender lo público, no como un espacio propio y exclusivo del Estado, sino como ámbito en el que se espera la participación del ciudadano, de la sociedad articulada.

En efecto, se está rompiendo el monopolio, el dominio absoluto que hasta ahora se pensaba que tenía el Estado frente a los intereses generales. Y, además, está reapareciendo la idea de que el Estado existe y se justifica en la medida en que fomente, promueva y facilite que cada ser humano pueda desarrollarse como tal a través del pleno, libre y solidario ejercicio de todos y cada uno de los derechos humanos.

Por tanto, el ser humano, la persona, es el centro del sistema. El Estado está a su servicio y las políticas públicas, por tanto, también. En este contexto nos encontramos con el principio de subsidiariedad y se comprende cabalmente que el Estado actúe cuando así lo aconseje el bien común, el interés general. Es más, el Estado debe propiciar, sin convertirse en actor principal, menos todavía actor único, una sociedad más fuerte, más libre, más capaz de generar iniciativas y más responsable. Es verdad sin em-

Page 112

bargo, que tal afirmación debe ser modulada en función de las coordenadas de tiempo y espacio y debe entenderse como un punto de llegada, como el puerto final de la travesía.

El Estado debe facilitar que cada ciudadano se desarrolle libre y solidariamente y que pueda integrarse en condiciones dignas en la sociedad. La muerte del Welfare State, de su versión estática, no es la muerte de una manera más social de ver la vida, sino el fin de un sistema de intervención creciente y estático que ha terminado asfixiando y narcotizando al ciudadano, y que ha vaciado de contenido y función a la misma Sociedad. Por lo demás, para que se entienda bien, las propuestas que aquí se esbozarán participan de la necesidad de seguir trabajando en un modelo de Estado de bienestar dinámico.

El Estado de bienestar, tal y como se ha manifestado en Europa en los últimos años ha asumido in integrum los gastos de la sanidad, las pensiones de jubilación, el sistema educativo, los subsidios de desempleo así como la financiación sin límites de todo un conjunto de organizaciones y organismos, algunos al margen del interés general. Sin embargo, tal operación de intervención y presencia en la vida social ha sido, en muchos casos, una tarea propia y exclusiva del Estado, sin abrirse a la Sociedad, con lo que el Estado ha tenido que correr con todos los gastos hasta que se acabó la financiación. Es lo que ha pasó su día, no hace mucho, en Suecia, la cuna del Estado de bienestar, y es lo que está pasando en otros muchos países, España entre ellos. Parece mentira pero era un sistema, más tarde o más temprano, abocado al fracaso porque la crisis económica que ha producido semejante gasto público acabaría apareciendo y provocando otras formas de atender objetivamente los intereses generales más humanas y más adecuadas a la finalidad del mismo Estado, que terminó por entretenerse en funciones y actividades más de control que de verdadera solidaridad social.

Entre los argumentos que se pueden encontrar para explicar el descalabro de un sistema que parecía imbatible, encontramos razones para todos los gustos. En efecto, se ha dicho que si el colapso del sistema de tipos de cambios, que si el crecimiento de

Page 113

la inflación, o que si el aumento del precio del petróleo, ahora a la baja, o que si la disminución de la demanda productiva eran causas de la crisis86. Probablemente, como también lo ha sido el crecimiento irracional del sector público, o la corrupción, en algunos casos galopante, inherente a todo sistema de intervención administrativa.

Es cierto, pero lo más interesante es poner de manifiesto que el sistema ha fracasado en su propia dinámica: a pesar de aumentar la presión fiscal y de, lógicamente, el crecimiento del gasto público, resulta que los servicios públicos no eran proporcionados al gasto. ¿Por qué? Sencillamente, porque hemos vivido en un contexto en que para la Administración el ciudadano era, sigue siendo todavía en alguna medida, la justificación para crecer y crecer y porque no ha calado en los políticos la Ética propia de un Estado que aspira a instaurar un ambiente de mejora continua y permanente de las condiciones de vida de los ciudadanos.

No se puede olvidar que ni siquiera en los momentos de pros-peridad se ha incentivado el ahorro. Es más, se propagó, también desde el Estado, porque era «conveniente», una manera de vivir en la que cada vez era necesario consumir más y más, hasta el punto de que ha sido el Estado de bienestar, con sus dirigentes a la cabeza, uno de los principales responsables del consumismo imperante hasta no hace mucho. Pero es que, además, tampoco se ha incentivado, en las épocas de bonanza, la inversión a pesar del crecimiento incesante de los salarios. El colmo ha sido que, en el caso español, se ha disparado el paro de una manera alarmante. Hay más: esta mentalidad asistencial ha ido calando poco a poco hasta conseguir la improductividad económica. En este contexto, la natalidad desciende preocupantemente; se alarga la esperanza de vida. Aumenta, de esta manera, el número de personas que deben cobrar pensión de jubilación o de desempleo y desciende el número de personas que cotizan.

¿Qué pasó, entonces? Pues que el ciudadano se acostumbró

Page 114

a esperarlo todo del Estado y hasta los empresarios se acostumbraron a no hacer nada que no tuviera la pertinente subvención. En efecto, se generalizó una peligrosa cultura de la subvención que ha enganchado a los ciudadanos y a sus agrupaciones en la todopoderosa maquinaria del Estado. El que paga manda, dice el refrán: y es así; de forma que la tentación de la extensión del poder ha sido ampliamente colmada hasta llegar a la más pequeña de las asociaciones de vecinos, porque no se quiere dejar nada a la improvisación. Eso sí, mientras tanto, los ciudadanos hemos ido perdiendo sensibilidad social y capacidad de reacción.

El Estado social, el Estado de bienestar en perspectiva estática especialmente, alimentó la idea de que el Estado podría subvenir a todas las necesidades sociales, a las básicas e incluso a las sofisticadas. Las demandas que se le presentaron fueron ilimitadas y como el presupuesto público es limitado, empezaron los problemas. La cuestión radica, a mi juicio, en que una cosa son los derechos fundamentales sociales, de obligada realización, el derecho a un mínimo vital, de imperativa prestación para un Estado que se tenga por social, y otra cosa son el conjunto infinito de peticiones y solicitudes de base social que podamos dirigir al Estado, alguno de los cuales hasta pueden encasillarse como caprichos a aspiraciones, cuando no sueños o quimeras de los ciudadanos.

Cuando la situación económica no permite, como es lógico, el aumento cuantitativo del producto social, el Estado no puede seguir manteniendo el mismo nivel de prestaciones87, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que se desentienda de la preservación de la dignidad de los seres humanos porque este el fin y principio de su existencia.

En alguna medida es imposible que el Estado directamente provea todo y a todos. Es menester que se forjen alianzas estratégicas con la Sociedad para prestar ciertos servicios de responsabilidad pública por aquellas instituciones que estén en mejores condiciones de hacerlo, que no siempre, ni mucho menos, son las instituciones públicas.

Page 115

No hace mucho tiempo, releyendo papeles de años anteriores, me detuve gratamente impresionado ante un libro de Edgar Morin, antiguo director de Investigación en el Centro Nacional de la Investigación Científica de Francia, acerca de las reformas que precisamos en este tiempo. Morin, como es bien sabido, es más conocido como uno de los teóricos socialistas más agudos que como funcionario de investigación. Pues bien, a finales de la década de los noventa del siglo pasado escribió un magnífico artículo sobre «La solidaridad y las solidaridades» (1993), en el que señalaba con meridiana claridad que a pesar de que los gastos sociales han crecido de la mano del todopoderoso Estado de bienestar, sin embargo la calidad en la atención al ser humano marginado concreto es todavía una quimera. Si cabe, la paradoja es patente, aumenta la solidaridad administrativa, pero esta es insuficiente, impersonal, burocrática y no responde a las necesidades concretas, inmediatas e individuales88.

La razón es bien clara y así lo admite Morin. El problema de la solidaridad concreta e individualizada es irresoluble en el marco tradicional de una política que se practica por Decreto o Programa. La solución, una vez más, viene de la mano, así lo reconocía el profesor Morin, de una política que despierte y estimule89. En otras palabras, los...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR